El reciente caso de racismo contra el futbolista de origen brasileño, Vinícius Júnior, al ser atacado verbalmente con insultos durante un partido en España, recuerda la vigencia de la discriminación racial sembrada en la humanidad y esparcida por el mundo, y, además nos invita a rememorar un caso atroz ocurrido a principio del año 1904.
Hace 119 años inició una de las historias más vergonzosas, condenables e indignantes de lo que fue (y sigue siendo) el racismo en el mundo, más específicamente en Estados Unidos (EE. UU.), cuando un adolescente llamado Ota Benga, fue secuestrado en la República Democrática del Congo para ser tratado como un animal o una rara especie.
El joven era miembro de la etnia nativa de los batwa pigmea y fue capturado en marzo de 1904 por los blancos esclavistas liderados por el comerciante estadounidense Samuel Verner, que lo trasladaron a EE. UU. y lo expusieron en una jaula de monos en un zoológico en el Bronx de Nueva York.
Se desconoce la edad que tenía, aunque se calcula que rondaba los 12 o 13 años. Fue llevado en barco a Nueva Orleans para ser exhibido ese año en la Feria Mundial en St. Louis junto a otros 8 jóvenes, ninguno con refugio o ropa adecuada para el invierno. Hasta que en septiembre de 1906 fue exhibido durante 20 días en el zoo donde atrajo multitudes, de acuerdo a la BBC.
Benga fue enjaulado junto a un orangután y cuatro chimpancés, exhibiéndolo como un simio más, “los blancos le echaban comida desde fuera de la jaula y lo humillaban como si fuese un monstruo solo por su color de piel”, recuerda Daniel Mayakovski en su cuenta Twitter.
“Le llegaron a exhibir en una exposición, financiada por el gobierno de EE. UU. en Missouri, como prueba para justificar las teorías supremacistas blancas y racistas de que los negros son un eslabón perdido en los homínidos”, agrega Mayakovski.
Su liberación -según el libro “Espectáculo: la asombrosa vida de Ota Benga”- fue lograda por la indignación que causó en los ministros cristianos. Luego fue llevado al Asilo para Huérfanos de Color Howard en Nueva York, manejado por el reverendo afroestadounidense James H. Gordon.
Según la investigadora Pamela Newkerk, en enero de 1910 se fue a vivir a la Escuela y Seminario Lynchburg para estudiantes negros en Virginia, donde le enseñó a niños vecinos cómo cazar y pescar, y les contó historias y aventuras de la vida en su tierra.
Se cree que, deprimido al extrañar su tierra, ante la humillación y maltrato de los blancos que le negaban volver a su tierra nativa en marzo de 1916 (se estima que tenía alrededor de 25 años de edad), se suicidó de un disparo en la cabeza con un arma que tenía escondida, aunque hay otras versiones que dicen que tenía 32 años y la bala la recibió en el corazón.
“Esta es la historia racista y criminal de Occidente, los que ahora se permiten dar lecciones de “humanismo y civismo” a África, al que llaman “tercer mundo”. No lo olviden”, finaliza en su post Daniel Mayakovski al recordar la historia de Ota Benga.
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