No es necesario esperar que llegue Peso Pluma al Festival de Viña para que aprendamos algo de narcocultura. Ya fue un éxito de proporciones conocer las vicisitudes de la vida de Pablo Escobar, en “Narcos” una biopic prime un éxito de sintonía en todo el mundo de habla hispana. Muchos antes “El Padrino” había sido criticada por enaltecer la vida de la Mafía, aunque esa palabra no se mencione una sola vez en la obra maestra de Coppola. La familia Corleone y sus códigos fue aceptada por el gran público como un tributo a la delincuencia. Llevamos 50 años de series y películas contándonos historias de delincuentes, ladrones, traficantes, asesinos, y nos atrae inmensamente. Hemos aprendido técnicas desde cómo robar un banco hasta como embaucar a tu enemigo, cómo operan las organizaciones criminales, sus jerarquías y lacayos, sus sicarios y víctimas. Nos es tremendamente atractivo saber cómo lo hicieron.
Cuando niño aprendí la historia de la Cueva de Los Pincheira porque pasaba por ahí dos veces al año, en visita hacia el Volcán de Chillán. Era un misterio enorme, una pintura deslavada, un puma embalsamado, y una especie de cañón destruido en el lugar donde caía una cortina de agua, una cascada que lograba que la famosa pandilla de bandoleros se escondiera del ejército del General Bulnes en el Chile de 1840. Los Pincheira tuvieron hasta una teleserie en TVN con Francisco Reyes y Claudia di Girólamo.
En estos días en el podio de lo más visto está la serie chilena “Baby Bandito” que cuenta con ocho capítulos de alrededor de 40 minutoscada uno, y que trata el gran robo de más de nueve millones de dólares en el Aeropuerto de Santiago el 12 de agosto de 2014, en el que solo se tardó tres minutos. Buen caldo para investigar y lograr contarnos qué hay que hacer para tener éxito en un robo soñado, y lo que no debes hacer para cagarla una vez que tienes el dinero. “Baby Bandito” tiene audiencia interesada porque es parte de nuestra naturaleza sin que lleguemos a ser delincuentes ni nos interese que éstos se tomen las calles, el poder y la mente de nuestros hijos. Tal vez habría que preguntarse qué ha hecho que nos parezca relevante robarle a los poderosos o partirle la cara a la policía, como en “Perros de la Calle”.
Estos razonamientos, oportunistas, con la justicia como exigencia moral desde el sillón o la cama en que se ven las películas mientras se te hace agua la boca viendo “Caracortada”, disparando su enrabiada metralleta y jalando un cerro de merca en su escritorio de caoba, son los que aparecen cuando vimos Griselda, la serie que cuenta la vida de la implacable Griselda Blanco, la más grande traficante de cocaína del Miami de fines de los setentas, la que inauguró los sicarios, la que asesinó sin asco cortando cabezas, metiendo cuerpos en barriles con ácido, que atacó sin misericordia a sus enemigos protegida por su ejército de gusanos balseros que habían arrancado de Fidel.
Griselda es una serie de Netflix de apenas 6 capítulos de una hora de duración, protagonizada y producida por la exuberante Sofía Vergara en el rol de esta fundadora del cartel de Medellín, y temida hasta por el mismo Pablo Escobar. A La reina de la Cocaína la vemos trepar en la jerarquía de la maldad, superar el machismo imperante -también cómo no- en el mundo del hampa, del tráfico, del terror. Griselda era mala con ganas, pero pilla, arriesgada, poderosa, cariñosa con los suyos y gran madre, porque por sus 4 hijos fue capaz de armar un imperio de sangre, la misma motivación que transformó a Walter White en Heisenberg y mutara de un simple profesor de químico al más grande cocinero y traficante de metanfetamina de Alburquerque. Una delicia.
Griselda se ve de una, basta con 6 horas corridas, de 20.00 a 4 de la mañana para dormir con la sensación de haber vivido un infierno. Digno espacio para preguntarte si los carteles que asolan Chile tendrán estos mismos protagonistas o serán así de malos, lo estamos viendo, no queremos asesinos, barrios malogrados, generaciones enteras de chicos sin otro espacio que prestarse para la cadena de delincuencia que ven como única forma de sobrevivencia y, si eres intrépido e inteligente, tener éxito (ver “The Wire”, considerada la mejor serie de la historia, lo más real que pueda existir para comprobar la desesperanza de un sistema corrupto por todos lados). Griselda era inteligente, a veces brillante, muy jugada, despiadada cuando había que serlo y un ejemplo de ese auge y caída tan predecible de este tipo de personajes, porque el crimen no paga, decía “El enemigo público número uno” o Ronald Reagan, porque ya lo decía Michael Corleone “usted y somos parte de la misma hipocresía”
Griselda se ve rapidito como fue su vida. Lógico que para disfrutar esta escuela de delincuentes hay que tomárselo con liviandad: harto cliché, predecibles asesinatos, fastuosas casas, exceso de consumo que confunde a la rehab más pintada, lujos extravagantes y un mar de efectos especiales de cuarta categoría. Igual estamos en el Miami de los ochenta, no existían aún las cámaras en las calles, no había registros computacionales ni GPS para perseguir a esta mujer porque que nadie en la policía despistada quería aceptar que fuera una mujer la jefa de todo. Faltaban algunos años aún para los pantalones amasados y las UCI automáticas de Miami Vice, una etapa distinta de la gran ciudad, del big trouble, faltaba que Griselda blanco estuviera bajo tierra, la única forma de pararla aunque siguiera fumando paranoica por el descanso de su tumba.