Fotografía: Santiago Mundt Fierro (Santiago, 1916-1971), conocido como Tito Mundt.
Por Luis Casado
“¿Cómo comprender el maoísmo sin medir, primero, la suma de sufrimientos y de duelos que Mao y los suyos soportaron?” (Alain Peyrefitte – “Cuando China despierte, el mundo temblará”. 1973).
Luego de una misión de estudio en China, Alain Peyrefitte -gran intelectual y destacado ministro y colaborador de Charles de Gaulle– escribió un libro que marcó toda una época.
Corría el año 1973 cuando apareció en las librerías francesas su célebre Cuando China despierte, el mundo temblará.
Sólo la 1ª edición francesa vendió más de 885 mil ejemplares. Luego, las ediciones siguientes y las traducciones a diferentes idiomas hicieron otro tanto. Al día de hoy sigue siendo de lectura obligada para quien desea enterarse de cómo, cuándo y porqué la gran nación asiática se transformó en la potencia que es ahora.
Para darte una idea, Peyrefitte estimó -en 1973- que China le garantizaba un bol de arroz diario a cada chino, lo que constituía un avance inimaginable con relación a épocas pasadas marcadas por la hambruna. Dato que debes contrastar con un hecho no menor: China realizó su primer ensayo de una bomba atómica el 16 de octubre de 1964, en la región de Xinjiang. Para lograr aquello era necesario disponer, ya en los años que precedieron la prueba, de un gran avance científico.
Francia había realizado su primer ensayo nuclear el 13 de febrero de 1960. La prensa parisina celebró el 60º aniversario de la hazaña en 2020, y destacó que Francia había firmado “así la capacidad de la ciencia francesa, bajo la dirección del Comisariado de la Energía Atómica, para concebir una carga atómica. Ese día, en el sur de Argelia (y hasta donde sé, como parte de un acuerdo de De Gaulle con los independentistas argelinos. N del A) los franceses activaron una carga de plutonio que dio 70 kilotones, o sea cinco veces más que la lanzada sobre Hiroshima”.
Como se ve, los chinos no venían muy atrás…
Alain Peyrefitte dice que para ver y entender China había que despojarse de su propia ignorancia y de sus propios prejuicios, consejo que le prodiga generosamente a todos los occidentales mareados por la propaganda del mundo libre.
Usando lo que llama la relatividad histórica, Peyrefitte afirma:
“La China de hoy (1973) solo cobra su sentido si la ponemos en perspectiva con la China de ayer. ¿El viajero constata que la alimentación y los textiles están severamente racionados? (…) Si su comparación es hecha con relación a la China de antes de 1949, constatará que una fuerte proporción de la población pasó de una malnutrición harapienta a la decencia de un mínimo vital.”
Más adelante advierte:
“Muchos analistas políticos, económicos o sociológicos de la China contemporánea tienen tendencia a privilegiar los factores ideológicos y a minimizar los determinismos étnicos”.
Lejos de mí la idea de copiarle a Peyrefitte -me faltarían su erudición, su capacidad intelectual, su bagaje y muchas otras cualidades-, pero sus palabras provocaron en mí una enorme curiosidad.
¿Y si para comprender el Chile de hoy, para que su realidad cobre sentido, tenemos que ponerlo en perspectiva con el Chile de ayer?
Chile no tiene una Historia milenaria, pero desde la llegada de los torvos conquistadores -como les llamó Neruda– en el año 1540, hasta ahora… son casi cinco siglos. Hay laburo.
Desde 1540 hasta la mentada Independencia pasaron tres siglos durante los cuales los habitantes originarios no vivieron precisamente en medio de la papita p’al loro:
No todo fue goloseo, ni carreras ni parás
También hubo cosas malas que en estas coplas no cuento…
(Quelentaro)
En la Biblioteca Nacional encuentras un documento titulado “La esclavitud negra en Chile (1536-1823)” en el cual lees:
“La esclavitud negra fue un régimen laboral forzoso introducido en el Nuevo Mundo para compensar la baja demográfica de los indígenas y, conjuntamente, obtener una mayor rentabilidad económica mediante la explotación de la minería, principalmente de oro y plata.”
