Claudia y Marcelo Piñeyro hablan sobre eclosión del evangelismo en Latinoamérica y su impacto político en la región

Los creadores de la serie argentina El Reino plantean una ficción no tan alejada de la realidad y a pesar de las criticas por parte de congregaciones evangélicas ellos sostienen con firmeza que "el poder político y económico puede asociarse con cualquier iglesia"

Claudia y Marcelo Piñeyro hablan sobre eclosión del evangelismo en Latinoamérica y su impacto político en la región

Autor: Sofia Belandria

La serie creada por el director de cine Marcelo Piñeyro y la escritora Claudia Piñeiro retrata la historia de la familia de un pastor que incursiona en la política, una narración que debate sobre el lado oscuro del poder y la lucha entre el bien y el mal. La asociación de iglesias evangélicas criticó la producción y la interpretó como un ataque.

Un empresario sin experiencia política busca la presidencia nacional con la estratégica participación de un reconocido pastor evangélico como compañero de fórmula. Pero todo cambia drásticamente con el asesinato inesperado del magnate, que pondrá en crisis la familia y el entorno del líder religioso, provocará su propio enfrentamiento a demonios personales y desencadenará investigaciones que revelarán secretos oscuros.

El argumento de El Reino, nueva serie de ficción argentina coproducida y estrenada con mucho éxito en la plataforma de video internacional Netflix, se anticipa a la polémica ya que es el resultado de una preocupación ante el avance de fenómenos sociales y políticos en el nuevo milenio, explican sus creadores y guionistas, Marcelo Piñeyro, reconocido director cinematográfico, y Claudia Piñeiro, escritora best-seller.

«Veíamos que la manipulación para obtener, consolidar y sintetizar poder confluía, por un lado, en la posverdad, las fake news, el vaciar conceptos de contenido, y por otro lado, un regreso de las religiones como herramienta política, guerras religiosas que la humanidad parecía haber dejado francamente atrás, y que en todo el continente americano se utilizaban estas nuevas iglesias evangélicas como un ariete de la nueva derecha para una restauración conservadora que apunta a retroceder un siglo atrás», dijo Piñeyro.

El Reino es una historia ficcional, con personajes y una iglesia inventados, no inspirada directamente en ninguna persona ni institución en particular. Los cuestionamientos que están de fondo son los mismos que se podrían realizar en las discusiones vigentes sobre separación entre Iglesia y Estado o ante cualquier irrupción de discurso dogmático en los debates políticos, tan en boga en la conformación de las sociedades contemporáneas en todo el mundo, aseguraron.

«En la región, se ve con mucha claridad y no solamente con las evangélicas, el poder político y económico puede asociarse con cualquier iglesia. No es una cuestión de fe, sino de intereses. Cuando Jeanine Añez, durante el golpe de Estado en Bolivia, o cuando Nayib Bukele hace un autogolpe en El Salvador, y entran al Congreso con los militares y con una biblia en la mano, están diciendo algo. La tendencia religiosa en muchos líderes del mundo es evidente, no lo inventamos nosotros», dijo la multipremiada escritora y referente del movimiento de mujeres en Argentina.

Los autores enfatizaron el hecho de que se trata de fenómenos mundiales que exceden las fronteras, que en otras regiones puede no estar involucrada siquiera el evangelismo sino que se inmersan otras ortodoxias religiosas. Esta búsqueda por lo universal se ve también en que la serie evita meterse con la coyuntura política argentina e intenta reducir al mínimo los elementos de localismo.

Reacción en cadena

En respuesta al estreno, la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (Aciera) publicó un comunicado en el que acusó específicamente a la escritora de tener «encono» contra la «cultura evangélica» derivada de su «militancia feminista durante el debate de la ley del aborto», y a quien atribuyeron un «comporamiento fascista».

Asociaciones de mujeres y la comunidad artística argentina defendieron inmediatamente a la premiada autora a través de redes sociales y medios de comunicación y repudió el tono del comunicado y el hecho de dirigir la reacción de manera personalizada.

«Nosotros somos muy conscientes de que la ficción es ficción y que el arte se puede meter con cualquier tema. Es indudable que cuando uno habla de determinados temas, por más que sea ficción, hay gente que puede sentirse afectada o que algo les pueda doler u ofender. No creíamos que iba a ser de esta dimensión. Pero nos sorprendió también por los apoyos; lo que más me sorprende de todo es la cantidad de gente que está viendo la serie», comentó Piñeiro.

En los últimos años, iniciativas promovidas por las corrientes políticas progresistas y del movimiento de mujeres y del colectivo LGBTI+ —como el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, la educación sexual obligatoria y la legalización del aborto— recibieron la resistencia de los sectores conservadores, posturas que son transversales a la sociedad y no se limitan a la lógica de los partidos políticos tradicionales.

El evangelismo demostró su poder de convocatoria en Argentina durante las masivas movilizaciones de pañuelos celestes en 2018 en contra del proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo, donde hicieron visible una fuerza que hasta entonces había crecido de forma silenciosa.

«Cuando pusimos a trabajar en el guión y nos pusimos a pensar el ‘qué pasaría si en Argentina’, era una historia que nos sonaba un poco a fantasía distópica. Cuando les conté sobre lo que estaba haciendo a unos amigos en Brasil, salió el nombre de [Jair] Bolsonaro, y lo mencionaban como un personaje de ópera bufa. Cuatro meses después era presidente. Estos fenómenos no son para subestimar», destacó el aclamado cineasta, ganador de dos premios Goya en España y dos premios Cóndor de Plata en Argentina.

