Que la ciencia y la técnica han avanzado fundamentalmente gracias a los conflictos bélicos (siempre en busca de nuevas maneras de matar o defenderse) es un hecho. Y en disciplinas tan aparentemente alejadas de la guerra como son la antropología, sucede lo mismo.
Por ejemplo, a principios del siglo XX, Estados Unidos financió decenas de expediciones al Extremo Oriente y al Pacífico Sur con fines aparentemente antropológicos. Y para los antropólogos que allí enviaron fue así: para ellos no existía ningún fin oculto.
Pero los estrategas militares en realidad usaban sus conocimientos sobre los pueblos indígenas para sus objetivos. El trabajo de la famosa antropóloga Margaret Mead, por ejemplo, centrado en las tradiciones y valores del pueblo nativo de Nueva Guinea y Bali, resultó fundamental para la inteligencia militar cuando las islas del Pacífico Sur fueron conquistadas por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.
Gracias a los estudios antropológicos, se obtuvo el consentimiento local para el establecimiento de bases militares y se convenció a los nativos para que aportaran información sobre los pueblos vecinos que trabajaban para el enemigo.
Douglas Rushkoff cuenta otro ejemplo célebre:
Aunque Franklin Roosevelt se llegó a plantear el asesinato del emperador de Japón para forzar la rendición de la nación, gracias a una investigación antropológica sus consejeros descubrieron que con una acción semejante el tiro les saldría por la culata. Sin emperador, no habría ninguna persona con autoridad para rendirse. Además, un ataque al emperador enfurecería tanto a los japoneses que seguirían luchando mientras uno solo de sus hombres permaneciera en pie. Solamente una tremenda humillación (como la de Hiroshima) fue considerada suficiente para forzar al emperador de Japón a admitir la derrota.
Otro ejemplo lo protagoniza el general de brigada de la Fuerza Aérea Edward G. Lansdale. En la década de 1950, dentro de la campaña llevado a cabo contra los rebeldes Huk de Filipinas, Lansdale dirigió un estudio sobre las supersticiones locales. Descubrió que los Huk creían que el campo de batalla estaba habitado por un asuang, una especie de vampiro.
Explotaron esta debilidad mitológica practicando dos pinchazos en el cuello a un soldado muerto, a fin de que fuera encontrado por los Huk. Y los Huk se retiraron aterrorizados del campo de batalla.
En la década de 1980, todas estas y otras técnicas de guerra psicológica fueron compiladas en un volumen de la CIA bajo el nombre de Counter Intelligence Study Manual, usando principalmente en los conflictos de América Central.
Fuente: www.genciencia.com