¿Por qué se produjo la baja demográfica de los indígenas americanos? La llegada de los conquistadores tuvo el efecto de una epidemia mortal. Chile no fue una excepción. España tenía experiencia y solera en la materia.
El esclavismo estaba institucionalizado. Como veremos, los juristas hacían -ya en esa época- lo que le convenía a los poderosos. En esa tarea no estaban solos: la Iglesia, los teólogos, el clero, también pusieron su granito de arena:
“Desde el siglo XIII que en España existió una extensa legislación esclavista, la cual sirvió de modelo y base para regular la relación entre amos y esclavos en el territorio indiano, incluido el reino de Chile. Así, entre los siglos XVI y XVII, ya en plena colonización americana, diversos teólogos y juristas elaboraron una serie de argumentos para legitimar esta institución.”
Tal práctica no fue transitoria, todo lo contrario. Mira ver:
“En Chile, la esclavitud negra permaneció cerca de tres siglos, desde 1536 hasta 1823, aunque en el conjunto del aparato productivo colonial fue una relación de trabajo secundaria. Durante ese tiempo nunca se impuso como el principal régimen laboral, pues coexistió y compitió con otros de mayor peso como la encomienda, el inquilinaje, el peonaje, la esclavitud indígena, entre otros.”
“Los primeros contingentes de esclavos arribaron a Chile como integrantes de las huestes de Diego de Almagro y Pedro de Valdivia. El rol de los negros durante el descubrimiento y la conquista fue el de sirvientes domésticos y soldados. No obstante, desde fines del siglo XVI, el descenso de la población indígena en momentos en que la economía se volcaba hacia la exportación de productos ganaderos, produjo una severa crisis laboral que fue subsanada, en parte, con la importación de esclavos negros desde África. Lo que en un principio fue un traslado señorial de criados, derivó en una lucrativa actividad comercial, un mercado de abastecimiento de mano de obra que extendió la trata negrera hacia nuestro territorio.”
Lo que sucedió en ese periodo también dejó huellas indelebles en el alma nacional. Es razonable suponer que en ciertas capas de la población -los pudientes, los poderosos- se arraigó la convicción de ser una especie superior.
¿Quedose en nuestro determinismo étnico la práctica del esclavismo?
En un trabajo titulado “El esclavismo en las Américas: diferencias y similitudes. Una breve historiografía vista desde los Estados Unidos, 1947-1972”, me encontré con esta deliciosa descripción:
“Un escritor brasileño del siglo XVIII afirmaba: ‘Brasil es un infierno para los Negros’. Igualmente, en su autobiografía, el ex esclavo cubano Juan Francisco Manzano escribió: ‘El esclavo es un ser muerto’. En fin, en su relato ‘Incidentes en la Vida de una Niña Esclava’, Harriet Jacobs cuenta las palabras de un viejo esclavo que vivía en una plantación de Carolina del Norte, a propósito de su ama que azotaba sus esclavos de la mañana a la noche: ‘Es el infierno en la casa de M’dam. Parece que no puedo salir jamás. Día y noche rezo por morir’. Estos tres testimonios destacan que el esclavismo, practicado en el área cultural lusófona, hispánica o anglo-americana, era una institución dura y cruel hacia los esclavos.”
Mi punto es que, mirando el tratamiento infligido a los trabajadores chilenos en las salitreras, en el carbón, en la agricultura, en la pesca, en la construcción, en la industria y muchos otros sectores, incluso en la actualidad, resulta difícil no ver una suerte de determinismo étnico que facilita la explotación.
Por ahí, un esclavista del norte, Ulrich B. Phillips, osó escribir un libro, American Negro Slavery, “cuyo punto de partida -y de llegada- era que los Negros son naturalmente inferiores a los Blancos y que el esclavismo fue una institución civilizadora para los Negros”.
La mala suerte para los Negros de EEUU fue que, contrariamente a lo que ocurría en Cuba o Brasil, allí nunca fueron considerados como un “ser moral”.
En el norte para ser considerado como un ser humano hay que tener dólares, visto que los yanquis pusieron al Pulento precisamente allí: desconfían de todo y de todos, porque, como dicen… In God We Trust. O sea en el billete.
