No necesitamos la ingenua pureza del niño de la fábula —ese que rompió con la espiral del silencio— para percibir que “el rey está desnudo”. La panoplia de poderes instrumentales de la oligarquía económica y política chilena resplandecerá diáfana en medio del caos, las traiciones, los ajustes de cuentas y la implosión concertacionista. Pero no todo será miel sobre hojuelas para el empresario-presidente. Aunque el staff piñerista trate incluso de limitar los daños de la caída de una hoja, en los meses venideros vendrán los previsibles escándalos, producto de los presumibles negociados y arreglines de los nuevos tecnócratas del “cambio” (‘diplomados en economía y management en las mejores universidades de EE.UU’, reza la monserga), provenientes en su mayoría del sector privado y que coparán el aparato burocrático de Estado.
En el centro del escenario político estará el Empresario-Sol, agitándose nervioso durante cuatro años en el trono ejecutivo del poder, gerenciando al país como una empresa; ahí donde lo pre-vieron potenciado y gobernando los artífices visionarios del régimen político y constitucional diseñado hace un cuarto de siglo por los operadores “intelectuales” UDI (no tardarán en recordárselo los surnumerarios pontífices guardianes de la ortodoxia beato-conservadora). Ah, no será extraño que en el nuevo gabinete, salpicados entre medio de ultraliberales y conservadores de viejo cuño, se encuentren algunos progresistas-liberales. Una idea fija determinará el actuar político de la empresa piñerista: el Estado es un botín, no se transa; una vez conquistado, no se cede.
Es lo propio de la psicología depredadora del empresario-financiero y conquistador de posiciones ventajosas en el mercado.
El dispositivo mediático tradicional adicto e incólume estará en posición firme; bien aceitado para establecer un cerco de imagen securitario en torno del tejado de vidrio de la Presidencia. Lo hará desinformando, filtrando, omitiendo, espectacularizando, distrayendo. Ya sea, manipulando las emociones como construyendo día a día la “agenda setting de la derecha empresarial y política (estableciendo la jerarquía en las prioridades llamadas públicas).
Para qué hablar de la política exterior. Ésta se someterá sin más a los designios imperiales más conservadores y avalará la neocolonización de Latinoamérica con la estrategia del Poder inteligente de los Demócratas y la del Poder militar y tecnológico del Southern Command de los Republicanos (*).
En esta estrategia imperial conjunta, lo humanitario, lo político y los negocios se confunden y tienen el mismo objetivo: proyectar la potencia imperial, ocupando territorios e instalando gobiernos sumisos para exigir “seguridad jurídica” a los intereses de la empresa privada norteamericana y global. También en este terreno la Concertación fue obsecuente con los “intereses globales”. Uno de sus hijos mimados, J.M. Insulza, acaba de avalar, sin chistar, el golpe institucional en Honduras en contra el gobierno legítimo de Zelaya, traicionando el espíritu y la letra de la Carta democrática de la OEA.
No hay por donde perderse, ni llamarse a engaño. Los concertacionistas le pavimentaron el camino al proyecto piñerista; plagándolo de las “buenas intenciones” mercadistas y capitalistas con retoques de inocuo progresismo. El motor del lucro fue legitimado con la derecha en educación; lo mismo en salud (Piñera es propietario del más moderno centro de salud para pudientes); en información (absolutamente nada se hizo para ayudar al derecho al pluralismo informativo) y sólo ahora, después del coraje de un periodista al resistir a plegarse a las exigencias del presidente y empresario mediático, los dirigentes del gremio levantan la voz.
Y qué decir de la situación precaria de los trabajadores en el plano de los derechos colectivos, sacrificada por el concertacionismo en nombre de la crisis y en el altar de la productividad empresarial.
Fue la constante. Cuando los concertacionistas quisieron posar de modernos y progresistas optaron siempre por el parámetro mercadista descartando con argumentos de mala leche el de los derechos democráticos y colectivos de las mayorías para declararse como tales. Como el liberalismo, el “progresismo” funciona como justificador de las políticas de derecha.
Por supuesto. Piñera continuará con lo realizado acentuando las soluciones capitalistas que beneficiarán a los ricos y poderosos. La carrera hacia una sociedad gobernada por los mercados y el lucro se profundizará. Con la legitimidad que le habrá dejado la Concertación, e incluso su propia disidencia, como la de M. Enríquez-O, que aunque aparezca oposición novedosa al sistema, también contribuyó a fortalecer las opciones mercadistas y empresariales para resolver los problemas (no por azar sus ex asesores y amigos economistas hoy están con Piñera). Enríquez-O, no hay que olvidarlo, acarreó agua ideológica al molino piñerista.
