Recuerdo las jornadas solidarias cuando ocurrieron las inundaciones en los ochenta. Don Francisco, como rostro y líder de la Teletón desde fines de los setenta, repitió ese rol en esos sucesos de la naturaleza. Seguramente, cada vez que ocurre una catastrofe natural se piensa en su figura y su liderazgo solidario. Con el terremoto del 27 de febrero, volvió a suceder. Nuevamente, surge la falacia del Chile solidario. Todos somos solidarios, justos y buenos cuando la sobrevivencia está en juego. Eso ocurre, en todos los rincones del planeta.
Resulta evidente, por tanto, observar que en el contexto de un Estado jibarizado y subsidiario como el que se construyó con el pinochetismo neoliberal, fueran los ciudadanos los que asumieran el papel solidario y de apoyo material que el Estado había dejeado de tener y ejercer. Han pasado los años y el Estado chileno comienza lentamente a hacerse fuerte. Ya se habla de la “red de protección social” que se ha ido consolidando. No obstante, hemos visto una nueva jornada solidaria en respuesta al terremoto que devastó la vida de miles de chilenos.
No se puede criticar ese acto de voluntad generosa. Lo que quiero criticar y condenar no sólo es la farandulización que se hace con el dolor, sino también el negocio que surge de ese hecho. Comienzo.
Qué curioso, los que embrutecieron y empobrecieron a nuestro pueblo hoy se transforman en los guías soliarios y espirituales del dolor; los que ayer estaban en el paróximo de Viña y en el hedonismo pleno, hoy se transforman en la bondad mercantil; los que ayer llenaban sus bolsillos de dinero a costa de la estupidez egoísta, hoy se convierten en los salvadores de la devacle; los que ayer dijeron farándula, hoy se erigen como los dioses del bienestar.
¿Cómo podemos vivir entre tanto engaño? Finalmente, el dolor y la miseria encubierta por la jornada solidaria se transformó en lo que no es; en otra forma de engañar el estómago carente.
Levantemos Chile para seguir explotando y siendo esclavos del capital y sus dueños. Uno de ellos, hoy es Presidente de Chile.
Por Alejandro González LLaguno