Entre hispanos y lusos el esclavismo era un simple sistema económico, no un modo de vida. Por otra parte, la Iglesia, que jamás intervino para ponerle término al esclavismo, estimulaba la manumisión como un acto justo y sancionado por la ley divina, lo que hizo de ella una práctica muy extendida en América Latina.
Había que bautizar a los esclavos… ¡Sancta Simplicitas! O si prefieres… Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen.
Según la Santa Iglesia podías ser esclavista, comprar y vender Negros, explotarlos y hacer con ellos lo que te salía de la extremidad del nabo… siempre y cuando los bautizaras. Los portugueses, ¡Ah! a saudade… los bautizaban antes de salir de África.
De ahora en adelante eres un liberto, un horro, un franco, un manumiso, respeta al patrón y todo irá bien… parece haber sido el mensaje de los clérigos.
Después de todo, allá por el siglo I San Pablo de Tarso había dicho:
“Siervos, obedezcan a sus patrones de este mundo con temor y respeto, con corazón sencillo, como quien obedece a Cristo (…) sean como siervos de Cristo, que cumplen de todo corazón la voluntad de Dios”. (F. Portales – Cristianismo y afán de riquezas).
Sin olvidar que en el siglo II el destacado obispo Ignacio de Antioquía urgía a los esclavos a “soportar la esclavitud para gloria de Dios” (F. Portales – Cristianismo y afán de riquezas).
Y ni siquiera fue lo peor…
Como debiese ser sabido, Chile conoció décadas de guerra después de su independencia, prácticamente todas en pos del saqueo, del pillaje, de la colonización y de la competencia entre facciones -gangs, maras, pandillas- para quedarse con la torta. No fue sino hasta bien entrado el siglo XX que el país conoció algo más de 40 años de paz luego de la sublevación de la Armada en 1931.
Una curiosa paz llena de asonadas, complots, golpes de Estado, alzamientos militares, batallas, asesinatos, revoluciones, guerras civiles, luchas callejeras, balaceras en el Congreso, traiciones varias, fraudes electorales, componendas, salvadores de la Patria e HDPs diversos y variados.
En el medio, algunos hombres de limpia trayectoria, de esa que no deja huellas en la Historia nacional, ni la de Inostroza ni la de Encina.
La calificación de Chile como uno de los países más estables y democráticos de América del Sur adolece de algunas inexactitudes que otros que yo pueden abordar con verdadera erudición.
Lo mío va por otro lado, aun cuando retengo que la conquista de Chiloé (1820-1826), las Sublevaciones y/o Revoluciones de 1851 y 1859, la Ocupación de la Araucanía (1861-1883), la Guerra del Pacífico (1879-1884), la Guerra Civil de 1891 y la atroz matanza de Lo Cañas, la Guerra de Chile Chico (1918), para no mencionar las docenas de guerras, combates, batallas y escaramuzas que no menciono, para no hablar de masacres como la del Seguro Obrero, dan cuenta de una cierta relatividad histórica que debiese permitirnos entender que aquellos que tienen agarrado el palito del emboque -o desean recuperarlo-, nunca actuaron en lo que pudiésemos llamar el espíritu de Pierre de Coubertin.
¿Existe en nuestros cromosomas, en la información genética heredada de la vieja y puta Europa un componente estructurante de nuestro patrimonio étnico que nos lleve a disfrutar -como al malo de la cabeza llamado Friedrich Nietzsche– de la desgracia ajena?
Una vez más… visto en perspectiva, ¿será que nuestra raigambre cristiana define y determina para el patrón y el pringao el comportamiento de cada uno de ellos? La mala leche, el descaro, la voracidad, la falta de escrúpulos de una parte… y de la otra la tan ansiada sumisión: Sí jefe, lo que diga jefe, ahora mismo jefe…
Muy temprano el cristianismo abandonó a Cristo, y se acercó a los poderosos. En el siglo IV la Iglesia se ajustó al marco del Imperio Romano adoptando sus métodos. Así llegó la época siniestra en la que -como describe Hans Küng -teólogo suizo- en su libro Ser Cristiano– “La Iglesia suscitó más verdugos que mártires”.
