La crisis que vive Venezuela en estos días tiene no pocos elementos en común con la sufrida en Chile durante los últimos años del gobierno de Salvador Allende y los meses que antecedieron el golpe de Estado de 1973. Un proceso que al ampliar un poco la mirada se ha representado en múltiples oportunidades en América Latina. Tras la doctrina Monroe, Estados Unidos, a través de sus agencias, ha intervenido en su “patio trasero” para desestabilizar gobiernos legítimamente electos, manipular las comunicaciones, comprar a dirigentes políticos, bloquear la economía hasta llegar a la solución final: impulsar a unas fuerzas armadas corruptas adoctrinadas en la Escuela de las Américas para reprimir, encarcelar y asesinar a sus propios pueblos.
El caso chileno, cuya réplica está en curso en Venezuela, se ha repetido en Guatemala, Haití, Cuba, Brasil, Chile, Argentina, varias veces en Bolivia, El Salvador, Nicaragua, República Dominicana, Uruguay, y en otros tantos países de manera más embozada. Un patrón tradicional en nuestra región que con el curso del tiempo, y tras las sangrientas dictaduras de los años ochenta del siglo pasado, ha derivado en nuevas estrategias y matices en otras latitudes. La desestabilización no necesariamente busca la intervención de las fuerzas armadas sino la generación de un desorden social, político y económico que desemboca en una guerra civil. Los casos de intervención, más o menos directa en naciones de Oriente Medio, muestran que estos planes están en plena vigencia.
Si los planes mencionados en la región terminaron con decenas de miles de víctimas, el caso de Venezuela tiene agravantes: es una potencia petrolera que está a pocas horas en avión de Estados Unidos. Es por ello que las presiones sobre el país, expresadas mediante el control de los corruptos medios de comunicación hegemónicos, por el apoyo a grupos y políticos que hoy promueven acciones violentas, por la guerra económica, van en aumento tanto en frecuencia como en intensidad.
Pero es sin duda el efecto comunicacional el que más profundamente ha calado, especialmente en un momento en el cual vale más la interpretación de la realidad que los hechos mismos. Es lo que se ha denominado la postverdad, o la verdad generada por los medios, o una interpretación de la realidad teñida de prejuicios. El proceso de la Revolución Bolivariana ha sido sometido a un boicot permanente por los medios empresariales locales, regionales y globales, como la cadena estadounidense CNN, que ha desempeñado un importante papel en la tergiversación de los hechos de cara al mundo.
El gobierno de Nicolás Maduro convocó a unos comicios para elegir una Asamblea Nacional Constituyente, la que ha generado una intensa reacción desde los grupos mercenarios violentos y lumpen al interior del país como en los regímenes manipulados por el Departamento de Estado y las políticas emanadas del organismo títere que es la OEA. El caso chileno destaca por su enorme descaro, hipocresía y negación de la historia y sus contextos. El gobierno y políticos de la Nueva Mayoría, desde la DC y la derecha en toda su expansión, no sólo han mantenido una permanente presión sobre Venezuela sino que han descalificado las exitosas elecciones del domingo 30 de julio.
Decimos descaro y negación de la historia porque Venezuela vive la reproducción de hechos que marcaron a sangre y fuego nuestro destino como pueblo. La ex Concertación y la Nueva Mayoría, que consensuaron con los poderes económicos y fácticos, que vendieron los últimos soplos de sus convicciones para el financiamiento prostibulario de sus campañas, al condenar a la Revolución Bolivariana también condenan nuestra propia memoria. En 1973 la CIA y el Departamento de Estado actuaron con sevicia para arrasar con el gobierno de Salvador Allende e instaurar la más sanguinaria dictadura que el país ha conocido.
El pasado domingo más de ocho millones de personas ratificaron al gobierno de Nicolás Maduro y a la Revolución Bolivariana. Estos comicios, que la oposición interna y los gobiernos títeres latinoamericanos han desconocido, ha sido, sin embargo, una expresión clara que derriba la falsa imagen que los medios hegemónicos han levantado sobre Venezuela. Ante el masivo apoyo al legítimo gobierno, la opositora MUD en connivencia con Estados Unidos y la administración del magnate xenófobo y racista Donald Trump, buscan como única salida el enfrentamiento, la violencia y la ruptura democrática. Tal como en Chile en 1973, como en tantas otras naciones latinoamericanas, o como lo ha hecho el Departamento de Estado en Oriente Medio.
La actuación de nuestra prensa corporativa vía duopolio y televisión comercial más una clase política alineada con las vocerías de Washington ha generado un clima que falsea la situación que padece el pueblo venezolano. Un guión representado demasiadas veces que la opinión pública es incapaz, nuevamente, de reconocer. Llamamos a estar alerta y solidarizar con el pueblo y el gobierno de Venezuela.