Es muy probable que en las festividades del bicentenario sea la derecha en el gobierno quien lleve la batuta. De todas maneras, en plena campaña, los políticos concertacionistas y los de la Alianza derechista siguen jugando con las reglas dictadas por el régimen político concebido en dictadura. Frei exclama alto y fuerte ser un líder progresista renovado y continuador de las mejoras bacheletistas en la red de protección social. M. Enríquez-O, salido de la misma Concertación, que por lo mismo la conoce al revés y al derecho, no le cree y resiste a implicarse, pactar y llevarle en bandeja de plata los ansiados votos de la incierta victoria.
Al derrotado candidato progresista-liberal de la primera vuelta y ex diputado no le gusta la derecha Píñerista. Dice. Pero no revela los matices de su proyecto por el mentado cambio, ni sus intenciones. Más bien se se calla y poco comenta la fuga de sus adeptos a la candidatura Piñerista.
En esos términos, Piñera es un competidor sistémico legítimado. Para muchos es el líder de la restauración neoliberal pinochetista sin Pinochet. Lo importante es entender los tiempos de Piñera y la derecha oligárquica. Son los tiempos de crisis capitalista soterrada; de arremetida imperial con B. Obama en Latinoamérica; de desempleo, trabajo precario y sindicalismo débil; de desbandada mundial y “fuite en avant” hacia la catástrofe ecológica después de Copenhague y de aumento sin freno de las desigualdades. Por lo mismo, es tan necesaria una izquierda que se alce unida y fuerte. Es la única certeza en un escenario nacional y mundial plagado de interrogantes y de medias verdades.
Pero la tónica es evitar asumir responsabilidades y decir las cosas por su nombre. El empresario mediático, deportivo, del transporte aéreo, ultraliberal y financista sin escrúpulos; símbolo del manager exitoso que administraría el país como una empresa competitiva y triunfante en los mercados globales (simbología que ofrece a cada individuo un proyecto de identificación con el de la clase dominante y sus valores), beneficiará de un régimen presidencialista, de un artificio de Constitución prêt-à-porter sacralizada por cuatro gobiernos de Concertación, de una cultura política del consenso en todo lo que se refiere a la intocable estructura de dominación y, además, para llevar a cabo sus designios de reforzar la mecánica capitalista (de mercado) en tiempos de crisis, no necesitará desmantelar, sino aprovecharse de la obra de la Concertación.
Al contrario, la red de protección social (la joya de la corona bacheletista), debido a su función político-social de pantalla “progresista” y de dique de contención del descontento y la rebeldía ante tanta desigualdad social y económica, le será funcional al proyecto de los ricos y poderosos.
¿Espera tranquilo el díscolo ex candidato que el cadáver de su adversario pase frente a su puerta? ¿Están sus consejeros a la espera o “en train de manigancer” (fórmula diplomática gala para decir complotar) con otros líderes “progresistas”?
El silencio significa más en el campo de Enríquez-O —y por lo tanto sujeto a conjeturas— que el bullicio comunicacional del clan freísta con su sonajera mediática de renuncias en cascada de los jefes partidarios ante la mirada irónica de sus pares.
El ex presidente Ricardo Lagos, con esa actitud tan suya de negar la realidad, acaba de responderle a Piñera que los verdaderos progresistas creen que el mercado no lo resuelve todo. Olvida Ricardo Lagos que la Concertación, con su nueva Ley de educación (LGE), pactada con la Alianza derechista, no ha hecho otra cosa que entregarle al lucrativo mercado la oferta educacional (mercancía) de un bien público como la educación.
¿No siguen creciendo como callampas salvajes los colegios particulares de cuanta congregación fundamentalista existe, con el beneplácito y regocijo de El Mercurio?
Como en la obra de Maquiavelo, cuando el Príncipe no era democrático, puesto que su razón de ser política en las postrimerías del siglo XV era construir el poder de Estado a secas, hoy, todo lo decisivo sucede entre bambalinas. Y los analistas oficiales o bien interpretan el juego de las sombras chinas o repiten lugares comunes. Sólo las elites políticas binominales con acceso a los circuitos privilegiados pueden descifrar las movidas.
Pareciera que Enríquez hace cálculos en función del 2013- 2014. ¿Piensa seriamente el joven político progresista-liberal que podrá levantar un relato mítico encantador siendo oposición y liderándola para aglutinar los apoyos de los restos del concertacionismo progresista-liberal y los sectores de la izquierda confusa? ¿Hay lugar en su proyecto para los jóvenes y ambiciosos delfines concertacionistas (Walker, Rossi, Harboe) interrogados por El Mercurio? ¿Cree poder ganar el apoyo de la izquierda para ser alternativa real en un eventual gobierno de la la derecha pinochetista remozada?
Y si el leitmotiv es construir liderazgos “renovados”, es para no discutir de la crisis partidaria y de la relación entre las cúpulas y los militantes o clientelas. Para encubrir la partidocracia chilensis.
Así pues, hay más interrogantes e intrigas que propuestas claras sobre las cuales debatir. Por lo mismo, estamos en la prehistoria de la democracia. Cuando en la Antigua Grecia las familas aristocráticas entrampadas en sus rencillas y mezquindades clánicas, después de conciliábulos, anunciaban sus pactos y decisiones a la masa de griegos, metecos, esclavos y mujeres, desprovista de derechos ciudadanos.
Tales actitudes son propias de los actores del sistema político binominal. Lo sabemos.
Pero que el Partido Comunista y el Comando Independiente por Frei liderado por Jorge Arrate, hayan arriado banderas después de enunciar los ejes fundamentales sobre los cuales consturir una alternativa de izquierda antineoliberal y antiimperialista, justo cuando vemos que el proyecto de la candidatura de Enríquez-O es una olla donde los grillos de derecha hacen más ruido que los de “izquierda”, es un error craso. Peor aún es la actitud derrotista asumida al aceptar en los 12 puntos prometidos por la candidatura freísta una rasca mención de inciertas y formales reformas constitucionales condenando al entierro la más sentida de las reivindicaciones de la izquierda en la lucha por conquistar la democracia, es decir, el compromiso de llamar a un plebiscito para decidir acerca de la convocatoria a una Asamblea Constituyente que redacte una nueva Constitución democrática para Chile.
¿Está la izquierda condenada después de tanto trabajo, devaneos y esperanzas a aceptar con frustración las migajas del concertacionismo? Sin embargo, hay un pueblo de izquierda que busca no sólo conducción sino además instancias políticas y sociales democráticas y unitarias de participación y que desconfía de las representaciones parlamentarias.
El déficit democrático y el predominio del elitismo político son los efectos de ese régimen político que se ha prolongado con la colaboración concertacionista hasta el Chile del Bicentenario. Un spectáculo que tiene algo de grotesco por enlodar la actividad política concebida como construcción de proyectos democráticos para enfrentar esos desafíos de los cuales la política binominal y los recién llegados que aceptan la “servidumbre voluntaria” rehusan debatir.
Por Leopoldo Lavín Mujica
B.A. en Philosophie et Journalisme, M.A. en Communication publique de l’Université Laval, Québec, Canada. Miembro de la Association canadienne de communication y de la Sociiété québecoise de philosophie.