A propósito del antisemitismo hitleriano, Küng aporta la siguiente precisión:
“Signo vestimentario distintivo, exclusión de ciertas profesiones, prohibición de matrimonios mixtos, expolios, campos de concentración, masacres, cremaciones, ninguna de estas medidas era nueva; todas se encuentran ya en la Edad Media, llamada cristiana”. (Ser Cristiano. H. Küng. Ed. Seuil. 800 pág.)
No sólo Hans Küng, sino numerosos autores cristianos -como Henri Guillemin– denunciaron la deriva de la Iglesia como instrumento de los poderosos. No es descabellado pensar que algo de todo aquello impregnó a la clase dominante en Chile.
Para más inri, leyendo a JP Cárdenas se me despercudió la memoria. Juan Pablo afirma, con razón, que la política en Chile tiene mucho de negocio.
En realidad nunca tuvo nada de pirque.
Un pirquinero es un minero que extrae mineral en forma artesanal y trabaja de manera independiente. El pirquinero se remunera de y con su trabajo. Hasta donde uno sabe ninguno de ellos llegó a controlar La Escondida, la Anglo-American, la Antofagasta PLC, ni siquiera Los Pelambres o la pinche SQM.
Aunque parezca extraño, saber extraer mineral no es lo importante, lo importante es ser un avezado vendedor de lo que no es tuyo, o sea un político. Así puedes vender la Previsión, la Salud, la Educación, el Mar, los salares, las entrañas de la tierra y un gran etc..
En una nota de Juan Pablo, Ser Alcalde, un buen negocio, uno lee lo que sigue: “ser alcalde les da a sus titulares una magnífica posibilidad de corromperse y enriquecerse personalmente…”
Ahí sentí un chispazo, una suerte musiquilla en plan zouk-lambada-bachata en mis neuronas: lenta, cadenciosa y sabrosona, y no menos precisa e insistente.
Yo no lo conocí, pero leí mucho a Tito Mundt en mis años mozos. Una frase, una página de uno de sus libros -leído hace exactamente 60 años- reapareció ante mis ojos, imposible olvidarla. Si el nombre de Tito Mundt no te dice nada y te resulta tan desconocido como a mí la chapa de Jackson Pollock, Man Ray o Edward Hopper, te aclaro el panorama, pon atención.
Santiago Mundt Fierro (Santiago, 1916-1971), conocido como Tito Mundt, fue un periodista a la antigua, o sea que leía de corrido y mucho, sabía escribir y hablar sin faltas de ortografía y había integrado a cabalidad la más sencilla estructura gramatical, eso de sujeto-verbo-predicado. Visto lo cual jamás necesitó hablar o escribir con boludeces inclusivas, gracias a lo cual fue comprendido por quienes tuvieron la oportunidad de leerle o escucharle.
Según los chupas -subespecie nacional caracterizada por dispensar alabanzas a diestra y siniestra ‘porque no hay que ser weón, uno nunca sabe’-, fue uno de los grandes cronistas de la segunda mitad del siglo XX y el primer reportero internacional en la historia del periodismo local, lo que no está lejos de la verdad pero que como retrato se queda corto.
Lo cierto es que escribía bien, era muy entretenido, te embob-bía y aún te embueb-be, como dicen los cubanos, y en un par de frases magistrales retrataba fielmente a los personajes que describía. En un par de páginas traza una semblanza de Mon Général que vale el desvío, e incluso osó escribir un libro sobre De Gaulle, lo que muestra que no le faltaban agallas.
No sé si porque -a pesar de sus orígenes teutones- era, o se sentía muy chileno, nunca escribió nada crítico sobre nadie. Como hubiese dicho él mismo Tout le monde il est beau, tout le monde il est gentil.
Los tipos eran como salidos de un tango apache, las minas una señoras espléndidas, bellas, buenas madres, fieles, admirables en todo sentido, y los niños rubiecitos, limpios, simpáticos y bien educados. Tal vez era un reflejo profesional: si escribes cosas desagradables nadie te dará una entrevista. Por otra parte, ya en esa época la prensa le pertenecía a los poderosos, ergo, tenías que llevarte bien con el trompa.
Para Mundt la pobreza y la miseria no existían, o no la veía.
Excepto para situar la querida chusma -como decía su admirado León de Tarapacá– como claque de tal o cual candidato o murga digna de desfilar en el Entierro de la Sardina en los carnavales de Tenerife.
