En referencia a los cacerolazos con que una parte importante de la población respondió al mega DNU [Decretos de Necesidad y Urgencia] de LLA [La Libertad Avanza], Federico Sturzenegger (ideólogo del decreto) dijo, en una entrevista que le hizo Diego Sehikman en TN, que el DNU “es un baño de liberalismo y libertad”; y que significa “recuperar la libertad de cómo querés comerciar, transaccionar, relacionarte con otra gente”. Citó a un colaborador suyo diciendo que nunca había visto “a la gente protestar tanto cuando le dan más libertad” y agregó: “la libertad da vértigo”. Traducido: protestan porque le temen a la libertad. Por lo que pidió ayuda a Sehinkman (quien además de periodista es psicólogo), para que le ayudara a entender tan extraño (¿irracional?) comportamiento. En lo que sigue mostramos que, lejos de ser irracional, el rechazo del DNU se explica perfectamente desde la teoría social crítica del mercado, de las relaciones capitalistas y la concepción positiva de la libertad.
Hay menos libertad
Empezamos con lo elemental: en la medida en que aumenta la pobreza y la indigencia, no hay más libertad, sino menos. Esto porque la libertad no debe entenderse solo en el sentido de poder hacer lo que deseo, en tanto no perturbe la libertad de los demás, y no tenga impedimentos legales (libertad negativa), sino en el sentido de libertad “real”, o “positiva”. Esta es la libertad que alude a las condiciones de realización y auto realización del individuo que ejerce esa libertad (véase aquí para una discusión más amplia).
Es que, como han reconocido incluso críticos de la noción positiva de la libertad, la libertad negativa no tiene ningún sentido si no existen condiciones mínimas para ejercerla. Para verlo en concreto: a personas mal alimentadas, enfermas, sin casi educación, que deben dedicar todo su tiempo disponible a obtener lo mínimo para su subsistencia fisiológica, ¿de qué libertad “de comerciar, relacionarse con otros», les hablan?
Pero, además, en la medida en que aumentan la pobreza y la indigencia, y en paralelo se introducen medidas (vía DNU u otras disposiciones) para debilitar la protesta, y dar vía libre al empeoramiento de las condiciones de vida ¿no es racional el rechazo del decreto en aras de la misma libertad? Tiene que haber una buena dosis de cinismo para decirle a un trabajador que está en la informalidad, que apenas llega al salario mínimo, vital y móvil (156 dólares en diciembre 2023) y tiene una familia que alimentar, que se opone al DNU “porque este le da mucha libertad”. ¿En qué mundo viven estos ideólogos? Si aumenta la miseria, no hay más libertad, sino menos. Y la miseria en Argentina está aumentando minuto a minuto. De nuevo, ¿qué “vértigo de libertad” pueden padecer los millones sumidos en la pobreza o en la indigencia?
Mercado, alienación y angustia según Marx
El argumento del apartado anterior se fundamenta en la crítica a la noción de la libertad negativa. Pero existe otra perspectiva, que tiene que ver con el cambio que introdujeron históricamente el mercado y el capitalismo en la forma en que los seres humanos se relacionan.
Es que, como observa Marx, en la sociedad de libre competencia cada individuo “aparece como desprendido de sus lazos naturales… que en las épocas históricas precedentes hacen de él una parte integrante de un conglomerado humano determinado y circunscripto” (p. 3, t. 1, Grundrisse, edición Siglo XXI). Anota enseguida que cuanto más nos remontamos en la historia tanto más aparece el individuo –incluido el individuo productor- como dependiente y formando parte de un todo mayor. En primer lugar, y de manera natural, de la familia “y de esa familia ampliada que es la tribu” (p. 4, ibídem). Sin embargo, en la “sociedad civil” –la sociedad del mercado, de la propiedad privada y de la libre competencia- el individuo se conecta socialmente no por medio de la relación personal, sino a través de las mercancías, en la competencia. Aparece entonces como un individuo aislado, aunque sea el producto de relaciones sociales que han llegado a un alto grado de desarrollo (razón por la cual solo puede individualizarse en conexión con otros seres humanos, socialmente; en especial, el obrero como miembro de su clase social).
Es fundamental pues entender la particularidad de la relación mercantil, o capitalista. En la sociedad en que se han desarrollado el mercado y el dinero son destruidos los vínculos de dependencia personal y los individuos parecen independientes (pero esa independencia es una ilusión) y “parecen libres de enfrentarse unos a otros y de intercambiar en esta libertad” (p. 91, ibídem). Pero pueden aparecer de esta manera porque se hace abstracción de las condiciones de existencia que encuentran y bajo las cuales entran en contacto (véase ibídem). En particular, se hace abstracción del hecho de que ese individuo aislado, dueño solo de su fuerza de trabajo, es también un producto social.
