Para algun@s, especialmente aquell@s que transitan por el imaginario de la música y de todo lo que suena, entenderán qué significa y cómo opera el ruido blanco. Ellos y ellas saben que esa frecuencia sonora frente al oído humano, es una forma de letargo, una invitación a restarse, a someterse a un estado lejano de la premura. Ahora que vengo llegando del centro con toda su paleta de ofertas y rebajas, me quedo silente mirando unos chicles caros que compré justo antes de pagar el pan y el chancho en el supermercado. La verdad es que ni me di cuenta de cómo aposté por pagar esos chicles. El envase es tan lindo y tan vistoso, que termino por justificar mi innecesaria compra. Lo de ese ruidito es cierto.
Cuando se es adulto, un hueón grande, jugando con las reglas que le tocó vivir nomás, aparece un secreto impulso de supervivencia en el que se termina por bancar las mañas y aceptar aunque sea en una mínima forma, las decisiones del cómo vivir que se nos han sido impuestas. Desde las deudas hasta los excesos, ser adulto conlleva una forzosa urgencia que se traduce en un permanente hacerse cargo. Y en ese trabajoso escenario, resulta que muchas veces –los de siempre- nos pasan goles y puñetazos, porque es evidente que muchos terminamos trabajando tiempos gratis, regalando sonrisas a quienes no lo merecen o robándoles tiempo a quienes nos esperan en la casa.
L@s nuev@s vigías
Hace algunos días apareció el resultado de la encuesta Adimark que mostraba un 47% de desaprobación a la gestión de Bachelet. Puntos más, puntos menos, el dato deja a la luz una sensación que se ve cuando se vive entre la ciudadanía, cuando se es esa ciudadanía. Y aun cuando las bengalas de Nueva Constitución y de reformas gravitantes como la Educacional y la Tributaria, fueron lanzadas en el tiempo de campañitas y llaveros y apuntaban a hacerse cargo del verdadero origen de nuestro desigual presente, la mera es que el clima de lo injusto impera y atraviesa a muchos y muchas de quienes habitamos esta gran casa.
El poder ejecutivo, el legislativo y el judicial, aparecen instalados para vari@s como el ordenamiento lógico, como la suprema estructura que debe ser capaz de velar por un panorama sensato, justo y en sintonía con nuestras necesidades y sueños. Luego se habló de que el periodismo era un valiente cuarto poder que se erguía como un vigía que nos cuidaba y que visibilizaba las carajadas cometidas por algun@s que eran parte de los otros tres. Estoy seguro de que fue así, sin embargo, aquel celador que harto rato se ocupó de hacer la pega, hoy muestra en muchos flancos torpezas y desatenciones, trabajando la mayor parte del tiempo en nimiedades o en evidentes concesiones acomodaticias con el patronaje.
Y ahora, mientras saboreo el ondero chicle que compré en el automatismo del consumo, saco el molde –y sé que no es novedad- de que la figura del ciudadano y la ciudadana terminó por cumplir el rol de agitación e incomodidad ante el abuso. Ver arder el Palacio de Gobierno de Chilpancingo allá en México tras el asesinato de los 43 estudiantes normalistas, ver cómo los usuarios de nuestro penca sistema de transporte funan calles y avenidas ante la inoperancia, observar desde una idiotizante distancia cómo los sujet@s del otro Chile resisten en su forzoso periferismo, los palos del poder trazados desde el palacio ubicado en la Alameda, entre Morandé y Teatinos, son la potente postal que sulfura a la hegemonía y termina por quitarle el sabor a mi insulso chicle y anular la presencia de algo parecido a un ruido blanco.
Sin audífonos
Justo ahora, en medio de la madrugada capitalina, regreso de una caminata por el centro. Buscaba una idea, una escena que me permitiera terminar este juicio. Llegué hasta la Plaza de Armas y me propuse no colgarme ningún audífono que pudiese disfrazar este caminar. Caleta de pendejas y pendejos en actitud de trabajo y explotación, caleta de sincasa, caleta de borrachos eran los protagonistas de este periplo. Y cuando volvía, se me aparecía la idea de que tras este comentario puede quedar un olor a queja imberbe, afiebrada o gratuita y la verdad, es que siempre es preferible el movimiento, el riesgo y la problematización frente a la embrutecedora comodidad.
Veía la Moneda y convencido pensaba en el adormecimiento que ronda a este palacio –con minúscula- a media luz y lleno de policías, que termina por olvidar y pegar en donde más duele a mi vieja profe con una jubilación vergonzosa allá en ese herido Coronel; que termina pegándole a mis estudiantes que ni ven a sus viejos porque tienen que destinar extensas y transpiradas horas solo para movilizarse; que termina por herir en lo profundo a los mapuche, a l@s mocos@s prostituidas, a los ciclistas en sus rutas indignas, a todos y todas los que finalmente, somos la esencia, la verdadera historia de un país.
Regalé mis chicles a un loco que pasaba y que me preguntó dónde tomar un coleto a Maipú. Sin audífonos ni canciones que disfrazaran lo que estaba pasando, pude oírlo en su doméstica pregunta, en su gesto tan claro de confianza al abordar a un desconocido en medio de esta engañosa ciudad y caché que esto del ruido blanco se aniquila con la simpleza de seguir creyendo en esos y en esas que conviven, que viven y que escuchan el verdadero sonido de este Chile.