La periodista Ana Verónica Peña, quien se desempeñaba hasta ayer como editora de La Nación Domingo (LND), fue despedida de ese diario por publicar una columna de opinión. También fueron echados a la calle el columnista y escritor, Antonio Gil, y el ilustrador de lata trayectoria, Pepe Gai.
Las razones que dio el director del medio, Álvaro Medina, fueron que no se puede dar una señal equívoca de antisemitismo por parte del medio de comunicación, luego que organizaciones como la Comunidad Judía en Chile enviaran cartas reprobando el texto de opinión publicado bajo el título “A la sombra de Mammon”.
Peña publicó en su Twitter : “Me acaban de despedir de La Nación por permitir que Antonio Gil publicara su última columna… la columna es A la sombra de Mammmon, sobre la codicia de los empresarios a propósito de los 33 mineros”, dijo en dos entradas y en una tercera agregó: “También cortaron a Antonio Gil y a Pepe Gai, dos de los grandes”.
El director de La Nación ofreció una disculpa a la Comunidad Judía de Chile, quienes enviaron una carta de reclamo a la publicación por considerar antisemita, debido a “las alusiones e interpretaciones que despertó la columna y que claramente se alejan de nuestra orientación pluralista y respetuosa de la dignidad de las religiones pueblos y personas”, indicó.
La editora de LND asegura que no se trata de una columna antisemita, pues si fuera así, “también sería antimapuche y anti griega”, comunicándose en su Twitter. La columna de Gil era una crítica a la codicia”, argumentó.
En tanto, Nancy Arancibia, presidenta del Sindicato de Periodistas de La Nación y candidata a Concejera Nacional del Colegio de Periodistas, declaró que no es aceptable que los colegas “sean despedidos por presiones de cualquier tipo”. Agregó que el sindicato sigue en reuniones por este caso y que anunciarán sus determinaciones en el transcurso del día.
LA SIGUIENTE ES LA COLUMNA QUE DESPERTÓ LA POLÉMICA
A la sombra de Mammon
Por Antonio Gil
Y entonces la bella e inexorable Melpómene y el fiero Wekufu se desvanecen para dejar su lugar a Mammon, el demonio judío de la avaricia y la codicia. Desaparecen pues de nuestro imaginario de golpe las presencias idealizadas, sublimadas, de lo inevitable, y emerge, con un retintín de oro, el verdadero culpable de la totalidad de nuestros males.
A veces creemos entrever, como en sueños, erguida contra nuestro óseo roquedal andino y en el “puro cielo azulado”, la figura bella y feroz de Melpómene. Ella, la musa griega inspiradora de la tragedia se nos presenta siempre tal y como es descrita en los libros: “ricamente vestida, grave el continente y severa la mirada, generalmente lleva en la mano una máscara trágica como su principal atributo, en otras ocasiones empuña un cetro, una corona o un puñal ensangrentado”.
Otras veces, entre los silbos del viento sentimos allegarse la presencia sigilosa de Wekufu, el dios mapuche de la muerte y la destrucción, batiendo a Ngenechen, el dios de la vida. Y los números terribles se repiten en este ineludible triunfo de la fatalidad. El 27 de noviembre de 2005, 33 personas abordaron una embarcación de sólo 6 metros de largo, con capacidad para 16 ocupantes. Además la lancha llevaba carga. Las siempre peligrosas aguas del lago Maihue, que en mapudungun significa copa de madera, y el sobrepeso de la adicional, hicieron naufragar el pequeño lanchón.
Hay ocasiones en que el desastre (que como sabemos quiere decir “lejos de la estrella”) exige un poco más para su morral, como ocurrió el 18 de mayo de ese mismo año cuando en la zona cordillerana de Antuco, al interior de Los Ángeles, murieron congelados 44 soldados conscriptos y un sargento. La mayoría de las veces se trata de gente pobre, de miembros de los sectores más frágiles y abandonados de nuestra sociedad. Y entonces la bella e inexorable Melpómene y el fiero Wekufu se desvanecen para dejar su lugar a Mammon, el demonio judío de la avaricia y la codicia.
Desaparecen pues de nuestro imaginario de golpe las presencias idealizadas, sublimadas, de lo inevitable, y emerge, con un retintín de oro, el verdadero culpable de la totalidad de nuestros males. Un demonio cebado en el lucro y en la más extrema cicatería. Ese es el verdadero demonio que gobierna, desde hace ya demasiado tiempo, el alma de Chile, arrasando a la bella Melpómene y al guerrero Wekufu, quienes no hacen otra cosa que cumplir sus deberes cerrando los ojos. Si vemos caso a caso las grandes desgracias que ha sufrido el país, descubriremos tras cada una de ellas la sombra de Mammon y sus explicaciones y comisiones y mentiras. Balseraphs son nombrados en las antiguas tradiciones los “abogados infernales”.
“Los Balseraphs que sirven a Mammon pueden convencer a sus víctimas de que hasta el hecho más atroz será en extremo beneficioso”. Son los demonios que ofrecen indemnizaciones y compensaciones. Antes de la caída, Mammon era un serafín al servicio de Dios. Pero su corazón se llenó con el deseo del oro y se unió a Satanás en la rebelión contra el Creador. Cuando la guerra en el cielo terminó, según la tradición rabínica, “los pecados de Mammon eran peores que los de cualquier otro de los caídos”.
Y él hoy, por desdicha, ha penetrado incluso en las iglesias, en los ministerios, por no hablar de entidades financieras, que es donde pernocta diariamente. Wekufu y Melpómene retroceden con horror cuando ven el recorte de presupuesto para una nueva lancha en un lago remoto. Cuando se asoman sobre el hombro del contador, que con su lápiz rojo elimina defensas en los socavones mineros u “optimiza” los gastos en material de invierno para los soldados que sirven a la patria. Chile está en guerra. Tenemos que aniquilar a ese demonio antes que todos seamos avasallados por la bestia.
Por César Baeza Hidalgo
El Ciudadano