El puente Golden Gate, en San Francisco, es el lugar en el que más suicidios se registran por año, más de mil 600 personas han saltado hacia el abismo desde su apertura en 1937. La gente sabe que es difícil sobrevivir a una caída como esa, y la barda de 1.20 mts no dificulta la tarea. Al otro lado del mundo se encuentra el segundo lugar con más suicidos registrados por año, con una fama tan peculiar que las autoridades no han querido publicar, desde 2003, cuántas personas llegan a ver la luz por última vez en ese sitio: el bosque Aokigahara.
En las faldas del monte Fuji, en Japón, existe un bosque maldito: el bosque Aokigahara nació por las erupciones volcánicas del cráter hace más de mil años, y desde entonces, existen poemas que hablan del bosque como un lugar maldito en el cual habitan demonios y otros seres de la mitología japonesa. En el siglo XIX, en épocas de hambruna extrema, la gente solía abandonar ancianos en el bosque, quienes no tenían fuerzas para salir y solían perderse y perecer entre gruesos árboles de un camino inestable, mientras sufrían aún más por la mitología de su pueblo. Pero ellos, también, se convirtieron en seres mitológicos, pues hasta hoy se cree que los espíritus de esas personas permanecen en el bosque.
No suficiente con eso, el escritor Seicho Matsumoto escribió, en 1960, una novela llamada Tower of wave en la que una hermosa y joven mujer se enamora del hombre que está haciendo una investigación de su esposo. Agobiada ante los problemas que esto ocasiona, decide quitarse la vida y es cuando se dirige al mar de árboles, nombre con el que también es conocido el bosque Aokigahara. Es a partir de la publicación del libro que los suicidios en el bosque comenzaron a ser frecuentes. En el libro El manual del suicidio su autor describe el bosque como “el lugar perfecto para morir” y es un texto que, frecuentemente, se encuentra junto con los cuerpos carentes de vida entre la espesura del bosque.
En el bosque se encuentran numerosos lazos atados a los árboles, estos guían el camino de quienes aún dudan de lo que van a hacer, lo usan para regresar o para ser hallados; al seguir el rastro se encuentran zapatos, notas de despedida, pastillas e, incluso, cuerpos humanos.
Las autoridades han puesto letreros positivos en la entrada del bosque, invitando a la gente a regresar, a pensar en sus familias, hijos y amigos.
“Tu vida es valiosa y te ha sido otorgada por tus padres. Por favor, piensa en ellos, en tus hermanos e hijos. Por favor, busca ayuda y no atravieses este lugar solo”.
Pero quien más parece haber ayudado es Azusa Hayano, geólogo y guardabosques del lugar. En su trabajo suele encontrar a mucha gente a quienes, de manera sutil y amigable, los invita a regresar, a reflexionar sobre lo que significa su vida y mostrarles que las cosas pueden mejorar. Después de tantos años ha aceptado que no puede salvar a todos, que puede hacer lo posible pero la decisión puede estar tomada desde hace mucho tiempo. También es alguien quien ya se ha acostumbrado a encontrar gente muerta, ya sea colgando de los árboles o acostadas en el pasto, en un sueño interminable gracias a las pastillas que llega a encontrar a lado. Él confiesa que no hace su trabajo por una enfermiza obsesión con la muerte, que lo que busca es ayudar a quien han decidido abandonar toda esperanza.
Los lugareños de la región no son quienes se suicidan allí, a los niños no se les permite entrar, desde pequeños se les dice que el bosque está encantado, quienes van suelen ser personas de ciudad. Personas que viven en un mundo que llena al ojo de estímulos visuales desde una pantalla pero que poco a poco deja de lado la interacción cuerpo a cuerpo. También se registró una alza en los suicidios después de la crisis financiera de 2008 y del Tsunami de 2011.
Japón es uno de los países con más suicidios al año; estadísticamente, cada 15 minutos una persona se suicida en el país nipón. A pesar de la antigua tradición del suicidio por honor, como lo hacían los samuráis con el “Harakiri” o los pilotos Kamikaze en la Segunda Guerra Mundial, la gente en el Japón contemporáneo no considera quitarse la vida como una muestra de honor, se ha dejado eso en el pasado y usualmente, quienes lo hacen, lo adjudican a hechos como el de los problemas mentales, financieros o amorosos, que acogen a muchos, pero sólo algunos deciden escapar de esta manera.