¡Bravo, qué bien habla!, exclamaba Condorito escuchando a los padres de la patria, puede que Pepo se lo haya copiado a Tito Mundt.
Los 300 personajes, o personajillos, que describe en Yo lo conocí eran todos geniales, futuros premios Nobel, firmes candidatos a la canonización, y a descansar en el Panteón si en Chile hubiese alguno.
A Mundt todos le parecían admirables, de Fidel a Hitler, sobre todo Hitler, pasando de Francisco Franco y Juan Domingo Perón a Víctor Haya de la Torre y Gabriel González Videla, de un Pablo a otro Pablo, para no mencionar a Vicente Huidobro y una jartá de escritores chilenos injustamente olvidados, todos maestros de las letras castellanas, autores de obras inmarcesibles, sublimes, criselefantinas: esculpidas en oro y marfil.
Razón por la cual Tito Mundt siempre terminaba tomándose un cafecito en casa de los pudientes, o de los famosos, no lo digo yo, lo cuenta él mismo.
Practicar un periodismo complaciente y melifluo jamás le generó la más mínima duda deontológica por lo que -supongo- vivió y murió feliz en el país que aún no era calificado por el malogrado delincuente que murió ahogado en el lago Ranco como un “oasis”.
Los únicos grupos políticos que le resultaron indigestos -a pesar de su pronunciada diabetes mental- fueron socialistas y comunistas.
En 1956 -año en que se reunieron en Brioni (Croacia), Nasser, Nehru, Sukarno y Tito, principales dirigentes del Movimiento de los Países No Alineados –antes de que el Imperio los alineara a todos-, Tito Mundt recibió el Premio Nacional de Periodismo.
Como ese Premio Nacional había sido creado en 1954, solo dos colegas suyos lo habían recibido antes que él en la mención Crónica: Luis Hernández Parker y Hugo Silva.
Tito Mundt nació en el seno de una familia de inmigrantes alemanes que vino en 1916, tú ya sabes, de esos inmigrantes que vienen a comerse el pan de los chilenos y a desatar la delincuencia. En su descargo se puede decir que los alemanes -para variar- estaban perdiendo una guerra, no todo el mundo es tan patriota como Bismarck.
Tito Mundt estudió en la Deutsche Schule de Santiago (no le puedes pedir peras al olmo…) cuyo subdirector…
“Hans Fachman, con la cara cortada por los viejos duelos estudiantiles (!!) había sido el nº 14 en el Partido Nazi alemán y amigo personal de Hitler en los días anteriores al putch (sic) de Munich en 1923” (Tito Mundt. Las banderas olvidadas).
Como cuenta Mundt, allí, en la Deutsche Schule, tuvo “profesores sensacionales”.
“En el Deutsche Schule (sic… en alemán es die Deutsche Schule, o sea la, género femenino) el Director era Moritz Tschenke, que había sido ayudante de Von Hindemburg (resic… el tipo se llamaba Paul Von Hindenburg, con “n”) en la primera guerra mundial, y al verlo avanzar majestuosamente por los pasillos del colegio daba la sensación de estar escuchando a lo lejos el ‘Deutschland, Deutschland über Alles’ y verlo a él mismo con el casco puntiagudo y el águila imperial en medio de la nieve rusa.”
Mundt olvidó que la ni la estepa ni la taigá rusas fueron muy amables con los invasores, ya fuesen vikingos, cumanos, kipchaks, mongoles de Gengis Khan o bien franceses, polacos, prusianos y otros mercenarios de Napoleón o, por último, los alemanes de Hitler. Allí, lejos de la Unter den Linden no los salvó ni siquiera Lili Marleen…
Como quiera que fuese, con profesores como esos, cualquiera, incluso Tito Mundt, corre el riesgo de terminar como un LP 33 tours: un pelín rayado. Tal vez por eso lo mudaron al Liceo de Aplicación.
Más tarde, en 1933, ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile donde estuvo sólo tres años, gracias a lo cual -dice una teoría- salió razonablemente sano de la cafetera.
Mundt era un tipo sensible. Llevado por sus inquietudes sociales, la coyuntura política de la época y la relectura de Main Kampf, contribuyó a fundar junto a Jorge González von Marées el Movimiento Nacional-Socialista de Chile, partido político cuyo proyecto era antidemocrático, anti-liberal y autoritario, inspirado en el fascismo italiano y el nazismo alemán.
