Conocí a Bachelet hace unos años en un viaje que hizo a España; entonces tuve la oportunidad de reunirme con ella. A todas las que la conocimos aquel día nos impresionó porque parecía ser una mujer con unas convicciones izquierdistas y feministas muy profundas, muy lejos de la imagen que proyectaba en Chile y muy lejos también de lo que ha sido su política. Era proabortista y pro matrimonio homosexual, era rabiosamente feminista, y parecía sincera.
El problema es que en Chile no lo era. En los años de su gobierno no ha habido avances significativos en derechos LGTB o en derechos de las mujeres.
Ahora la derecha ha ganado las elecciones y todos mis amigos/as de allí se lamentan con razón. Y, sin embargo, yo soy optimista.
Siempre prefiero que la derecha no gane pero en lo que se refiere a derechos sexuales, de las mujeres y derechos LGTB, el gobierno de Concertación no daba más de sí, si es que algo ha hecho en estos años que ha sido muy poco.
Cuando esto ocurre, lo que necesita la izquierda es darse un aire en la oposición, para volver a ser de izquierdas. La izquierda sólo parece de izquierdas cuando está en la oposición y eso hay que aprovecharlo. Cuando está en la oposición es el momento en el que los movimientos sociales tienen que presionarla para hacerla volver a su espacio ideológico; es el momento de ponerse a trabajar con el Partido Socialista para arrancarle compromisos en materia de derechos LGTB y de derechos de las mujeres, derechos que le cuesta reconocer desde el poder. Es el momento de preparar un programa verdaderamente progresista y socialista para las próximas elecciones.
En España pudimos trabajar con el Partido Socialista asuntos que mientras estuvo en el poder resultaron imposibles de plantear. Digamos que la oposición es un buen sitio para “purgarse” ideológicamente. Así que la lógica depresión por el resultado de las elecciones tiene que convertirse en esperanza y, sobre todo, en trabajo político para que la próxima ocasión no sea, otra vez, una oportunidad perdida.
Por Beatriz Gimeno