La fugaz visita de José María Aznar, ex gobernante español, a nuestro país, hubiese pasado casi inadvertida si no fuera por su grosera intromisión en los asuntos de nuestra política doméstica. El señor Aznar, recordemos, fue el leal y sumiso amigo del entonces presidente de los Estados Unidos George W. Bush. El mismo personaje de la derecha ibérica que embarcó a España en una aventura bélica de muy triste memoria entre sus compatriotas.
Esta figura de la derecha española apoya decididamente, desde luego, a su homólogo chileno, el millonario candidato a la presidencia, señor Sebastián Piñera. En su entusiasmo, el señor Aznar se permitió darnos algunos consejos en torno a su particular concepción de la democracia: Así, por ejemplo, se refirió a la alternancia en el poder como garantía de estabilidad, entre otras materias. En su vehemencia y sin necesidad de ninguna bola de cristal, se atrevió a vaticinar el seguro triunfo de su anfitrión, llamándole “el futuro presidente de Chile”.
Para cualquier analista resulta congruente que un ex gobernante de derechas mire con simpatía la posibilidad de un gobierno afín en Latinoamérica; del mismo modo, es comprensible que el candidato Piñera, más empresario que político, busque revestir su imagen con un cierto glamour mediático y cosmopolita, codeándose con personalidades como el señor Aznar, que alguna vez jugó algún lamentable papel en política internacional. Lo que resulta inaceptable es que un ex primer ministro de España se entrometa en asuntos que no le competen, hiriendo el legítimo sentimiento nacional en los días de festividades patrias.
Puede que el señor José María Aznar, ligado a un partido derechista como el Partido Popular y a los grandes intereses empresariales españoles repartidos por toda Iberoamérica, estime que la derecha chilena represente “una causa buena”, sin embargo, ese juicio le corresponde, en rigor, a los chilenos que en ejercicio de su soberanía determinarán al sucesor de la actual mandataria. Un mínimo de respeto y decoro hace inconveniente a un visitante pronunciarse sobre cuestiones internas de un país, mucho más si se trata de un ex gobernante. Este criterio es una práctica que debe ser tenida en cuenta para evitar situaciones bochornosas como los dichos de Aznar. En el mundo de hoy, todos los ciudadanos del planeta pueden sostener opiniones legítimas sobre los acontecimientos en las más diversas latitudes, pero ello no autoriza, de buenas a primeras, a un invitado a inmiscuirse en asuntos de política local.
Si lo que el señor Piñera busca es adquirir relevancia mediática para atraer votantes, parece haber equivocado el camino, pues abre la posibilidad de que otros candidatos imiten su conducta e inviten a los más diversos personajes para que respalden sus ideas. Lejos de lograr la notoriedad que se anhela, lo único cierto es que los invitados enturbian aún más la atmósfera electoral chilena, importando aquellas controversias que los singularizan en sus respectivos países, como es el caso del polémico señor Aznar. En pocas palabras, dime con quien andas y te diré quien eres.
por Álvaro Cuadra
Investigador y académico de la Escuela Latinoamericana de Postgrados (ELAP) ARCIS