Como sus homólogos europeos levantaban la mano derecha -con la palma hacia delante- a la altura del hombro y gritaban: ¡Heil!
Todo esto no fue óbice ni obstáculo para que en la introducción a su libro Las banderas olvidadas, Luis Domínguez, de la revista Ercilla -publicación fundada por el poeta franquista José María Souvirón-, escribiese una mentira grande como una casa que ni Mundt ni nadie desmintió:
“Mundt … siempre está interesado por la política, y nunca ha militado en partido alguno, siente fanatismo por Chile y, no obstante, viviría en Madrid y charlaría con Emilio Romero, según su expresión, el más inteligente de los españoles de hoy (escritor y jefe del ala izquierda de la Falange)».
Para tus archivos, he aquí un resumen de la biografía del más inteligente de los españoles:
Emilio Romero… Está considerado como uno de los principales periodistas del franquismo (…) Claramente identificado con el Régimen franquista, a lo largo de la dictadura también actuó como censor (…) Emilio Romero fue procurador en las Cortes franquistas (…)
Los chilenische nazistische kameraden tenían un diario, Trabajo, donde Mundt se inició en las labores periodísticas: no todos podían comenzar en Berlín en Der Stürmer.
La doxa pretende que Mundt plasmó en su libro Las Banderas Olvidadas la experiencia vivida en esos años. Para mí -que lo leí más de una vez- allí llora desconsoladamente la derrota del fascismo, pero tú ya sabes: no todos leen lo mismo en las mismas páginas.
Junto a sus devaneos nazistoides Mundt se dedicó al periodismo, sin abandonar del todo sus antojos fascistas. En 1965 escribió en su libro Yo lo conocí esta gran revelación:
Mussolini quiso hacer de Italia una gran potencia, una nación de primera línea, una especie de nuevo Imperio Romano entre el 22 y el 45, pero le fallaron el material, la arcilla, el ladrillo, el mármol y el cemento (…) Mussolini murió de pie. Murió junto a Clara Petacci, fusilado por un pueblo que le quedó demasiado chico; pero en mi último viaje, en 1960, a Italia, me di cuenta de que es recordado aún por los bambini de Italia, los estudiantes universitarios, los antiguos soldados, los veteranos de dos guerras, los cocheros de la Plaza Colonna, los guardias que se pasean cerca de la Fontana de Trevi y en algunas calles sombrías de Milán, Pisa, Florencia y Nápoles.
Lo que no tiene nada de extraordinario. Si algunas almas atascadas en el Purgatorio todavía recuerdan al Duce, en Chile, Joaquín Lavín, Pablo Longueira, Antonio Kast, Evelyn Matthei y otros ectoplasmas aún no logran olvidar al Capitán General de mis dos.
Su laburo llevó a Mundt a viajar por diferentes países del mundo, entre ellos la Unión Soviética, China, Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña, donde tuvo la oportunidad de conocer destacadas figuras de la época. Las cuales, sumadas a una nutrida lista de intelectuales criollos y a la ya consolidada clase política chilena, le permitieron cometer sus ya mencionados libros Las banderas olvidadas (1964. Ed. Orbe) y Yo lo conocí (1965. Ed. Zig-Zag).
En Yo lo conocí encontré estas lastimeras y llorosas palabras que evocan a quién, sin duda, tanto admiraba:
«‘El testamento de Hitler’, por ejemplo, es una exclusividad absoluta en el mundo, y ésta es la primera vez que llega a un libro impreso. A través de él, el Führer habla como si yo hubiera estado aquella trágica tarde de 1945, cuando avanzaban los tanques rusos sobre Berlín y él ya pensaba en el suicidio.
Son sus últimas palabras vacilantes a Martin Bormann, sus postreras declaraciones, que lanza como un salivazo hacia la historia pensando en el sombrío mañana».
¡Benditos tanques rusos! ¡Благословенные русские танки!
Lo digo en serio, no es chanza. No podría cachondearme de un tío que agrega ipsofactamente:
«No conocí a Mussolini, pero estuve en el sitio exacto en que lo colgaron vilmente los mismos que lo habían ovacionado durante veinte años…»
Mundt, gran periodista, fue víctima de sus pasiones.
