El ejército colombiano siempre ha estado conformado desde sus inicios, por desarrapados en su inmensa mayoría y que conforman la soldadesca, y una minúscula minoría de eso que llaman en el mundo de la injusticia, la elite o gente de “bien” en el cómodo nivel de mando.
El ejército en su comienzo conformado por los desarrapados del país, combatió por una causa justa, la independencia. Y contra un enemigo feroz e inhumano como lo fue el imperio español con sus reyezuelos a la cabeza, sin olvidar sus deschavetados curas y obispos.
Contrariamente a ese ejército libertador nacido del pueblo, otro ejército se designó y poco a poco sus objetivos fueron degradándose con el paso del tiempo y siempre compuesto por los desarrapados del país y su flaca elite, se fue corrompiendo, desviándose en su papel sagrado de defender la soberanía nacional y a sus habitantes de posibles peligros externos, para volver sus armas contra sus compatriotas, hasta degenerarse completamente y devenir una institución criminal al servicio de una minoría apátrida y lumpen _ izada, que se hizo llamar gobierno.
Fueron los años 1830 el comienzo de la decadencia de esta maquinaria de muerte y que lo constatamos hoy día viendo su degeneración total.
Invadido por la ideología conservadora y religiosa que le impidió una progresión acorde con su época y tiempo y la gloria de una institución al servicio de su pueblo y de la patria, el ejército se entregó de lleno al servicio y capricho de los dos inescrupulosos partidos tradicionales, el liberal y más cercanamente al conservador, perdiendo completamente su objetivo constitucional y su deber patriota.
Y entre furibundos rezos y crímenes de todo género, se echó en los brazos del imperio estadounidense, que comenzó a dirigirlo a su guisa a partir de los años 1900.
El descenso a los infiernos de la institución castrense, no la podemos ubicar solamente en las fratricidas guerras de mediados y fines el siglo XIX y gran parte del XX, fabricadas por los dos partidos tradicionales colombianos, de la Iglesia Católica y que se saldaron con decenas de miles de muertos pertenecientes a los desarrapados del país, tanto de la institución armada como de inocentes civiles: niños, mujeres y ancianos.
El divorcio del ejército o mejor su enemistad definitiva con el pueblo colombiano, tuvo su epicentro en la primera masacre abierta contra el pueblo y más exactamente contra los obreros de las bananeras en la ciudad de Santa Marta en 1928, cuando por orden de la multinacional estadounidense y con el aval del régimen, el ejército colombiano asesinó a más de 1.500 hombres con sus mujeres y niños, por el solo hecho de pedir un aumento en sus salarios y la abrogación de las largas y duras jornadas de trabajo entre otras reivindicaciones.
Cuatro años después, sería el turno para los trabajadores de la petrolera Tropical Oil Company, quienes también se lanzaron a una huelga para pedir mejores salarios, jornadas menos extenuantes y otras reivindicaciones, que fueron respondidas por el régimen y la patronal con asesinatos por parte del ejército, encarcelamientos y hasta deportaciones a otras regiones el país de varios de sus líderes sindicales y hasta pobladores solidarios con la lucha sindical de la región de Barrancabermeja, sede de la compañía estadounidense.
Es precisamente en el año 1929 que intenta nacer de una forma primaria y poco consistente la primera guerrilla revolucionaria que quiso propiciarse como ente contestatario hacia un régimen antidemocrático y represivo, y conformada por socialistas revolucionarios que no viendo otra forma de lucha, se lanzaron en la creación de un movimiento insurgente para combatir ese régimen bárbaro y dependiente del naciente imperio estadounidense.
Al paso de los años y la terrible represión del ejército hacia los líderes populares y en especial hacia el campesinado, es que surgen las primeras guerrillas de corte liberal (Autodefensas) las cuales se armaron con el objetivo de defenderse del azote militar.
No sobra recordar que muchos líderes de las guerrillas liberales que dejaron las armas ante las promesas del Estado de velar por sus vidas y atender sus peticiones de tierras y vida digna, fueron cobardemente asesinados por los escuadrones de la muerte (conformados por militares, policías y delincuentes), llamados en la época ‘los pájaros’ (1935-1955).