Individualismo darwinista vs cooperación
Dejamos planteado que detrás de estas diferentes posiciones sobrevuelan concepciones opuestas, antropológicas y de la evolución del ser humano. Esto es así porque en última instancia los Milei y Sturzenegger de la vida conciben el motor del desarrollo, y piensan la sociedad ideal, como una competencia despiadada en la que sobrevive el más fuerte. Socialistas, comunistas y anarcocomunistas, en oposición, destacaron siempre el rol de la cooperación entre los individuos. Como decía el anarcocomunista Piotr Kropotkin (1842-1921), el desarrollo de la especie humana no se dio por la guerra de todos contra todos, sino por la ayuda mutua y el trabajo asociado. La apología del comportamiento individualista e insolidario es propia de los que defienden una sociedad basada en la explotación del trabajo y las crecientes desigualdades sociales.
La formación de la clase obrera como desposesión y desgarro
La formación de la clase obrera tiene una íntima conexión con lo anterior, ya que se trató de un proceso histórico que tuvo como eje la desposesión de los artesanos y campesinos de sus medios de producción y lotes de tierra. Implicó, en consecuencia, romper con la fusión con las condiciones tradicionales en que se encontraban los productores en las sociedades precapitalistas. Una ruptura que da lugar al individuo aislado, subordinado a fuerzas que no domina.
O sea, el obrero es “libre” porque ha roto con las relaciones tradicionales; ha tomado distancia de ellas –por lo cual adquiere la capacidad de crítica y cuestionamiento- pero lo ha hecho al precio de la alienación, el desgarro y el aislamiento. Es progreso, pero también desgarro y ruptura. Es progreso porque es libertad con respecto a la situación precapitalista, donde las condiciones de producción y las relaciones estaban dadas desde tiempos inmemoriales. Pero también es la amenaza de caer en el desempleo; o en la indigencia (una crisis, un cambio en las tecnologías); enfrentar condiciones que el trabajador no domina al momento de vender su fuerza de trabajo; y tener que aceptar la explotación.
Por lo tanto, esta situación encierra la posibilidad de crítica, de emancipación del trabajo, pero también genera temor, angustia, alienación. En una nota anterior escribimos: “…el artesano está atado a sus elementos de trabajo y a sus circunstancias, absorbido en una célula particular dentro del cuerpo social, que está en paz con la naturaleza. Por oposición, el proletariado está libre de esta carga, pero también desprovisto del solaz y seguridad que le confiere. Disfruta de independencia, pero pierde la posesión que conoció el artesano” (aquí).
Por eso Marx también se refiere al dominio del dinero y del valor de cambio como la relación social “fija, anonadante”, que subsume a los individuos: “Y precisamente el fenómeno es tanto más duro por cuanto brota del supuesto de que estamos ante particulares libres, personas aisladas, como átomos, que actúan a su arbitrio y solo se relacionan entre sí en la producción, en virtud de sus necesidades recíprocas” (p. 195, t. 3, ibídem).
La religión para una sociedad sin alma
Lo anterior se relaciona con los fundamentos sociales de la religión, que Marx planteó en crítica a Hegel: “La miseria religiosa es, por un lado, la expresión de la miseria real, y por otro, la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada, el estado de ánimo de un mundo sin corazón, porque es el espíritu de los estados de cosas carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo. La superación de la religión, en tanto ilusoria dicha del pueblo, es la exigencia de su dicha real». (“Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel”, de 1844; énfasis nuestro).
Un “mundo sin corazón” da lugar a un individuo agobiado, subsumido a fuerzas que no controla y lo dominan. Es la libertad del que solo es libre de vender su fuerza de trabajo. Un sentimiento de angustia, de incertidumbre, que se explica no por alguna “tara” derivada del “vértigo de la libertad”, sino por las condiciones sociales antagónicas de la sociedad capitalista.
El miedo a la libertad de Erich Fromm
En su conocido libro El miedo a la libertad (1941) Erich Fromm busca explicar (utilizando los métodos del psicoanálisis, pero también con enfoque social) cómo fue posible que millones de alemanes apoyaran a Hitler y los nazis. Aquí lo que nos interesa es su idea, en la misma línea de Marx, de que tras el largo proceso de individuación que se inició con el Renacimiento italiano y la Reforma protestante, el ser humano fue sumido en una situación de profundo aislamiento y soledad. Es la realización alienada, en la sociedad mercantil, de la libertad de la mónada, del individuo despojado. De ahí también el refugio que muchos buscarán en la religión; o en movimientos sociales alineados detrás de líderes mesiánicos; o que se arrogan poderes sobrenaturales. Transcribimos algunos pasajes del libro de Fromm:
“La tesis de este libro es la de que el hombre moderno, liberado de los lazos de la sociedad pre-individualista —lazos que a la vez lo limitaban y le otorgaban seguridad—, no ha ganado la libertad en el sentido positivo de la realización de su ser individual, esto es, la expresión de su potencialidad intelectual, emocional y sensitiva. Aun cuando la libertad le ha proporcionado independencia y racionalidad, lo ha aislado y, por lo tanto, lo ha tornado ansioso e impotente. Tal aislamiento le resulta insoportable, y la alternativa que se le ofrece es la de rehuir la responsabilidad de esta libertad positiva, la cual se funda en la unicidad e individualidad del hombre” (p. 25, edición Paidós, Buenos Aires).
