Cuando Chile está cumpliendo 200 años de vida, digamos independiente, es muy necesario volver a uno de los períodos más oscuro y perversos que se puede recordar en la historia. Han habido otros también oscuros y terribles, pero tenemos y nos queda en la memoria reciente, esos años en que Chile fue gobernado bajo la dictadura de las Fuerzas Armadas.
No faltarán los que responden que de nuevo el mismo tema, que ya están de nuevo los marxistas negándose a aceptar la derrota que en nombre de la libertad y esa exigencia nacida del alma de la patria, hicieron victoriosas a las Fuerzas Armadas.
Posiblemente si nada malo hubiera sucedido, Cecilia Labrín, Jacqueline Drouilly, Diana Aron, Salvia Mena, Ximena Delard, Gloria Lagos, Elizabet Rekas, Cecilia Bojanic, Reinalda Pereira y Michelle Peña, todas ellas embarazadas y esta última con ocho meses de gestación (1), hubieran sido madres y hoy sus hijos o hijas serían personas mayores, convertidas todas ellas por estos tiempos en abuelas jóvenes, para cumplir con el ciclo de la vida.
Estas desapariciones dejaron a siete huérfanos. Seis de las nueve mujeres fueron detenidas junto a sus compañeros y también se encuentran desaparecidos. Todas eran menores de treinta años…y amaban la vida.
Pero no fue así, no pudo ser así, no tuvo un final feliz, ese tan natural y bello recorrido que hace la vida, fue interrumpido porque personal de las Fuerzas Armadas, cumpliendo órdenes que emanaban de sus superiores, les dieron muerte bajo tortura y las hicieron desaparecer.
No es creíble que la justicia no supiera nada.
Si Chile por esos tiempos era un país aterrado, todos conocían el origen del terror, y los tribunales también.
No es creíble ni menos aceptable decir que en los tribunales los días, meses y años posteriores al golpe militar eran calmados y de normalidad funcionaria. Eso no es verdad, y si no es verdad entonces, se debe volver a la afirmación cierta que el golpe militar tuvo sus mejores colaboradores entre los jueces, muchos de los cuales han pasado de puntilla haciéndose los invisibles.
Es tan evidente que lo sabían todo, cuando se hace lectura de la documentación elaborada por los abogados que asumían las defensas de las personas procesadas, o presentaban los recursos de amparo en los tribunales, TODOS NEGADOS. Haber respondido de manera justa, de haber asumido el rol que le corresponde a la justicia, hubiera salvado de la muerte a estas mujeres que estaban embarazadas, hoy detenidas desaparecidas.
Es verdad que si los jueces hubieran actuado con una mínima cuota de decencia, hubiera quedado en evidencia, ya en esos tiempos, la criminalidad y el terror desatado por las Fuerzas Armadas. Podría ser explicada esta conducta diciendo que había jueces que tenían miedo por sus vidas, pero si los jueces tienen miedo, qué pueden esperar las personas que en esos tiempos eran sometidas a torturas, agredidas y violentadas por agentes el Estado.
Enrique Urrutia Manzano le dijo al abogado Andrés Aylwin Azocar: “Te das cuenta de que los militares nos salvaron la vida” (1).
Lo que tú no entiendes –me dijo don Enrique Urrutia- es que aquí ha habido una guerra, y que si ellos hubieran obtenido la victoria, estaríamos muertos. Pero ellos no triunfaron…”(2).
El mensaje era evidente. No hay que provocarles problemas a los militares que han salvado al país del caos, ellos deben seguir con la única tarea para la cual han sido creados… construir la paz.
Y todos los jueces sabían la verdad.
Cómo era posible que los jueces no supieran que en el mes octubre de 1973, la cantidad de muertos era muy elevada, y el país estaba ya “pacificado”, no quedaban “focos de resistencia”. Es muy justa la afirmación entonces de que los jueces de esos tiempos eran unos cobardes, y no llegaban a la media de la inteligencia, pero esa falencia evidente se llevó por delante muchas vidas.
Un caso. Andrés Aylwin Azocar presenta y alega un recurso de amparo por un grupo de personas detenidas en la segunda quincena de octubre de 1973. El presidente de la Primera Sala de la Corte Suprema de Justicia, Israel Bórquez le manifestó que un alegato para defender a esas personas no era necesario, “todas estas personas debían estar muertas”. Israel Bórquez que llegó a ser Presidente de la Corte Suprema, dijo años después que los desaparecidos… “lo tenían curco”.
Qué explicación se puede encontrar para que la Corte Suprema haya abandonado la función de cautelar los Consejos de Guerra, ninguna, sólo deja abierto el rostro de la concomitancia, el servilismo ante el poder uniformado, que tan bien conoce el actual subsecretario de defensa. Con la más absoluta certeza se afirma que en esos tiempos los tribunales eran un regimiento más, donde se aplicaba la verticalidad del mando.
Nos asiste el derecho a conocer la historia de terror y violencia que implantó la dictadura militar y saber de las luchas de resistencia y libertad que la combatieron.
NOTAS
(1) Paz Rojas. María Inés Muñoz. María Luisa Ortiz, Viviana Uribe. CODEPU. Todas íbamos a ser reinas. Colección Septiembre. LOM Editores; 2002. Santiago Chile
(2) (3) Andrés Awlwin Azócar. Simplemente lo que vi. (1973-1990) Y los imperativos que surgen del dolor. LOM editores 2003. Santiago Chile.
Por Pablo Varas