Los indígenas tupís le llamaban ‘Ibirapitanga’. Los colonos portugueses, fascinados por su resina del «color de las brasas», lo bautizaron como ‘Pau Brasil’ (palo brasil). Con el tiempo, el árbol acabaría bautizando a esta nación sudamericana, que conmemora cada 3 de mayo en su honor.
Cuando los portugueses llegaron a las costas de lo que hoy es Brasil en 1500 no encontraron oro ni metales preciosos, pero sí una madera de enorme valía. El palo brasil se usó para teñir de rojo los linos, las sedas y los algodones de los palacios europeos. El rojo era el color del lujo en las cortes del Renacimiento, y la Corona portuguesa rápidamente se hizo con el monopolio de la extracción de esta madera.
Durante al menos 30 años, los portugueses no sacaron de Brasil otra cosa que este árbol, y según algunos historiadores, en 300 años se talaron siete millones de ejemplares de esta especie, unas 3.000 toneladas al año. Los indígenas eran forzados a realizar el trabajo duro a cambio de cuchillos, navajas, espejos o pedazos de telas, llevando la madera hasta los barcos portugueses anclados en la orilla.
El nombre de un país
La tierra conquistada por Pedro Álvares Cabral en los albores del siglo XVI tuvo varios nombres (Tierra de Santa Cruz, Tierra de los Papagayos…), pero a partir de 1512, con la introducción del producto en el mercado internacional, el término Brasil pasó a denominar oficialmente la América Portuguesa.
El «cambio» de nombre en favor del árbol sucedió de forma natural, pero escondía una disputa compleja entre el poder espiritual y el material, como recuerdan en el libro Biografía de Brasil las historiadoras Lili Schwarz y Heloisa Starling.
Joao de Barros, por ejemplo, considerado el primer gran historiador portugués, lamentaba que se diese más importancia «a la madera que tiñe paños» que «a la madera que tiñó todos los sacramentos que nos salvaron, por la sangre de Cristo que en ella fue derramada».
Estos árboles, que se cubren de flores amarillas entre octubre y noviembre, pueden llegar a medir 30 metros de altura en la selva nativa. No hay que confundirlos con el Tronco del Brasil o Palo del Brasil, con el que en muchos países de habla hispana se denomina a unas típicas plantas de interior muy comunes en la sala de espera de los dentistas.
En peligro de extinición
Su madera es lisa y dura y una de las de mayor calidad del mundo. Está consideraba incorruptible, pues apenas es atacada por insectos. A día de hoy, aún se usa para fabricar arcos para violines, pero bajo estrictos controles. En 2018, el Ibama, la policía ambiental brasileña, confiscó más de 20.800 arcos hechos de forma ilegal.
Y es que el verdadero palo brasil (su nombre científico es Caesalpina Echinata) es tan imponente como escaso. La tala masiva que sufrió a manos de los portugueses prácticamente lo abocó a la extinción. Es muy difícil encontrarlo en los resquicios de «mata atlántica» que aún cubren la costa de Brasil, un bioma históricamente amenazado por la intensa presencia humana.
Desde 1992 está en la lista oficial de especies de flora en peligro y hay varios proyectos de reforestación, sobre todo en los estados de Pernambuco y Bahía (noreste del país). En 1978, el palo brasil fue declarado árbol nacional.
Cortesía de Sputnik
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