Desde Irlanda hasta Bolivia: Algo pasa con el agua

Durante meses y por toda Irlanda se han sucedido las protestas en contra de la aplicación de tasas al agua de uso doméstico, que, hasta que llegó la primera oleada de facturas el pasado mes de abril, se había financiado con los impuestos generales

Desde Irlanda hasta Bolivia: Algo pasa con el agua

Autor: Arturo Ledezma

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Durante meses y por toda Irlanda se han sucedido las protestas en contra de la aplicación de tasas al agua de uso doméstico, que, hasta que llegó la primera oleada de facturas el pasado mes de abril, se había financiado con los impuestos generales. La oposición a las tasas alcanzó su punto culminante el 1 de noviembre, cuando más de 150.000 personas participaron en más de 90 manifestaciones diferentes a lo largo y ancho del país, después de meses de campaña a nivel local. De manera igualmente espectacular, y solo unas pocas semanas antes, casi 100.000 personas se manifestaron por las calles de Dublín para expresar su enojo ante una reforma que fue acordada como parte del rescate de 2010 que negoció el Gobierno irlandés con la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI). La campaña sigue teniendo bastante fuerza y podría recibir un nuevo aliento a medida que el pago se convierta en una cuestión acuciante.

Los hechos en Irlanda recuerdan a lo ocurrido en Bolivia 15 años atrás, durante la famosa «guerra del agua» en Cochabamba. En abril de 2000 los habitantes de esta ciudad de medio millón de personas –más o menos del tamaño de Dublín– se unieron por encima de las divisiones de clase y etnia y, literalmente, paralizaron la ciudad con tres huelgas generales cuyo objetivo común era recuperar el servicio de suministro de agua de las manos de una multinacional extranjera.

La victoria de las organizaciones de base sobre la multinacional Bechtel en una lucha que recordaba a David contra Goliat, hasta el punto de que en las calles se emplearon tirachinas, se volvió una historia conocida en todo el mundo. Sin embargo, lo que se ha entendido menos es cómo esa lucha por el agua transformó radicalmente la política del país de manera profunda y duradera.

Los ecos de Bolivia en el actual conflicto del agua en Irlanda son claros. Uno es el hecho de que la lucha ha despertado a un gigante dormido, movilizando a la gente de un modo que hasta hace poco parecía imposible. Y el otro es que, dependiendo de cómo se desarrolle esa lucha, también puede tener efectos profundos y duraderos en la cultura política irlandesa.

Algo pasa con el agua –ya sea en Cochabamba o en Coolock– que consigue tocar a la gente, tanto a nivel racional como instintivo, como no lo hacen otras cuestiones. Dependemos de ella para cubrir la mayoría de nuestras necesidades. Y cuando las elites empiezan a meterse por medio, ya sea contaminando nuestros recursos hídricos, utilizándolos para la minería o el proceso de fractura hidráulica, o bien impidiendo potencialmente que las personas puedan acceder a ella convirtiéndola en un «producto» del mercado, la gente se enfada. El equivalente español de la expresión «the straw that broke the camel’s back» [literalmente, «la brizna de paja que rompió el lomo del camello»] es, muy apropiadamente, «la gota que colmó el vaso»

Prácticas económicas abusivas

En Bolivia entonces y ahora en Irlanda, las personas han sido las víctimas de las políticas económicas abusivas. Lo que en Irlanda se está llamando austeridad, en Bolivia se conoció como «ajuste estructural»: recortes sobre los recortes y tendencia inexorable hacia la privatización de las infraestructuras y los servicios públicos. De manera obsesiva se fueron vendiendo las joyas de la familia para equilibrar los asientos, un proceso que a menudo se llevó a cabo sin consenso democrático y sin cuestionar las condiciones bajo las cuales había aumentado la deuda pública. Mientras que en Irlanda son el Banco Central Europeo (BCE) y el FMI quienes dictan las reglas, en Bolivia fue el Banco Mundial quien insistió en la privatización del agua.

