el hombre que rompe su época y arrasándola, le da categoría y régimen, pero queda hecho pedazos y a la expectativa
Pablo De Rokha
Se lanzó el libro “El Diario del Che Gay en Chile” de Víctor Hugo Robles y lo primero que uno puede aplaudir de un lanzamiento como el de anoche es la concurrencia, ya que no siempre contamos con una sala llena de gente para la presentación de un libro. Lo segundo que uno aplaude es que una editorial como Siempreviva ediciones, que se presenta como la primera editorial de la diversidad sexual, desarrolle desde la autogestión (sin fondart y sin platas macucas) un material que a todas luces tiene un valor político, inevitablemente histórico (aunque le moleste a la historia oficial que existan escritores como Victor Hugo Robles) y que es un libro de una calidad ineludible; y lo tercero que se merece un aplauso es que la presentación estuvo a cargo de tres mujeres que le dan categoría y régimen, como dirìa De Rokha, al hecho de mostrar en sociedad un trabajo literario.
El trabajo que ha desarrollado Víctor Hugo Robles, a quien todos conocemos como El Ché de los gays, tiene esa particularidad que solo tienen los autores que pueden escribir desde la militancia sin caer en el panfleto facilista sino que, por el contrario, convierten y reiteran el hecho de militar en un ejercicio constante y punzante que forma parte del escenario político de un país. Desde ese lugar, que va desde la calle a la crónica; desde la performance hasta la radio, y que se mueve con soltura de serpiente entre las patas de la prensa oficial y del empresariado, El Ché de los gay es el autor que encontramos en una protesta afuera del Ministerio con un cartel El Arcis de Noe y es también el que camina con los estudiantes en una marcha. Entonces, autores como Víctor Hugo, son imprescindibles no solo en el imaginario social sino que también son imprescindibles en el constructo literario.
La única batalla que se pierde es la que se abandona
En Chile tenemos la suerte de tener escritores que se mojan con el guanaco y que se mojan el poto al escribir al mismo tiempo. Inevitablemente pienso en Lemebel o en Francisco Casas, o en Claudia Rodríguez que entre las más nuevas está instalando también ese imaginario que cruza la crónica con el registro de la política que no aparece en CNN o LUN. Y entre todos ellos Robles es una voz que uno reconoce porque resalta en medio de la protesta escritural con ese tono insoportable que tienen los discursos que van a contrapelo con el discurso oficial.
Autores como Vìctor Hugo Robles nos enseñan que no basta con sentarse detrás de un computador para escribir un libro, sino que es necesario también vivir la vida desde adentro para poner palabras que tengan sentido y le den a la escritura un plus ultra que va más allá de la ficción o del registro. Incluso si lo miramos desde el periodismo es que podemos comprender que es necesario que existan ese pequeño grupo de profesionales que no se contentan con aparecer en la réplica del discurso propuesto por las grandes agencias informativas que ocultan la verdad, sino que salen a la calle a reiterar que la comunicación social es tanto más social cuando habla desde la sociedad misma y no desde un estudio de televisión que emite un juicio respecto de los movimientos sociales haciendo eco de lo dicen las cámaras operativas de control de tránsito.
Por eso es que la pelea (por no decir nuevamente la lucha) que ha escrito El Ché de los gay es una pelea que se traza con una vida puesta al servicio de un fin mayor, y que retrata desde el propio cuerpo en ejercicio de experiencia aquella sociedad que a veces pasa desapercibida por los lectores o los televidentes que se quedan con el conteo oficial de votos o con la versión amortiguada de la realidad que ofrecen las novelas y las crónicas que enseñan por orden del Mineduc.
La presentación y las presentadoras
En un gesto inteligente la presentación estuvo a cargo de Faridé Zerán (premio nacional de periodismo), Eloisa González (conocida por su rol en la ACES y en los movimientos sociales vinculados con la educación) y Maya Fernández (diputada de la República). Y digo que es un gesto inteligente porque en sí misma esa mesa era una mesa construida con las tres patas de la lucha social: la prensa, la sociedad organizada y la oficialidad.
