El gigoló o la caída del Imperio

«¿Qué tendría para decirnos un «seductor» que se acerca más a los parámetros estéticos de Pollock que a un galán de Hollywood? ¿Es él o es un fenómeno? ¿Él es un fenómeno? ¿Qué está pasando, me puedo bajar? Muchas preguntas que no serán respondidas».

El gigoló o la caída del Imperio

Autor: Lucio V. Pinedo

Jimena Bezares se pregunta esta vez por el problema de la seducción. Indaga en Nietzsche y cuestiona la figura mediática del gigoló (Javier Bazterrica), un Don Juan posmoderno bastante exitoso, hasta que… ¿pero qué estamos diciendo? ¿Se trata de un conflicto moral?

Sea como fuera, el gigoló buscaba la saciedad. ¿Es un seductor ordinario o un idealista? En una de esas, el gigoló es el superhombre que elige no ser nada, para serlo todo, y se deja conmover por un amor cambiante, que lo lleva de aquí para allá, porque lo quiere todo y agota pronto lo que se le da.

Multiplicar los placeres… Suena bien, pero si se quiere ser un Don Juan, con todas las letras, también se debe asumir, con resignación, el castigo, porque es parte de las reglas del juego. ¡Tan largo me lo fiáis!

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El gigoló o la caída del Imperio

Todas las culturas —se lee desde la antropología, la sociología y la historia— tienen un inicio, un desarrollo y un fin, necesidad orgánica de realidades sociales. Si bien las sospechas ya eran grandes y profundas, acerca del agotamiento de nuestro tiempo, de los principios y valores (si es que quedan) de las ideas (políticas, estéticas, religiosas y filosóficas) y de las mañas y costumbres, la aparición de cierto personaje dio certeza a las temidas dudas. ¡Este es el fin!, hemos tocado fondo, ha aparecido, como «eslabón perdido», como «modelo de vicio social», un espécimen siempre viejo, siempre tabú: ante ustedes «El Gigoló» (literalmente, el que acompaña en el baile).

Sin duda que hay baile. Todos sabemos qué significa eso, si es que hemos aprendido algo del tango, pero no creo que sea suficiente para justificar la aparición de una figura nefasta. No por los ardides de su profesión, sino por creer que hay algo de relevante en eso, como si fuera un título nobiliario, un premio a las habilidades o una condecoración por sus labores humanitarias. Tal vez, lo relevante es que, en el imaginario colectivo, un amante embustero es al menos 1000 veces más agraciado que este pobre hombre. De todos modos, este porteño engañador (¿el más verdadero de los porteños?) ha desfilado por medios gráficos y audiovisuales (y… ¿a quién hay que rezarle para que no llegue al cine? San Francis Ford… ¡ayúdanos!).

Este sujeto, incluso, ha sido invitado a una de las más prestigiosas universidades de Latinoamérica a «dar una charla» (es, como todos pueden aventurar, en la polémica facultad del «sexo en los pasillos»). Realmente, esta gente no tiene límites, felatios en el patio y un individuo con pantalones blancos que te dice cómo levantarte y vivir a una mina. Debo confesar que los admiro un poco, desde el cinismo más profundo. Abrazo la voluntad de esta Facultad de mostrar la decadencia de la academia, si es que este es su gran plan, institución que se resiste y sigue cubriendo sus miserias, que son muchas y cada vez más difícilmente ocultables. Y si este no es el acto revolucionario que esperamos de la vetusta Academia, ¿qué es?

¿Qué tendría para decirnos un «seductor» que se acerca más a los parámetros estéticos de Pollock que a un galán de Hollywood? ¿Es él o es un fenómeno? ¿Él es un fenómeno? ¿Qué está pasando, me puedo bajar? Muchas preguntas que no serán respondidas.

Pero profundizando en lo prometido, quién mejor para comentarnos este desastre que el más seductor de todos los pensadores: con ustedes, el Sr. Nietzsche:

En un rincón apartado del universo […] hubo una vez un astro en el cual unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más soberbio y falaz de la historia universal, pero solo un minuto. Después de unos pocos respiros de la naturaleza ese astro se heló, y los animales inteligentes debieron morir.

Al universo no le importa, el cosmos no tiene redes sociales ni es entrevistado en programas con panelistas, los cuerpos celestes no se emocionan por las charlas de especialistas (o legos) en importantes univeridades (los cuerpos terrestres tampoco). Aunque si al universo le interesa inmiscuirse en las tramas oscuras y banales de los círculos universitarios, tengo un par de consejos.

Ese minuto de soberbia se llama Nietzsche y su presencia en la historia de la filosofía es la metáfora puesta al servicio del sentido común. Una cachetada de significado, del que se entiende y se aprecia, del que nos hace reir del mundo y sus extraños habitantes, eso que nos da fuerza para sobrevivir en y especialmente a la humanidad.

…y cuando desaparezca no habrá pasado nada…

Exactamente eso, los imperios caen… los gigolo también (y, definitivamente, la calza napoleónica nunca tendría que haber evolucionado en jeans blancos). Sin duda, hay más o menos síntomas de la decadencia, aquella que denunciaba Nietzsche y, más de un siglo después, seguimos esperando al superhombre. ¿Esperar al superhombre y que caiga un gigoló?, es como una dicusión teológica eterna, o alguna clase de maldición bíblica: espero a X y llega B… B no es X, entonces, hay que matarlo. No se lea esto como una instigación a la violencia, sino como una reconsideración de la espera.

¿Y que pasó con el análisis de la seducción? Soy profesora de filosofía, no hay argumento antiguo, medieval, moderno o contemporáneo que pueda explicar esto. ¿Qué más quieren? Piden demasiado, ya les regalé el párrafo más hermoso del más loco y genial de los pensadores de todos los tiempos…

de nada…

Jimena Bezares

Contacto: [email protected]


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La indiferencia del mundo. Aristóteles y la crisis inmigratoria


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