La grave situación enfrentada por el país ha dejado de manifiesto la carencia de un sentido de mando efectivo en el escalafón político respecto de las Fuerzas Armadas. Veinte años después del término de la dictadura militar ello no resulta excusable. El no contar con un mando efectivo pone en una situación de alta vulnerabilidad a Chile, tanto en casos de desastres naturales como ante eventuales conflictos internacionales.
Fue usual, tanto en su gestión como Ministra de Defensa y posteriormente como Presidenta de la República, ver a Bachelet vistiendo uniforme militar, navegando en unidades de la Armada o tripulando vehículos blindados del Ejército. Por desgracia, estos gestos comunicacionales no permitieron un empoderamiento real de la saliente mandataria en su papel de conductora de la fuerza militar del país.
Esta falta de sentido del mando ha quedado de manifiesto en la presente crisis. La primera manifestación de ello fue la tardanza en decretar Estado de Catástrofe y desplegar fuerzas en la zona más afectada. Esa era una medida que debió estar contemplada en los planes del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas bajo la dirección del Ministerio de Defensa, a partir del aprendizaje histórico en nuestro propio país y de la experiencia internacional. Esa experiencia muestra que después de un desastre de esta magnitud se requiere presencia militar para ayudar en la asistencia directa a la población y para el control del orden público, ante el desabastecimiento y saqueos completamente previsibles.
No se ordenó oportunamente despliegue militar, como se ha sabido, por sugerencias de asesores políticos al parecer con la vista más puesta en los abusos militares de hace 20 años que en la necesidad actual de la población. Eso fue un error de proporciones. La situación de caos en que cayeron Concepción y Talcahuano, con incendios generalizados, significó un grave entorpecimiento a las mismas tareas de rescate. Por cierto este despliegue militar con el carácter preventivo con que debió haber sido dispuesto podría haber hecho innecesaria la represión que luego se debió desplegar. La fuerza militar habría actuado por presencia. Por supuesto, en un país bien organizado, esa presencia militar debió incluso ensamblarse desde un primer momento con las organizaciones territoriales de la sociedad civil, preparadas para asumir responsabilidades en estas situaciones.
Una segunda manifestación de esta carencia de mando efectivo ha sido que hasta la fecha no sea destituido el Comandante en Jefe de la Armada. Ello debió haber ocurrido en el primer momento como consecuencia necesaria de la inexcusable negligencia cometida por el SHOA. Pero esa no fue la única negligencia grave del mando naval. Tampoco se cumplió con los protocolos que ordenan sacar mar afuera las unidades de la Armada para evitar que sean dañadas por la marejada. La impactante, pero mejor mirada, vergonzosa imagen de una torpedera colocada encima de edificaciones en Talcahuano es una muestra irrefutable de ese actuar negligente. Falta por investigar qué sucedió con el resto de las unidades de la Armada.
Es muy probable que haya sido puesto en riesgo buena parte de ese material de defensa que cuesta una cantidad inmensa de recursos a todos los chilenos y que mayores daños no se hayan registrado sólo por la clemencia del maremoto con otras zonas, como con el Puerto de Valparaíso. Finalmente, el Almirante González debe ser destituido porque intentó desinformar a la opinión pública. En efecto, en declaraciones a un periodista de TVN, González, luego de reconocer la responsabilidad de la Armada al no ser clara ante la consulta de la Presidenta efectuada al SHOA a las 05.15, aduce en defensa de la institución que, no obstante, la alarma había sido ya lanzada por radio y mediante un fax enviado a ONEMI a las 04.07. Ello resulta completamente falso, como se desprende de la sola lectura del mencionado documento: http://www.scribd.com/doc/27800608/fax-shoa. Allí sólo se señala que de producirse el tsunami, dicha situación sería “informada oportunamente”.
El despliegue oportuno de las fuerzas y la destitución del mando militar negligente no habría hecho sino reforzar la confianza pública en el mando político, confianza necesaria para mantener la tranquilidad ciudadana y evitar además un desgastante debate respecto a las ineludibles responsabilidades.
Por Luis Mariano Rendón
Abogado, profesor universitario y ciclista urbano. Coordinador de la agrupación ciudadana Acción Ecológica.