Los mismos que le negaron durante veinte años consecutivos la sal y el agua a la democracia: el pluralismo informativo; hoy, rasgan vestiduras. La Concertación por la Democracia nunca concibió al periodismo como un elemento consustancial de un sistema político que considera que para poder funcionar, su condición sine qua non, es una ciudadanía bien informada. Desertores en este plano de los ideales democráticos y complacientes en la práctica con los medios de la derecha, el concertacionismo optó por desechar la oportunidad de dotarse de una estrategia mediática y comunicacional al servicio de los valores ciudadanos. Fue así como perdieron la ocasión de posicionarse en el dispositivo de información para librar una batalla tan vieja como las guerras destructoras: la lucha de las ideas y la consiguiente conquista de los espíritus y corazones.
Uno de los gurúes concertacionistas, el sociólogo, lobbista y empresario, Eugenio Tironi, sintetizó la estrategia de la entrega ideológica a la derecha en una archi repetida frase lapidaria; para ellos. Ahora, con un empresario mediático-presidente adorado por la prensa oligárquica y tradicional; sin medios ni política de comunicaciones, el pánico cunde en la coalición desalojada. Obvio, también pierden una confortable trinchera oficial: La Nación. Éste fue el único medio nacional que, pese a su obsecuencia y profesión de fe en política editorial con el oficialismo, constituyó, pese a su sesgo partidista, un lugar donde muchos profesionales practicaron el periodismo de investigación con coraje y maestría.
Un paréntesis. Que La Nación siga, pero, que se vayan los editorialistas y que se queden los periodistas. ¿Y por qué no? La dirección puede ser asumida por un comité de periodistas. ¿No hay que innovar? Eso ya se ha hecho en varias democracias cuando la libertad de prensa está amenazada por los monopolios periodísticos y en este caso pesa la amenaza de cierre por parte del magnate-presidente.
Las mentalidades conformistas de los líderes de la coalición desalojada del Gobierno por la derecha, consideraron que la diversidad de opiniones equivalía al temido caos y al desorden civil y, que por lo tanto, lo prioritario era proyectar la imagen de guardianes del orden postdictadura. Recordemos. Guiados por los imperativos de la transición pactada, motivados por los miedos aprehendidos o reales al fantasma militar y, en medio de una elitista “democracia de los acuerdos”, insignes transitólogos concertacionistas como Enrique Correa, liquidaron desde La Moneda misma, con gritos y amenazas, a los medios (Causa, Análisis, Fortín Mapocho, etc) que habían sido el orgullo de la oposición democrática a la dictadura, de reconocimiento mundial.
La dimisión de dotarse una política comunicacional democrática y pluralista, significó en la práctica, cederles el poder de informar (acrecentándolo aún más) a la derecha y a sus conglomerados, Copesa y El Mercurio. De paso, se les negó a las jóvenes generaciones de periodistas los medios (en los dos sentidos) la posibilidad de aplicar en la vida política y social los ideales de la profesión (la búsqueda y la difusión de la verdad, según los estatutos de todas las organizaciones de periodistas del planeta).
Lo peor. En el Chile de la democracia de los acuerdos binominales se hizo tabla rasa del origen y papel democrático del periodismo. La de ser los infatigables “perros guardianes” (les chiens de garde) de la democracia y los proveedores de un derecho colectivo fundamental: el derecho a la información. Por lo mismo, el monopolio informativo de la derecha es un dispositivo mediático que inocula pensamiento único. No se trata sólo de una temática de vergüenza nacional o de falta a la ética de la información (equilibrio, pluralismo, contextualización, fuentes sociológicas diversas, etc) sino que además será un motivo de permanente provocación a la ciudadanía. En efecto, las ocasionales rabietas editoriales de la prensa oligarca acerca de la libertad de prensa en otras latitudes no duran mucho. Cuando se escupe hacia el cielo ….
Ya desde sus inicios en el siglo XVII los ciudadanos y demócratas comprendieron que el manejo de la información es vital en el ejercicio del poder. La prensa y la información democrática fueron siempre concebidas como un antídoto contra las tentativas del poder de manipular y ocultar sus movidas; esconder el juego y los intereses de los actores políticos y, por último, practicar la desinformación programada que impide el desarrollo de la vida democrática y el ascenso de los actores populares a la escena política.
Bien sabemos hoy que buena parte de la popularidad de la presidenta Bachelet se debe a la técnica mediática aceitada durante los dos gobiernos de G.W. Bush por los asesores en comunicación de la Casa Blanca y copiada por sus émulos de La Moneda.
La táctica que consiste en crear un dispositivo de blindaje comunicacional para controlar la información, tiende a administrar en sus más mínimos detalles las conferencias de prensa (exigencia mínima: las preguntas deben entregarse antes a los asesores) o, en su defecto, coparlas con periodistas afines y dóciles y por último, amedrentar psicológicamente a los profesionales que preguntan demasiado. Tales prácticas antidemocráticas se han impuesto como un modelo a seguir en todas las llamadas democracias occidentales (es el tema de un film inglés). Consecuencia: el equipo comunicacional de Piñera, ni lerdo ni perezoso, también aplica y mejora la misma receta, tan eficaz, pero menos onerosa políticamente que la desinformación y la censura.
Por suerte han penetrado la escena mediática quienes han practicado durante años con coraje, audacia, compromiso y espíritu crítico, la libertad de pensamiento y opinión sin condiciones. Son tres los medios alternativos (hay otros), auténticos bastiones de la democracia participativa, que gracias al trabajo cotidiano de sus artesanos y editores, sin apoyo gubernamental y venciendo los obstáculos de una sociedad mercantil donde la información misma es una mercancía para aumentar el tiraje y obtener publicidad, han logrado forjarse, sin estridencias, un lugar entre los de abajo; entre los ciudadanos críticos.
Los tres han dejado su huella en la circulación libre de la información y en la red plural. La que disputamos cada día a los medios dominantes de los ricos y poderosos. Gracias a elciudadano.cl, a elclarin.cl y a generacion80.cl —por orden alfabético— por existir; gracias por vuestro trabajo. Mis saludos y agradecimientos se extienden, por supuesto, también, a Punto Final.
Por Leopoldo Lavín Mujica
B.A, Majeur en Journalisme et mineur en Philosophie, M.A. en Communication publique de l’Université Laval, Québec, Canadá