Desafortunadamente para el pueblo colombiano y más exactamente para el campesinado, el ejército siempre ha hecho una presencia ‘honrable’ cuando de asesinatos se refiere y no solo el mencionar nombres de soldados de mando como Cortes Vargas, Rojas Pinilla, Valencia Tovar, Landazabal Reyes, Camacho Leyva, Faruk Yanine Díaz, Rito Alejo del Río, Plazas Vega, Mario Montoya y Mora Rangel Jorge, entre otros muchos, sería la respuesta al inadmisible y atroz procedimiento militar frente a la población civil, pues como se ha comprobado claramente, la soldadesca ha participado de buen grado y en conocimiento de causa, en las centenas y centenas de masacres y asesinatos en contra del pueblo colombiano. Con lo cual deja sin peso el viejo cuento del ente militar de que: “son una cuantas manzanas podridas, los culpables de ciertos desmanes dentro de la institución”.
Bajo la tutela de las fuerzas armadas estadounidenses, no solo el ejército colombiano ha procedido dentro de la ilegalidad y el crimen, también la aviación y la marina se han sumado en estos últimos 30 años en combatir al ‘enemigo interno’ (sucio vocablo utilizado continuamente por el régimen, para referirse a sus opositores civiles o armados), asesinando niños, mujeres y ancianos en terribles bombardeos y/o ametrallamientos en las cauces o a orillas de los principales ríos del país.
La policía nacional desde luego, no ha sido ajena a este genocidio y pareciera que día tras día se profesionaliza más en los ataque mortíferos contra la población no solo rural, sino citadina también. El ‘valiente’ promotor de esta policía ‘moderna’ y agente privilegiado de los estadounidenses en “el combate contra el narcotráfico” (y otros combates) y catalogado el mejor policía del mundo es Oscar Naranjo, pues no en vano ha sido puesto al servicio del régimen antidemocrático mexicano, por recomendación del patrón del norte. Ufff…
El ejército colombiano, compuesto en un 90 por ciento de desarrapados, ha sido pues el garante irreemplazable en la supervivencia del régimen genocida imperante en Colombia, y no solo practicando la mera y repugnante represión contra la población civil; su papel estelar lo lleva también, al haber pactado con la mafia de las drogas un tratado de no agresión y de partage de las ganancias fruto del comercio de estas sustancias tóxicas.
Y es bien conocido que muchos de sus generalatos y coronelitos entre otros de la elite, poseen o han poseído cultivos de coca, laboratorios de procesamiento de cocaína y de tener nexos claros con prominentes narcotraficantes para la comercialización y exportación de la blanca, como también se le conoce en el medio, y para el lavado de activos producto del negocio.
Los escuadrones de la muerte que tanto mal le han hecho al país y tanto dolor han propiciado al pueblo colombiano, también llevan el sello del ejército colombiano, pues sin él jamás estas bandas criminales no hubiesen podido llevar a cabo centenas de miles de asesinatos, masacres y descuartizamiento de hombres, mujeres y aun niños a lo largo y ancho de la geografía nacional.
Gracias al generoso aporte del ejército y en general de la fuerzas armadas y de policía, en lo que concierne a armamento, prendas, comunicaciones, transporte terrestre, fluvial y aéreo y entrenamiento en sus propias sedes, los escuadrones de la muerte o paramilitares -más candorosamente llamados por la lumpen-oligarquía en el poder, Autodefensas Unidas de Colombia, AUC-, no hubiesen podido subsistir y menos cometer tan atroces y numerosos crímenes.
El ejército colombiano posee también la inapelable potestad de maquillar los torturados, esconder los cadáveres de líderes colombianos y negar a pie juntillas los muertos en su haber y que no son pocos (Los cadáveres de los revolucionarios Camilo Torres Restrepo y Raúl Reyes son un ejemplo viviente, y los miles de ejecuciones extrajudiciales no desmienten el carácter criminal de esta institución).
Pues bien amigos, y los otros desde luego, esta es una radiografía superficial del ejército colombiano -maquinaria de muerte-, siempre descompuesto y compuesto en su mayoría por desarrapados y el cual recibe honores de los ‘demócratas’ del mundo, por ser uno de los pilares de la ‘democracia’ colombiana.
Háganme ese favor.
Por Sergio Camargo
Periodista y Escritor
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