Adel Hakim y el teatro político: “El teatro en sí mismo es un acto de resistencia, no es revolucionario. La revolución se hace en la calle”

El dramaturgo de origen egipcio, radicado en París, Adel Hakim, se encuentra por estos días en el país, preparando el montaje de tres egresos de la carrera de teatro de la Universidad Católica

Adel Hakim y el teatro político:  “El teatro en sí mismo es un acto de resistencia, no es revolucionario. La revolución se hace en la calle”

Autor: Cesarius

El dramaturgo de origen egipcio, radicado en París, Adel Hakim, se encuentra por estos días en el país, preparando el montaje de tres egresos de la carrera de teatro de la Universidad Católica. Las obras “Un sueño de una noche de verano», de Shakespeare, «El parque», del alemán Botho Strauss, y «Yakich y Pupche» del israelí Hanokh Levin, son creaciones que, a juicio de Hakim, proporcionan un punto de vista crítico capaz de generar debate, de producir un análisis profundo de nuestra sociedad. Hoy estrena la primera obra en el Teatro de esa casa de estudios, en la Plaza Ñuñoa.

El actual director del Théâtre des Quartiers d’Ivry, centro dramático nacional en Francia, persigue con estos montajes la posibilidad política del teatro de molestar, provocando al espectador para que ponga a examen su realidad, su entorno.

-¿Qué posibilidades políticas tiene hoy el teatro?

-Pienso que el teatro es un espacio de democracia porque es un lugar de diálogo entre los autores; no importa si es Shakespeare o Sófocles, son obras que hablan con el público. Hoy ya no hay muchos lugares donde se encuentre la gente alrededor de un pensamiento, de una obra artística, de elementos de reflexión que se puedan debatir. Entonces, el teatro es político y de varias maneras. Primero que todo es una obra colectiva, que se hace con actores, técnicos, administradores, escenográfos, vestuaristas, en fin, muchos creadores que participan en la construcción de la obra y que se da a conocer al público. Público que participa y que es vital, ya que sin público no hay teatro. Sin embargo, no hay otra huella en el teatro que la representación, el momento que es el de la función. Entonces, para eso, que es un espacio de democracia es fundamental la creación del deseo en la audiencia, de involucrarse en el pensamiento teatral. Y además es político porque hay obras que tienen opiniones, discursos, y esas son las que me interesan. No me interesan mucho las creaciones formales o intimistas, lo que persigo son las obras que dan a reflexionar al público. Que le dan placer, que le divierten, pero que también le dan a pensar. Esas que abren puertas a preguntas filosóficas, políticas estéticas. Por eso me gustan los autores que tienen una opinión precisa sobre la sociedad

-Bajo un capitalismo capaz de administrar las diferencias, que es sumamente ágil y flexible para aunar las expresiones disidentes, ¿Cómo es posible la expresión de un teatro propiamente de izquierda?

-Pienso que el teatro en esta sociedad de masas -de masas porque el capitalismo llama a un consumo de masas-, está un poco al reverso de esto. Entonces, hacer un poco de teatro es ya en sí un acto de resistencia. Pero bien, existen varios tipos: Hay teatro comercial, de arte, de experimentación, hay variadas formas. Pienso que el arte que nosotros tratamos de hacer es un acto político en sí mismo. Basta considerar que los grandes mass media se interesan cada vez menos por el teatro, para mí, ese hecho es sintomático. Simplemente no les interesa. Esto es porque el teatro puede ser más marginal, más subversivo. No se si es revolucionario, pero su propia existencia escapa al sistema de consumo de masas, no hace parte del sistema.

-En un escenario teatral donde lo que prima en la oferta son obras burguesas intimistas, de autor, o que por otro lado son derechamente comerciales ¿Cuál es el norte que debe perseguir el teatro para ser de resistencia?