Los activistas bolivianos no denunciaron inmediatamente el ajuste estructural al comenzar la guerra del agua, lo mismo que los activistas irlandeses no empezaron hablando de las injusticias de la austeridad cuando se inició el conflicto del agua en su país. Sin embargo, ambas luchas sacaron a la superficie la punta de un iceberg que permanecía oculto y lo mantuvieron a la vista el tiempo suficiente para que la gente que nunca se hubiera considerado a sí misma activista pudiera ver claramente que el sistema económico funcionaba en contra de sus intereses.

La mayor parte del tiempo ese sistema opera por debajo de la superficie, de manera que la corrupción y la intrusión de las empresas en nuestros espacios democráticos solo son visibles para los activistas y los investigadores especializados. Y bajo la superficie el sistema está seguro. Pero cuando el barco choca contra el iceberg, súbitamente salen a la luz sus mecanismos y las personas que normalmente no son activistas pueden ver las cosas como realmente son.

La opinión pública

Hay algo en las luchas como éstas sobre el agua que despierta el interés de la opinión pública de un modo que la mayor parte de las veces solo imaginamos. Como señalaba Óscar Olivera, líder sindical de la Coordinadora del Agua en Cochabamba durante las revueltas del agua: «Siempre repetíamos aquellas consignas de ‘Muerte al Banco Mundial’, ‘Muerte al FMI’, ‘Abajo con el imperialismo yankee‘, pero creo que [la guerra del agua fue] la primera vez que la gente lo entendió de manera directa».

La lección de Cochabamba hace 15 años y de Irlanda en estos momentos es que, partiendo de situaciones cuidadosamente planificadas, solo raramente acumulamos poder popular suficiente para desafiar el sistema. Por lo común, esa acumulación de poder resulta de reconocer el momento preciso –normalmente provocado por nuestros adversarios– en el que el sistema se muestra como es y permite ver y entender claramente cómo afecta negativamente la vida de las personas. Es en esos momentos cuando entre las sombras de un público generalmente al margen surgen nuevos activistas.

Según María Eugenia Flores, una joven activista que alcanzó la mayoría de edad durante las revueltas del agua: «Ese momento histórico en Cochabamba me permitió ver claramente lo que estaba sucediendo en mi país, entender la política del agua, la privatización, la lucha para defender este recurso y, sobre todo, conocer a otras personas como yo que estaban despertando y abriendo los ojos ante las injusticias que estaban viviendo».

Cuando estos espacios se abren, la posibilidad de que se produzca el cambio parece alcanzable. Puede que mucho de lo que se daba por sentado en una cultura política resulte bastante menos seguro de lo que se pensaba.

Perder el miedo

En Bolivia, después de las revueltas del agua y en menos de cinco años, los partidos que habían gobernado el país durante décadas desaparecieron del mapa político junto con sus políticas económicas. Tan pronto como se vio claro que podían ser desafiados y vencidos, la gente perdió el miedo y las estructuras de poder político tradicionales se derrumbaron.

En Irlanda muchos de los acuerdos políticos que parecen inmutables podrían resultar tan débiles y frágiles como lo fueron en Bolivia, y como están demostrando ser en lugares como Grecia y España.

Como ha expresado el sindicalista y portavoz de la campaña Right2Water, Brendan Ogle, a propósito de los logros de ese movimiento en Irlanda: «Hasta ahora la gente se sentía sola; sentían que el Gobierno hace lo que quiere la Troika, lo que quiere el FMI, lo que quiere el BCE, no lo que quieren los ciudadanos. Ahora saben que no están solos».

Hay algo en el agua y en la manera como une a la gente en torno a una causa común que puede ensanchar nuestros horizontes ante la posibilidad de un cambio social más amplio. Y aunque –al desmoronarse las estructuras– los momentos de victoria son impredecibles, huidizos y raros, cuando ocurren a veces sentimos que todo ha cambiado.

En palabras de María Eugenia Flores: «Ante tanta injusticia nos pusimos de pie y perdimos el miedo».

Thomas McDonagh es investigador y coordinador de proyectos del Centro de Democracia con sede en Cochabamba, Bolivia. Como autor ha colaborado en Unfair, Unsustainable and Under the Radar: How Corporations Use Global Investment Rules to Undermine a Sustainable Future y en Corporate Conquistadors: The Many Ways Multinationals Both Drive and Profit from Climate Destruction.

por Thomas McDonagh en Red Pepper

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