Las presentadoras no estaban ahí para ganar flashazos gratuitos o para hacerse propaganda, sino que estaban para acompañar a un amigo a quien respetan, y eso se entendió desde las palabras que cada una de ellas le propinó (me gusta usar esa palabra en lugar de decir ofreció) al libro. Todas cercanas al autor, pero más que al autor, a la obra, confirmaron que este tipo de publicaciones son importantes porque pasan a formar parte de ese registro histórico que machaca desde la disidencia y que se instala en la cultura para impregnar y teñir de a poco las detestables costumbres del olvido que rellenan los anaqueles de las bibliotecas.
El libro como disonancia, la performance desde el texto
Desde anoche hasta ahora me he quedado pegado leyendo el libro y confirmo mis sospechas de que no se trata de una simple autobiografìa o de un homenaje muñequeado por su propio autor (como pudiera pensarse cualquier trabajo autobiográfico), sino que en lo que llevo leído me doy cuenta que este libro de Vìctor Hugo es al mismo tiempo un trabajo performático en el mejor sentido de la palabra. No es las puras ganas de llamar la atención pintándose la cara con barro, sino que es un elemento de la escritura-performance que pone páginas a dialogar con la historia del autor y también con la historia del Chile de la dictadura y de la postdictadura. Es un paseo por el Chile en que vivimos y por el que pasò recién. Es una performance literaria que escribe y describe esa Nación desde la otredad, ese Chile que se levanta desde las marchas por la educación, por las que se pasea su autor con un marco en forma de denuncia y es también el Chile de la Cueca sola como la que bailó el Ché gay agitando un pañuelo rojo sobre un escenario de la Feria del Libro en el 97.
Las fotografías, la portada con el cuadro de Francisco Papas Fritas (otro artista que ocupa la ciudad para incomodar con el arte puesto en ejercicio de metraca), las narraciones entrecruzadas y hasta los recortes de prensa pegados como un colage dentro del libro, hacen que en sì mismo sea un objeto de uso sin caer en el libro objeto; digamos que es un pseudònimo de lo que la gente común y corriente entiende por libro porque irrumpe con esa incomodidad visual que es tan necesaria para despercudir a los lectores que solo vienen por la historia o, peor aún, a los que solo quieren ver las ilustraciones coloreadas de una historia: el libro es una performance en sí misma.
De la calle al papel y viceversa
El Ché de los gay nos ha brindado un material precioso. Libros como este son de aquellos libros que nos invitan a leer desde la otredad, desde la vereda de enfrente que aparece mojada por el guanaco y apuntada por la prensa. Es un material que habla desde la calle como un relato y como un antecedente para quedarse en ese papel que lo aguanta todo y bienvenido que aguante también historias distintas y confecciones escriturales disidentes y combativas.
No me cabe duda de que Vìctor Hugo Robles no se quedará sentado en un sillón mullido a esperar el nacional de literatura, ni tampoco se contentará con sentir que una biografía es un homenaje, sino que apuesto a que seguirá marchando y escribiendo con Voz de clavel varonil, como diría Lorca, para reiterar aquella lucha que nos sopla al oído que la corrupción y la dictadura no se terminaron con la muerte del dictador ni con el arcoíris desmaquillado de la concerta. Sino que, por el contrario, me queda la alegre sensación de estar en presencia de un libro que se suma, ya como performance o ya como texto, al trabajo de un autor que nos enseña a mirar el mundo desde el mundo y a escribir untando los dedos en la sangre propia y en la ajena para teclear palabras que son juicio y testimonio de un país que, si bien a veces se deja enceguecer por camioneros en horario prime que infunden terror, o por ministros chupasangre que atornillan para la derecha, pero que a pesar de ellos es un paìs que en muchos lugares sigue despierto y sigue luchando por crear una sociedad un poco más justa y menos exclusiva y pobre.
Mis aplausos personales para el autor por el valor, el trabajo y por la insistencia, mis mejores deseos para la editorial por la apuesta y por la propuesta.
crónica y fotos por @arturoledezma