Yo trato siempre de buscar la provocación, el teatro no es para confortar al público. ¿Qué es el teatro comercial finalmente? Es una creación que da a la audiencia lo que esta misma espera ver cuando acude a una sala de teatro. Entonces no hay sorpresa, el público en general quiere ver historias divertidas, con estrellas de cine o de telenovela. Pero no hay que engañarse, el teatro político no es una manifestación apolítica, es de hecho conservador. Mantiene  los valores de la sociedad burguesa. El teatro de arte, en cambio, irrita a la gente. Por esto,  hay que buscar un equilibrio para que, por un lado, la gente no huya y que sin embargo pueda cuestionar lo que está viendo. Eso efectivamente es teatro político.

-¿Así son las obras que está montando actualmente?

-Son autores que tienen una visión muy aguda y muy critica de lo social. O también metafísicas, porque finalmente Shakespere muestra que la naturaleza humana es muy cercana a la jungla, a los animales feroces. Esto es interesante porque el sistema capitalista dice eso, que hay que dejar ser al mercado, que todo se va a arreglar como en la selva. Por eso hay mucha amargura en las obras de Shakespere, mucha violencia, y con esto da conciencia al público de lo que pasa en la sociedad.

-¿Qué diagnóstico puede hacer usted desde el teatro a la situación social en nuestro país?

-He visto las obras que han hecho compañías jóvenes aquí en el teatro. En ellas noté un fuerte compromiso con lo social, lo que me pareció sumamente interesante. No eran obras intimistas, porque finalmente el intimismo reduce al teatro a una forma psicologizante, no es muy crítico y si un poco ”nombrilista”. Pienso que la sociedad chilena que veo aquí, lo que es una muestra muy reducida en realidad, no es muy distinto de lo que pasa en Francia, en Europa, o incluso en otros países de América Latina. Esos es resultado de la globalización, que produce que las cosas estén bastante semejantes. Eso me da a pensar que Carlos Marx tenía razón una vez más, que el problema no es entre país sino que está dado por las clases sociales.

-¿Qué consecuencia estética produce la lucha de clases?

-Toda la obra de Hanokh Levin habla de eso, que la fealdad está en la pobreza, y que las clases explotadas viven en un mundo donde la televisión y los demás mass media que imponen un deseo estético que ellos no alcanzan a lograr. La gente trata de identificarse con estas formas pero están muy lejos de ellas, no pueden y por eso están desesperados, porque son bombardeados constantemente por el imaginario de los bellos, los ricos, los famosos. El consumo trata de hacerlos pensar que podrían, un día, lograr esta belleza, eso es una mentira. El problema es un problema de clases, de clases sociales. Hay que tener conciencia de esa situación, que los movimientos sociales solo pueden venir cuando hay desesperación de las clases explotadas, que tratan de hacer la revolución, no se si pueden hacerla, pero al menos que sepa que la lucha de clases permanece, que nunca terminó.

-Entonces, un teatro propiamente de izquierda, como la experiencia de Augusto Boal en los ’60, ¿Es capaz de agudizar las condiciones revolucionarias?

-No lo creo. Creo que el teatro debe promover la estética revolucionaria. No pienso que sea tanto el discurso como el conjunto de ideas, por ejemplo tener conciencia que existe la lucha de clases en la sociedad, y darlas a ver con obras estéticas. Sin estética no hay teatro. Entonces rechazar la estética no es justo en el teatro porque antes que todo el teatro es ésta. Tienen necesariamente que quedarse estético, poético. Por lo mismo, tampoco pienso que el teatro pueda hacer la revolución, el teatro puede despertar la conciencia del espectador pero la revolución se hace en la vida, no se hace en el teatro. Por eso pienso que el teatro en si mismo es un acto de resistencia, porque puede y debe despertar conciencia, pero no es revolucionario. La revolución se hace en la calle, en la política, pero no en el teatro.

Este jueves comienzan las presentaciones del egreso con el estreno de “Sueño de una noche de verano», y terminará el 12 de diciembre en el teatro de la Universidad Catolica ubicado frente a la Plaza Ñuñoa. Para mayor información sobre los horarios visite www.teuc.cl

Por Sebastián Fierro Khalbenn

El Ciudadano


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