Quién se cargó al Duce fue Walter Audisio, un partigiano comunista italiano que más tarde fue senador. Benito Mussolini intentaba fugarse hacia la frontera Suiza -país a través del cual huyeron tantos nazis alemanes al final de la II Guerra Mundial-, rodeado de sus últimos gomas, incluyendo a Clara Petacci.
Il Duce fue atrapado el 27 de abril y muy sumariamente ejecutado el 28 por el partigiano comunista que te cuento, en la aldea de Giulino di Mezzegra, en Italia del norte.
Si vas hasta allí, verás que hay una cruz y un marco que contiene dos fotos: una de Benito y otra de Clara. Unas animitas…
¡Benedetto partigiano piemontese!
A propósito… de seguro sabes que en Chile -entre otras- tenemos una significativa comunidad italiana, cuyos antecesores no dejaron la península sólo porque deseaban vender gnocchis alla sorrentina en América del Sur.
Paciencia, hurgar en el Chile de ayer lleva tiempo.
Tiempo gracias al cual va apareciendo la profundidad de nuestras raíces, y todo el bien que le han hecho a la conformación de nuestra identidad y a las inmejorables cualidades de nuestra etnia…
Todo lo que precede proviene de un destello de la memoria, y reflotó -como queda dicho- al cabo de 60 años gracias a una nota de JP Cárdenas.
No sabía a ciencia cierta si eso estaba en Yo lo conocí, o bien en Las banderas olvidadas. Me procuré pues los dos textos en formato electrónico en la Biblioteca Nacional de Chile, y tuve la sorpresa y la alegría de constatar que ambos llevan la marca indeleble de la biblioteca personal de Alejandro Chelén Rojas, a quien tuve el honor, el placer y la ventaja de conocer y admirar.
No sólo: en una ocasión me las arreglé para ser admitido en su biblioteca y quedé impresionado por la cantidad y la variedad de las obras que allí pude ver. Durante sesenta años guardé la imagen de las estanterías en mi memoria como otros atesoran una imagen sagrada.
Pude pues releer ambos libros y verificar en Las banderas olvidadas que mis recuerdos de adolescente siguen frescos como el agua de vertiente. Esto es lo que quería mostrarte. ¡Atento el personal!
Mi hallazgo tiene que ver con Raúl Marín Balmaceda, escritor y político, miembro de la Junta Ejecutiva del Partido Liberal, sobrino del presidente José Manuel Balmaceda. Varias veces diputado por la circunscripción de La Serena, Coquimbo, Elqui, Ovalle, Combarbalá e Illapel y luego senador, asumió eminentes responsabilidades. Entre ellas, presidió la delegación chilena al I Congreso Panamericano de Historia celebrado en Madrid en octubre de 1949, en plena dictadura franquista. También representó a Chile en el II Congreso Anti-soviético, realizado en Río de Janeiro en 1955. Fue miembro del Club de la Unión, o sea un pijo como se pide.
Tito Mundt cuenta en la página 97 de su mencionado libro:
Un día me encontré en la calle con Raúl Marín Balmaceda. Eramos amigos a pesar que pensábamos en política en forma diametralmente opuesta.
Raúl me dijo:
Mira, acompáñame a la oficina que te voy a mostrar algo que a ti -que te encanta la historia y que le tienes tanta admiración a Balmaceda- te va a gustar.
Allí sacó misteriosamente de la caja de fondos las colleras de oro del presidente mártir, la banda tricolor (que más tarde le fue regalada a Ibáñez) y finalmente una carta de la época de la revolución que decía textualmente en una parte: “Me pides que ceda ante el Congreso. Ya no es tiempo. Ahora es época de lucha y de balas…”
Luego levantando la voz, Raúl continuó:
Mira esta libreta privada del Presidente. Lee:
Y leí lo siguiente: “Lista de diputados y senadores de Gobierno. Lista de congresales de oposición…”
Y luego, en forma teatral, Raúl me agregó:
Mira lo que dice la página siguiente.
Y efectivamente leí, con los ojos cuadrados de la impresión:
“Diputados y senadores de oposición COMPRABLES Y EN CUÁNTO”.
