Amor, vergüenza y perdón en el nombre de Chile a los peruanos que viven en el país

El Señor de los Milagros, Cristo de Pachacamilla, Cristo de las Maravillas o Cristo Moreno Perdón por ser «el milagro económico», por ser un imán de feligreses latinoamericanos pobres

Amor, vergüenza y perdón en el nombre de Chile a los peruanos que viven en el país

Autor: Wari
El Señor de los Milagros, Cristo de Pachacamilla, Cristo de las Maravillas o Cristo Moreno

Perdón por ser «el milagro económico», por ser un imán de feligreses latinoamericanos pobres. Vergüenza de atraer a los países vecinos y decirles que en Chile todos nos bañamos con el chorreo de billetes que caen de los bolsillos de los empresarios. Perdón porque las autoridades chilenas hacen de los peruanos y los bolivianos los espaldas mojadas, los balseros de América del Sur. Vergüenza de ser los Estados Unidos de acá abajo, los representantes más obedientes de la «libertad».

Perdón porque la vida del peruano en Chile no sea como en Esperanza. Las nanas peruanas no son blancas con cara de cuicas ni el patrón está enamorado de ellas. Perdón porque a las nanas peruanas, a sus parejas y a sus hijos los molestamos por cholos, por feos y pobres. Vergüenza porque a los ingenieros peruanos les ninguneamos el título y a los que se sientan en la Plaza de Armas les deseamos una paloma para la cena. Vergüenza de que los peruanos sirvan para que los chilenos pobres se sientan menos abajo y para que los chilenos ricos reafirmen su poderío más allá de las fronteras.

Vergüenza de que los no chilenos que vienen al país los distingamos entre “extranjeros” e “inmigrantes”. Vergüenza de que el extranjero se hospede en un hostal de Bellas Artes y pasee por Providencia tomando café. Perdón porque el inmigrante duerma en un cité y se siente a un costado de la Catedral, esperando que le den el sí para vender café en algún local del centro. Vergüenza de que el extranjero venga a hacer negocios y sea visto como el emprendedor-rubiecito- que-nos-da-trabajo, mientras que los inmigrantes son ladrones, negros y flojos y le roban el trabajo a los chilenos. Pena de que las chilenas pobres quieran casarse con un extranjero para que le nazcan hijos más bonitos. Alegría de que las chilenas ricas le tengan miedo a los bebés inmigrantes que crecen en el vientre de sus nanas peruanas.

Vergüenza de que el pueblo chileno se jure blanco, de que esparzan el mito de que no hay negros porque se murieron de frío. Vergüenza y pena de que tratemos a los peruanos de monos, que pensemos que nos van a empeorar la raza. Vergüenza de que pensemos que nuestros indios mapuche son igual de negros, chicos y feos, pero que por lo menos son bravos y tienen sangre de guerreros. Risa de que nos guste que sean así para los libros de historia, para los cuentos de hace 500 años, pero no para mover cercos en Temuco.

Pena de que la vida de muchos peruanos en Chile sea la misma de los chilenos pobres. Orgullo de que anden en micro y sean trabajadores y esforzados. Pena, perdón y vergüenza de que se tengan que atender en la Posta Central, de que permitamos que exista la Posta Central, de que nuestras Isapres no los consideren y que apenas puedan inscribirse en Fonasa. Pena de que sueñen con comprarse ropa y zapatos en Falabella, pero orgullo-cariño de que vayan a Calzados Beba. Tristeza de que lo único que le falta a la vida del peruano en Chile para ser perfectamente chilena, es que sientan la pasión futbolera de la “Roja de Todos”.

Vergüenza de que miremos con asco la comida de sabores chillones del carrito peruano de la calle, instalado en Mapocho; pero de que gocemos de su atención servicial en los restaurantes de gastronomía peruana en el barrio alto. Vergüenza de que encontremos pintoresco su acento correcto. Risa y llanto cuando los chilenos pensamos que la gente oscura con cara de india es peor, porque su piel los acerca a ser esclavos. Perdón porque los jefes sean arios y los empleados cabezas negras. Vergüenza de que eso sólo sea el reflejo de cómo funciona el mundo, porque el Viejo Pascuero, Barbie y Jesús son caucásicos con ojitos de color. Perdón porque ser negro sea un pecado de pigmento y los chilenos convencidos de ser blancos se los recordemos siempre a los hermanos peruanos.

Perdón por sentir que somos distintos cuando somos lo mismo, porque en la periferia de Lima hay poblaciones que son idénticas a La Victoria o a las tomas de San Bernardo, pero con ladrillitos rojos en vez de casas de palo. Perdón porque se vinieron arrancando de la humillación de los empresarios peruanos, sólo para padecer el yugo del arribista y racista empresario chileno. Perdón porque las palabras de Miguel de Unamuno “el fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando” no se cumplen en Chile. Porque cuando el chileno viaja a Perú se siente europeo y no aprende nada de que las nacionalidades latinoamericanas son la misma vieja con otro moño.

Perdón porque los chilenos se sienten primermundistas y se toman en serio eso de pertenecer a la OCDE. Perdón porque los hacemos trabajar el doble por la mitad de un sueldo. Perdón porque no pueden acceder ni a la salud, ni a la educación, ni a las viviendas pencas de este cochino país porque están de ilegales. Perdón por pensar que las divisiones existen más allá de la imaginación cartográfica, por creer que no tenemos una historia común, por olvidar que venimos de la misma semilla indígena. Perdón por ser chilena y representar a este pueblo tarado y discriminador que bien podría retratarse como el Kiko del cono sur. Perdón, perdón, perdón.

Por Arolas Uribe

12/30/2011

Tomado de noesnalaferia.cl

Texto -de origen externo- incorporado a este medio por (no es el autor):


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