“El sol, lo profano, la mujer…y lo que se ve desde arriba”. Así se titula el último trabajo de cuentacuentos que la joven Sandra Aravena, oriunda de Los Andes, presentó ayer jueves en Valparaíso. El espacio La Tertulia acogió a las nueve de la noche diversas historias de mujeres escritas con tinta masculina, sobre las aventuras y desventuras que superan las diferencias entre sexo e incentivan a tomar decisiones pese a los costos que pueden generar.
-¿Por qué ese título para su espectáculo?
-Los cuentos tienen como protagonista a la mujer aunque, casualmente, están escritos por hombres. Lo profano, la manera de actuar profanamente muchas veces nos lleva a la felicidad y eso es lo que quiero mostrar. Y el sol, porque las historias son contadas por este narrador oculto, que lo ve todo desde arriba. Siempre hay otra perspectiva de lo que hacemos, de lo que vivimos; permite contar otras opciones.
-¿Usted cree que un hombre puede escribir de forma certera una historia de mujer?
-Totalmente. De hecho lo hacen, como en los cuentos que voy a presentar. Todo depende de cómo el hombre construya la feminidad y la masculinidad a través de actitudes, relaciones, características emocionales y psicológicas. El resultado es muy interesante.
-¿Dónde o cómo nace la idea?
-Surge en un taller público de desarrollo social donde estuve trabajando con veinte mujeres. Al establecerse este espacio de relación con personas pares, empezaron a surgir sentimientos profundos: emociones, frustraciones, confidencias. Cuando alguna de ellas planteaba una dificultad, el resto mostraba su apoyo y salían empoderadas en su rol de mujer. En la evaluación final se evidenció un aumento importante de su autoestima. Bien. Una vez que pasó esta experiencia y sabiendo que eso era lo que quería trasmitir, los cuentos comenzaron a llegar, convergieron y todo calzó para este espectáculo.
-¿Cuándo comienza a contar historias?
-Hace unos diez años. Acudí a un festival internacional de cuentacuentos y me enamoré de la disciplina. De ese espectáculo, todavía me acuerdo de memoria el orden de aparición y los cuentos del programa. Poco después, tomé un taller en San Felipe y comencé a trabajar en el colectivo “Las Conteras de Aconcagua”. Después me trasladé a Valparaíso y seguí ejerciendo aquí.
-¿Cómo vive o sobrevive una cuentera en el siglo XXI?
– (Risas) Trabajando duro. Es difícil. El arte no suele estar bien pagado. Hace poco me encontré a un amigo actor en la calle vendiendo libros. Le pregunté por qué estaba en eso y me respondió: “tengo que vivir”. Y así sucede.
-¿Por qué resulta tan complicado?
-Por lo de siempre. No se concibe a la creación artística como un trabajo altamente constructivo para la sociedad… Si se consiguiera creo que pasaría lo mismo. La gente piensa que somos unos hippies, unos locos. ¿Cómo se nos puede ocurrir crear?
-Además hay una competencia complicada como la TV, ¿no?
-La televisión, Internet. Son una competencia pero no la peor. La peor es la escasa valoración del arte.
-Y sin embargo, el movimiento de cuentacuentos está cobrando fuerza en Latinoamérica…
-Así es. La gente que se dedica a contar cuentos se suma inmediatamente al movimiento de cuenteria. Por ejemplo, sólo en Bogotá hay alrededor de 300 cuenteros; la disciplina se ha convertido en oficio. Lo pude ver en mi viaje a Colombia para un certamen internacional.
-Por último, ¿qué va a encontrar de nuevo el público con su función?
-Va a aprender más allá de la típica moraleja; plantearse que se deben tomar decisiones y asumir los costos que conllevan. Pero sobre todo que hay que ser muy felices.
Por Laura De las Heras
El Ciudadano