Traté de leer rápidamente la libreta, pero Raúl me tapó la página diciéndome:
No viejo. Eso no. En esta lista está la mayoría de los abuelos de mis amigos y colegas actuales.
Lo que me permite añadir otro elemento étnico a la hora de considerar lo que determina la venalidad de nuestra costra política parasitaria. En la caja de herramientas de los políticos chilenos se cuenta el no asumir la responsabilidad de lo obrado y cobrar por ello. En fin, cobrar. En cualquier caso.
La venalidad de los políticos chilenos tiene solera, antigüedad, abolengo, prosapia y raigambre. Forma parte de la información genética que se transmite de generación en generación. Es una heredad cromosómica.
Si -siguiendo el consejo de Alain Peyrefitte- para entender el Chile de hoy lo ponemos en perspectiva con el Chile de ayer… Si consideramos los determinismos étnicos… ¿Cómo podemos sorprendernos de la sorprendentemente amplia, constante, activa y perversa influencia que ejercieron las ideas y las prácticas autoritarias, fascistoides, neonazis, racistas, violentas y discriminatorias que han acompañado la Historia del país de 1540 en adelante?
¿Cómo ignorar la voracidad de los conquistadores primero, de los “criollos” más tarde, las ansias de saqueo y pillaje, el deseo de trepar, de elevarse y devenir rico gracias al trabajo y al sacrificio ajeno?
Desde luego hay excepciones que no hacen sino poner de relieve la pequeñez, la mediocridad, la falta de honradez moral e intelectual de la “elite” chilensis.
Tito Mundt ofrece un ejemplo, el de Marmaduque Grove, descrito con sus propias palabras:
Grove fue capaz de crear con sus propias manos el Partido Socialista… (…) y fue poco a poco siendo archivado en el arcón de los recuerdos políticos y un día desapareció sin pena ni gloria.
¿Sin pena ni gloria?
No creo. Con pena y gloria. No renunció nunca a lo que había pensado. No traicionó. No se vendió. No se entregó.
(…)
Estaba hecho de una madera simple y eficaz, y, por encima de todo, lo dominaba una increíble y admirable honradez. Pobre y honesto a carta cabal, creyó cosas que no eran de este mundo, y en un país como Chile, donde hay que ser sumamente de este mundo y donde la vivacidad, la rapidez mental, la diablura y otras cosas son indispensables para dirigir un país, estuvo siempre un poco fuera de foco.
Mundt utiliza un lenguaje elíptico, metafórico, envaselinado… para llamar “vivacidad” la pillería, “rapidez mental” la destreza del punga, “diablura” lo que no es sino falta de honestidad, de vergüenza, de decencia y de recato.
Marmaduque no estaba en esa…
Tito Mundt no puede sino resignarse y proclamar -¡en el año 1964!- que con el tiempo:
«Ni los radicales eran de izquierda, ni se cumplían los programas. Lo que triunfó fue un arribismo disfrazado de izquierdismo, y los nuevos ricos partían a Zapallar y entraban oficialmente a la diplomacia y a los negocios. El país no cambió de alma, sino de smoking…»
No Tito Mundt, no el país, sino sus pretendidos dueños, sus controladores, sus explotadores, la pandilla privilegiada que concentra la riqueza y el poder. Esa “elite” mediocre y cutre que ya ni siquiera pretende interesarse en la cultura, el arte o la Historia.
¿Qué queda de la decencia y de la sublime honradez de Marmaduque Grove? ¿Qué del ejemplo imborrable, señero e inmortal de Salvador Allende? Un puñado de negociantes de feria, una murga de tristes payasos venales, sin honor, sin dignidad…
Parece haber triunfado el determinismo étnico.
En la perspectiva histórica -que cubre casi cinco siglos- se ve que terminaron predominando los instintos primarios, esos que animaron a algunos castellanos muertos de hambre que atravesaron océanos para encontrar Jauja.
Y a una masa de inmigrantes entre los cuales primaron los portadores de tics colonialistas y nazi-fascistas.
Sea lo que sea lo que nos reserva el avenir, de aquí partimos.
Por Luis Casado
Columna publicada originalmente el 9 de abril de 2024 en Politika.
Fuente fotografía de cabecera: Memoria Chilena.
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