Quien no recuerda la aseveración de que la marihuana mata las neuronas. Por décadas dicho enunciado operó como verdad, reproduciéndose en artículos científicos, noticiarios de televisión y conversaciones cotidianas. Dicho ‘descubrimiento’ fue hecho por Robert G. Heath, fundador del Departamento de Psiquiatría y Neurología de Tulane en 1949. Su currículum científico incluye el uso de pacientes afroamericanos para experimentos de psicocirugía, una bizarra teoría respecto de la esquizofrenia, pagos de la CIA para experimentos con drogas en pacientes no informados y una cura de un joven gay a través de una terapia a base de estimulaciones eléctricas y películas porno.
Heath se inició desarrollando una técnica de implante de electrodos en estructuras corticales a través de psicocirugía y de estimulación cerebral eléctrica (DBS) en pacientes esquizofrénicos. Su teoría era que estimulando el ‘área septal’ del cerebro, que vinculaba con los sentimientos de placer, se podía reprogramar conductas. En la década de 1950, junto al psiquiatra australiano Harry Bailey, utilizaron prisioneros afroamericanos para experimentos de psicocirugía. Años después en una conferencia Bailey diría que habían usado personas racializadas porque era “más barato usar a los niggers que a los gatos”.
El psiquiatra además recibió financiamiento de la CIA y del ejército norteamericano para desarrollar investigaciones con bulbocapnina (1956), LSD y mescalina (1957). Sin reparar en asuntos éticos, tras experimentar la primera sustancia en monos, lo hizo con una persona afroamericana recluida en la penitenciaria de Luisiana.
UNA TERAPIA CONTRA LA HOMOSEXUALIDAD
Su experimento más controvertido sería realizado en 1972, cuando presentó al paciente B-19, un joven de 24 años a quien había curado supuestamente de su homosexualidad. El tratamiento consistió en implantar quirúrgicamente dos electrodos en la cabeza del joven y luego hacerlo ver una película porno mientras se masturbaba y experimentaba estimulación. El doctor Heath registraba la actividad encefalográfica del joven durante el orgasmo. La terapia siguió posteriormente con una trabajadora sexual contratada para estimular al chico. Primero el médico estimulaba la ‘región septal’ y luego lo ponía a tener relaciones sexuales mientras era monitoreado para obtener su registro cerebral. El tratamiento duraría 11 meses.
En la época también Heath cobró fama al propone la teoría de que la esquizofrenia era una enfermedad en la cual las personas eran alérgicas a su propio cerebro. Se afanó así en producir un antígeno, lo que hizo aplicando su terapia de estimulación eléctrica en la región del ‘septum’ de esquizofrénicos. Según el mismo Heath, con dicho procedimiento descubrió una sustancia que llamó taraxenía, que consideraba la causa del trastorno. El problema es que ningún otro científico pudo ver ni aislar jamás la supuesta hormona que sólo distinguía Heath.
“EL CANNABIS MATA NEURONAS”
En la década de 1970, aprovechando el financiamiento del gobierno norteamericano para el desarrollo de estudios sobre los efectos de la marihuana, Heath vio la oportunidad de realizar otra controvertida investigación sobre un tema que demandaba gran interés social. Utilizando cuatro monos rhesus, los hizo consumir cannabis durante un año para luego matarlos y examinar su cerebro. Comparados con un grupo control, dice haber contado la células del cerebro y descubierto que los monos fumadores tenían menos células.
Publicó sus conclusiones en 1974, asegurando que el cannabis mata neuronas. De inmediato contó con un entusiasta recibimiento del entonces gobernador de California, Ronald Riegan, quien lo apropió para utilizarlo en sus campañas políticas. Era la época de Richard Nixon y el Partido Republicano instalaba como enemigo nacional las drogas como el pretexto para perseguir a las personas de origen afro y a los hippies. Reagan dijo en su oportunidad que “ahora tengo una prueba absoluta de que fumar incluso un cigarrillo de marihuana equivale al mismo daño cerebral de estar en la isla Bikini durante una explosión de la Bomba H”.
El estudio volvió a colocar a Heath en el escenario. Fue invitado a una audiencia del subcomité del Senado norteamericano sobre el cannabis y la salud, entregando a los congresistas conservadores el argumento científico perfecto de que la planta cuyo consumo se diseminaba entre los jóvenes de la contracultura provocaba daño cerebral.
