Son las diez de la noche, ya no hace frío. No sé si estoy sentado en un paradero u otra cosa. Es un bloque transparente; desde adentro se observa todo lo que pasa afuera. Veo a unos jóvenes que entran en un restorán de pizzas al otro lado de la calle. Para ingresar tuve que atravesar una mampara de vidrio manual, esa puerta típica de los bancos que usualmente es abierta por un guardia. Aquí no hay guardias, no son necesarios. Estoy esperando a un amigo que me vendrá a buscar.
A comienzos de año se informó a la comuna de Lo Barnechea acerca de este paradero en avenida La Dehesa. La noticia no circuló mucho, y pocos se enteraron de que era algo inédito en el país. En este caso el foco se puso en la comodidad, está a la vista: cuenta con bancas para sentarse, aire acondicionado para capear el calor y un espacio amplio para esperar.
Pocas comunas en Chile se pueden dar el lujo de pensar en el estilo que quieren para sus paraderos. No suena mal eso de innovar en el diseño de estos lugares. Mal que mal, aquí se espera, algo que casi todos asocian al aburrimiento o al tedio.
Por eso, y aunque a nivel nacional parezca una falta de sentido común invertir 20 millones de pesos en algo así, hay distintos lugares en el mundo que se han dedicado a innovar en los espacios de espera. Un ejemplo de este tipo de políticas se dio en Krumbach, un pueblo chico ubicado en Austria. Según informó El Definido, el diseño de siete paraderos en este lugar estuvo a cargo de arquitectos de distintos países, y se obtuvieron resultados interesantes a nivel urbano, con propuestas que invitaban a aprovechar el famoso tiempo muerto de otra forma.
Sigo mirando. Veo pasar una micro. No la necesito detener. Al menos no ahora.
Me imagino que todos los recorridos tienen la orden expresa de parar, de otra forma las personas que esperan acá sentadas deben salir corriendo para que no se les pase la locomoción.
Dos jóvenes caminan hacia el paradero. Me ven sentado acá, solo, tapado por la capucha de un polerón. Ya no quieren entrar. Veo a mi lado una bolsa de H&M llena de cosas.
El refugio –así lo llaman en la municipalidad de Lo Barnechea– funciona entre las cinco de la mañana y las doce de la noche. Todos los días. Tiene 21 metros cuadrados y no solo cuenta con aire acondicionado para esquivar el calor sofocante; en invierno, cuando las temperaturas en esta zona llegan cerca de los 0 grados, se enciende una calefacción que mantiene un ambiente agradable. Hasta que llega la micro y hay que salir, desde luego.
Según los datos de la municipalidad, este paradero recibe diariamente a 400 personas. Su costo mensual es de $300.000.
Sigo solo. Pienso que los guardias sí son necesarios, quizás. Sobre todo a estas horas de la noche. En cualquier minuto podría llegar alguien a robarme. O peor: en cualquier minuto podría llegar alguien a conversarme.
Pero llega mi amigo y se estaciona en la bomba de bencina trasera. «¿Dónde estabas?», pregunta apenas me subo a su auto. «Adentro de ese paradero», le digo, y él me dice que nunca ha estado ahí dentro.