¿Imaginas despertar en plena madrugada con el rugido de un león… en medio de la ciudad? Esta no es una escena de película ni una experiencia de realidad virtual, sino un fragmento real de la historia poblana. Entre árboles, calzadas y juegos infantiles, el Paseo Bravo —una de las alamedas más emblemáticas de Puebla— fue hogar de un zoológico que durante más de tres décadas maravilló, sorprendió y, en ocasiones, asustó a los poblanos.
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Inaugurado el 5 de febrero de 1943, durante la presidencia municipal de Juan Manuel Treviño, el zoológico del Paseo Bravo fue durante años el punto de encuentro familiar por excelencia. Instalado a lo largo de la 13 Sur, justo donde hoy se levanta el monumento al fraile Toribio de Benavente “Motolinía”, albergó una colección insólita de animales: leones africanos, osos polares, pumas, jaguares, avestruces, monos, venados, cocodrilos y hasta serpientes en su propio serpentario.
Además del zoológico, el parque ofrecía múltiples atractivos: un museo de historia natural, un acuario, una pista de patinaje, un lago artificial con lanchas y un tren infantil que luego fue sustituido por un transporte de gasolina. Vendedores ambulantes —los verdaderos «ambulantes», que caminaban entre los visitantes ofreciendo merengues, jícamas con chile y algodones de azúcar— daban vida a los pasillos del parque, especialmente los domingos.
Durante el gobierno del alcalde Rafael Artasánchez Romero (1957-1960), se emprendieron mejoras en infraestructura: jaulas, alumbrado, lago, serpentario y peceras. La idea era hacer del zoológico un verdadero centro educativo y recreativo.
En 1974, tras más de 30 años de operación, el zoológico cerró sus puertas. Algunos animales fueron trasladados al recién fundado Africam Safari (1972), marcando el fin de una era. Un trágico episodio lo anticipó: en 1963, un león fue asesinado por un grupo de jóvenes, y aunque un nuevo ejemplar —“César”— llegó al parque, su destino fue igualmente melancólico, confinado en una jaula demasiado pequeña.
Pero el Paseo Bravo no dejó de evolucionar. En los años 80, se revitalizó con bancas de hierro, fuentes y juegos mecánicos, y en la última década del siglo XX, adquirió el aspecto que conserva hasta hoy: un espacio de descanso, cultura y memoria viva en el corazón de la ciudad.
El Paseo Bravo, fundado a inicios del siglo XIX, ha sido escenario de múltiples capítulos en la historia de Puebla: fue plaza de toros, panteón provisional, paseo dominical, museo, parque de diversiones y, por supuesto, zoológico. Hoy, aunque los rugidos ya no resuenan por sus senderos, las memorias siguen vivas entre los árboles, las fuentes y las bancas de este rincón emblemático.
Foto: El Ciudadano
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