“La religión y el nacionalismo, así como cualquier otra costumbre o creencia, por más que sean absurdas o degradantes, siempre que logren unir al individuo con los demás, constituyen refugios contra lo que el hombre teme con mayor intensidad: el aislamiento” (p. 45)”.
En el mundo moderno “la estructura de la sociedad moderna afecta simultáneamente al hombre de dos maneras: por un lado, lo hace más independiente y más crítico, otorgándole una mayor confianza en sí mismo, y por otro, más solo, aislado y atemorizado. La comprensión del problema de la libertad en conjunto depende justamente de la capacidad de observar ambos lados del proceso sin perder de vista uno de ellos al ocuparse del otro” (p. 135).
“…nos sentimos fascinados por la libertad creciente que adquirimos a expensas de poderes exteriores a nosotros, y nos cegamos frente al hecho de la restricción, angustia y miedo interiores, que tienden a destruir el significado de las victorias que la libertad ha logrado sobre sus enemigos tradicionales” (p. 136).
“… no sólo debemos preservar y aumentar las libertades tradicionales, sino que, además, debemos lograr un nuevo tipo de libertad, capaz de permitirnos la realización plena de nuestro propio yo individual, de tener fe en él y en la vida” (p. 137).
“… el capitalismo no solamente liberó al hombre de sus vínculos tradicionales, sino que también contribuyó poderosamente al aumento de la libertad positiva, al crecimiento de un yo activo, crítico y responsable”. Aunque el capitalismo también produjo el efecto inverso “al hacer al individuo más solo y aislado, y al inspirarle un sentimiento de insignificancia e impotencia.” (p. 139).
Con el capitalismo, el individuo “llegó a sentirse más solo y más aislado; se transformó en un instrumento en las manos de fuerzas abrumadoras, exteriores a él; se volvió un individuo, pero un individuo azorado e inseguro” (p. 152).
Los sindicatos mejoraron la posición del obrero, le proporcionaron un sentimiento de su fuerza frente a los grandes grupos económicos. Pero, por otro lado, se transformaron en enormes organizaciones que dejan muy poco espacio para la iniciativa individual del afiliado; este es un pequeño engranaje de una gran maquinaria (p. 158-9).
El DNU de Milei y la libertad de los trabajadores
Volviendo ahora a “los vértigos de libertad” con los que se entretiene y miente Sturzenegger, señalemos que la organización gremial democrática, u otras formas de organizaciones de masas –como los movimientos de desocupados-; las legislaciones laborales; los convenios colectivos; los seguros de desempleo o de salud; y otras mejoras arrancadas a la clase capitalista y el Estado, fueron y son paliativos para la situación en que se encuentra el trabajo frente al capital y el mercado. En especial porque mejoraron, en muchos aspectos, el poder de negociación del trabajo frente al capital y su Estado. Sin negar por ello que muchas de esas instituciones, o relaciones institucionalizadas, fueron, o son, instrumentos de sujeción y control de la clase obrera. Pero ahora lo central es que el mega DNU busca barrer con buena parte de esas defensas.
El objetivo es claro: que la lógica de la mercancía y del capital se imponga de la forma más pura y directa posible. Es una demanda del “capital en general”, plasmada en el apoyo de las principales cámaras empresarias al DNU. En ese escenario, toda forma de solidaridad entre los oprimidos deberá ser mandada al tacho de basura. Es el ideal burgués de una sociedad cuya única alma es el valor, el infinito acrecentamiento del poder del dinero.
En esta perspectiva, la libertad solo cuenta como libertad abstracta. Pero como tal, abstracta, no existe. La libertad siempre es libertad de clase. Escribe Marcuse: “La clase [social] circunscribe el alcance efectivo de la libertad individual en medio de la anarquía general, dentro del ámbito de libre juego que queda abierto al individuo. Cada quien es libre en la medida en que su clase sea libre y el desarrollo de la individualidad está confinado dentro de los límites de la clase a la que pertenece: el individuo se desenvuelve como ‘individuo de una clase’” (p. 284, Razón y revolución, Alianza Editorial). La política de LLA –DNU incluido- es un ataque en toda regla a la clase obrera (véase aquí). ¿Cómo puede afirmarse que aumenta la libertad del obrero, si su libertad no puede no ser de clase?
Por lo tanto, ¿qué tiene de irracional que este programa y DNU generen un acentuado temor, sentimiento de angustia e incertidumbre entre los trabajadores y sectores populares? ¿Hay que llamar a Freud para que explique este resultado? Pero no hay caso, siguen dando la lata con lo mismo, “Los que protestan le temen a la libertad”. Preguntamos de nuevo, ¿cinismo o ignorancia?
Por Rolando Astarita
Columna publicada originalmente el 25 de diciembre de 2023 en el blog del autor.
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