Las conclusiones de Heath inmediatamente despertaron sospechas en la comunidad científica. Julius Axelrod, bioquímico ganador del Premio Nobel en 1970, también convidado a un comité del Senado para evaluar el estudio de Heath, calculó que la cantidad de humo administrada a los monos equivalía a un humano que fumara más de cien porros al día durante seis meses.
Diversos investigadores y medios masivos pidieron a Heath revelar los detalles de su estudio o la realización de nuevos experimentos para comprobar si efectivamente el cannabis mataba neuronas. Tras seis años de solicitudes, se abrió la caja negra del estudio de Heath. Su metodología es un caso histórico para dar cuenta de la manipulación de las variables para forzar una evidencia. Para ahorrar costos y no tener que mantener a un asistente a lo largo del año entero que debía haber durado el experimento, lo aceleró. Durante tres meses todos los días amarraba a una silla a los monos y conectaba sus cabezas a una mascarilla hermética. Luego les hacía inhalar durante cinco minutos el equivalente a más de 60 porro de marihuana sin intervalos de oxígeno.
Los científicos concluyeron lo evidente: el daño provocado a los primates fue por falta de oxígeno. La muerte de células del cerebro de los monos fue por asfixia, algo que Heath atribuyó al cannabis. Además, la cantidad suministrada a los monos era el doble de la informada en el estudio publicado en 1974.
ESTÍMULO AL CRECIMIENTO DE CÉLULAS EN EL HIPOCAMPO
En 1982 el Instituto de Medicina y la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. encargaron la realización de nuevos estudios para confirmar lo planteado por Heath. La crítica fue feroz, incluyendo el insuficiente muestreo, la falsa atribución al cannabis de lo provocado por la falta de oxígeno y las altas dosis de humo empleadas. Heath por su parte siguió recibiendo fondos para realizar estudios sobre el cannabis, reproduciendo el mismo modelo experimental hasta la década de 1980.
Estudios más rigurosos realizados posteriormente rastrearon los efectos del consumo de cannabis en monos sin encontrar alteraciones físicas en el cerebro. Tampoco se han hallado daños cerebrales en personas consumidoras de grandes cantidades de cannabis durante años.
Estudios posteriores acabaron volteando el daño neuronal atribuido al cannabis por Heath y en la actualidad se concluye que la planta y sus derivados tienen capacidad protectora, es decir, protegen las células cerebrales. En el 2005, un estudio dirigido por Ria Zhang de la Universidad de Saskatchewan sugirió que el uso de la marihuana podía estimular el crecimiento de células cerebrales al observar que cannabinoides sintéticos estimulaban el crecimiento de nuevas neuronas en el hipocampo de ratas.
Investigaciones posteriores han confirmado dicha tesis y en la actualidad se espera que el cannabis y sus derivados desempeñen un papel importante en la terapéutica futura de enfermedades neurodegenerativas como la esclerosis múltiple, el Alzheimer y el Parkinson.
En Chile, en tanto, recientemente el Colegio Médico y la Fundación Epistemonikos ante el avance en el Congreso del proyecto que regula el uso medicinal de cannabis, se preocuparon por producir un estudio de Medicina Basada en la Evidencia (MBE), para argumentar que la especie vegetal no posee las propiedades atribuidas por pacientes y sus familiares, quienes lo usan en diversas dolencias.
Investigaciones realizadas en diversos países demuestran que las patologías sobre las que hay mayor consenso respecto de la efectividad del cannabis son la espasticidad y dolor en la esclerosis múltiple, náuseas y vómitos asociados con quimioterapia y retrovirales en personas con VIH, dolor crónico por cáncer, neuropatías asociadas al VIH y en epilepsia refractaria. Sin embargo, según el Colmed chileno, no había “evidencia científica” sobre el uso del cannabis en ninguna de estas enfermedades, siendo más graves los riesgos de su uso.
Han pasado más de 40 años desde los estudios de Heath y nuevamente un sector del estamento médico se encarga de producir evidencia para justificar sus prejuicios en torno del cannabis. Si en el pasado se recurrió a monos a los que se les asfixio para inventar una evidencia, hoy la Fundación Epistemonikos se arroga la autoridad epistémica basada en estudios de MBE (y la omisión absoluta de la experiencia de los pacientes) para dar nuevos sustentos a un hecho científico producido por un científico de la guerra fría ambicioso, homofóbico y sin escrúpulos.
Mauricio Becerra Rebolledo
Máster en Historia de las Ciencias de la Salud, COC-FIOCRUZ
Ph (st) Historia de las Ciencias, CEHIC-UAB
FOTO: Robert G. Heath, Departamento de Psiquiatría y Neurología de Tulane.