¿Cómo creer entonces en la cantinela de los nuevos liderazgos y en la de la recomposición de una mal llamada “centro-izquierda progresista” para volver a gobernar el 2014? Repetir que la mayoría de la ciudadanía es de “centro-izquierda-progresista” nada resuelve si no hay debates acerca de un programa- proyecto de sociedad alternativo al liberalismo piñerista o al concertacionismo centro-progresista, en cada sala de clase, aula, cátedra, iglesia, fábrica, barrio, territorio mapuche, movimiento social y medio alternativo.
Una recomposición en torno a “nuevos liderazgos” concertacionistas nada augura de bueno para un proyecto alternativo al neoliberalismo o ultraliberalismo de la derecha piñerista. Como en Italia, cuando Berlusconi vencido en su primera tentativa de reelección en 1995 por un conglomerado centro-progresista, “heteróclito, paliducho y sin proyecto” (Serge Halimi), volvió a triunfar seis años más tarde.
El programa concertacionista de la mal llamada centro-izquierda progresista fracasó. Es necesario un nuevo programa antineoliberal, que retome lo fundamental del de la candidatura de Jorge Arrate y de su liderazgo. Sólo así impediremos que los derrotados se repitan el plato. Pero este programa debe ser debatido y asumido por un movimiento de reagrupamiento de una izquierda política y social auténtica, que no le de tregua ni al concertacionismo, ni a la derecha.
Se puede hacer. Es el desafío de la izquierda por construir. Siempre que este proyecto se apoye en las movilizaciones sociales en torno a las reivindicaciones ciudadanas y populares. Sólo de esta manera, y a esta política, vendrán los concertacionistas de izquierda.
Porque de lo que se trata es de construir liderazgos ciudadanos y populares… pero colectivos, sociales, democráticos.
Las cúpulas concertacionistas se dedicarán a colmatar las brechas de manera discursiva y a tender un manto del olvido acerca de sus responsabilidades en el ascenso al poder de la alianza liberal-pinochetista. Las dirigencias concertacionistas derrotadas intentarán pegar los platos rotos e incluso no dudarán en utilizar las categorías del marxismo y de la lucha de clases en su épica antipiñerista. Algunos ya hacen gárgaras con “trinchera”, “pueblo”, “trabajadores”, “oprimidos”, “oligarquía”, “explotadores”, etc. Otros tratarán de reconstruir una nueva dirección con viejas ideas, pero con rostros maquillados. Es el proyecto de Ricardo Lagos: una retórica progresista, una práctica inconsecuente y una crítica discursiva al piñerismo. Pero una vez en el gobierno volverán a lo mismo: mantendrán con reformas a cuentagotas el sistema que perpetúa la desigualdad, el endeudamiento de la clase media y popular, la destrucción del medio ambiente y el poder estructural de los ricos y poderosos.
Las voluntades de izquierda necesitamos una metodología de la unidad para … reagruparnos y, con un actuar abierto a los posibles, aprovechar las ventajas que ofrece cada situación. Construyendo historia sin dogmatismos. Esbozando un perfil para un futuro humano: una hipótesis estratégica que atraiga a los espíritus jóvenes, proletarios, profesionales (a los miles que tendrán trabajos precarios y mal pagados, los del “millón de empleos” del piñerismo) y estudiantiles; un nuevo horizonte ético ecosocialista, “sin el cual la voluntad renuncia, el espíritu de resistencia (contra las aberraciones capitalistas) capitula, la fidelidad falla, la tradición se pierde” (Daniel Bensaïd).
(*) Como en Grecia (450-404 A. de J.C.) y Roma en tiempos de sus imperios (siglo II al IV D. de J.C.), EE.UU es imperialista en el plano de su política exterior y, en el interior debe responder a las presiones democráticas del “demos”. Como el circo romano del consumo con endeudamiento se acabó ahora se trata de ponerle freno a los excesos. Esto explica las medidas (moderadas) contra la voracidad y control del sistema financiero que el presidente Obama está aplicando contra el poder de Wall Street.
Por Leopoldo Lavín Mujica
Militante de la Izquierda chilena