Si bien el rechazo a las consignas de las diversidades no se limita a una postura exclusiva del evangelismo sino que permea al conjunto del conservadurismo, se transformó en catalizador de una búsqueda de participación en política de algunos referentes dentro de estas congregaciones.

Pero está lejos de ser la norma, por ahora. Existen creyentes evangélicos en política, como los hay de cualquier religión, pero casi no hay líderes religiosos con carrera política en Argentina, un país que tiene una sociedad con altos índices de politización y cultura política.

Argentina es un país donde el culto católico apostólico romano es oficial, pero el laicismo es la postura general, aunque no sin resistencias. El culto personal de referentes y votantes pesa en el debate político, salvo en asuntos excepcionales como el aborto, tanto como la pertenencia a un club de fútbol: más vinculado al orden de lo pasional que de una posibilidad de bajada de línea institucional.

Pero hay excepciones. En 2019, en La Matanza, segundo distrito más poblado del país después de la capital nacional y el más extenso de la provincia de Buenos Aires, el pastor evangélico Gabriel Ciulla fue nombrado subsecretario de Culto, una cartera creada ad hoc por el Gobierno municipal, entonces en manos de Verónica Magario, actual vicegobernadora provincial.

Evangelismo y política en Argentina

El evangelismo son muchos evangelismos: es un movimiento que aterrizó en Latinoamérica desde los países del norte en el siglo XX y que deriva de la Reforma de la Iglesia católica y las corrientes del protestantismo.

Se distingue del catolicismo en que sus pastores y pastoras son miembros activos de las comunidades y no viven aislados en claustros ni sometidos al voto de castidad: hombres y mujeres que muchas veces tienen otros trabajos, son padres y madres de familia.

Las iglesias evangélicas están muy presentes entre las comunidades más vulnerables, sobre todo en las periferias de las grandes ciudades, con una fuerte presencia en los barrios más pobres. Dos aspectos donde su fuerza es más evidente es el foco en la atención a personas con adicciones a través de la fe y su destacada presencia en las cárceles.

Según datos oficiales de 2018, 38% de los presos en las 55 cárceles del Servicio Penitenciario Bonaerense, que aloja a la mitad de la población carcelaria del país, se reconocía como evangelista. Acceden a pabellones diferenciados, donde los códigos de conducta son más estrictos y donde se asegura ambientes con menores índices de violencia.

Como ocurre con la mayoría de las organizaciones sociales de fuerte presencia barrial, son fluidas las articulaciones y el diálogo de las iglesias evangélicas con las fuerzas políticas tradicionales, sobre todo del peronismo, el principal movimiento de impronta popular en Argentina, hoy gobernante a nivel nacional y en la mayoría de las provincias y municipios.

Muchos pastores, como también muchos curas católicos, fomentan el interés de su comunidad por la política como herramienta de cambio social, y su cercanía con las masas es un poder de hecho, aunque para nada unificado. Gran parte de la esencia del evangelismo es la carencia de un poder centralizado, como sucede con la estructura de la Iglesia católica.

Hay unas 15.000 iglesias evangélicas entre las que forman parte de Aciera y se calcula que existen 6.000 templos en la provincia de Buenos Aires, distrito más densamente poblado del país, donde vive un tercio de la ciudadanía nacional.

La gran mayoría son iglesias y congregaciones pequeñas, pero las más grandes tienen auditorios con capacidad para hasta 3.000 personas. Las ceremonias, que también son un concierto en vivo y un espectáculo, se alejan de lo solemne para ofrecer una experiencia para lograr en los fieles una vinculación emocional y sensorial. No es casual que una parte importante de los grandes viejos cines y anfiteatros de todo el país se hayan transformado en templos evangélicos.

El diezmo, o el aporte de un porcentaje de los ingresos de los fieles a la iglesia, es algo común entre estas, razón por la que algunas son señaladas por su falta de transparencia y acumulación de riquezas como plataforma de poder.

El 90% del evangelismo en Argentina está conformado por iglesias pentecostales, que a su vez son las que más crecen. Entre estas destaca por su presencia mediática y proliferación de sedes la Iglesia Universal del Reino de Dios, organización importada desde Brasil, donde tiene un enorme peso político, conocida por su programa de TV de transmisión nocturna Pare de sufrir.

Pero también existen minorías bautistas, metodistas, anabaptistas, adventistas, así como las corrientes del protestantismo de tradición europea como luteranos, calvinistas, presbiterianos, anglicanos, entre otros, que poco tienen que ver con el popular neopentecostalismo.

Según una encuesta nacional anual realizada en 2019 por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), 63% de la población de Argentina es adepta al catolicismo apostólico, principalmente a la Iglesia con sede en el Vaticano de Roma, aunque también existen las minorías ortodoxas como la rusa, la griega, la armenia.

El porcentaje de católicos cayó más de 13 puntos en la última década, mientras que el cristianismo evangélico creció de 9% a más de 15% en el mismo período. Solo 19% de la población argentina se declara sin religión, aunque esta proporción aumentó más de 7 puntos en los últimos 11 años.

Cortesía de Frncisco Lucotti Sputnik


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