La decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de imponer aranceles del 25% al acero y al aluminio importado es una nueva señal de su política económica proteccionista, una estrategia que amenaza con desatar una guerra comercial de proporciones incalculables. Acompañado de declaraciones grandilocuentes y con la seguridad de un hombre convencido de que el aislacionismo es la solución a los problemas económicos de su país, Trump ha decidido profundizar en una visión mercantilista que ya había intentado imponer durante su primer mandato.
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El argumento del republicano es sencillo, casi rudimentario: si otros países imponen tarifas a los productos estadounidenses, él hará lo mismo. Una estrategia que, en esencia, desconoce los principios fundamentales del comercio internacional y que ignora los riesgos de represalias por parte de sus principales socios comerciales. De hecho, la historia demuestra que cada vez que un país adopta una política de aranceles agresiva, el resultado es un incremento en los costos de producción, una caída en el consumo y una afectación a las relaciones diplomáticas y económicas con sus socios estratégicos.
México y Canadá, dos de los principales socios comerciales de Estados Unidos bajo el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), fueron objeto de las amenazas de Trump. Si bien el mandatario decidió posponer la aplicación de los aranceles después de conversaciones con la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, la advertencia quedó sobre la mesa: si no cumplen con sus exigencias en materia de inmigración y control del tráfico de fentanilo, la Casa Blanca no dudará en imponer los gravámenes.
Es evidente que Trump busca utilizar los aranceles como una herramienta de presión política más que como una medida económica racional. El proteccionismo del magnate no tiene como objetivo fortalecer la industria estadounidense, sino marcar territorio en un mundo globalizado donde la interdependencia es inevitable. Bajo esta lógica, el republicano amenaza a sus vecinos con costos adicionales para el comercio, mientras ignora que sus propias empresas dependen de insumos importados para mantener su competitividad.
La política arancelaria de Trump pone en entredicho la viabilidad del T-MEC. Desde su renegociación, el acuerdo ha permitido un comercio más dinámico entre los tres países, estableciendo reglas claras para la inversión y la competitividad. Sin embargo, si Washington decide imponer tarifas arbitrarias, el tratado podría perder su efectividad y empujar a México y Canadá a explorar nuevas alianzas comerciales con otros bloques, como la Unión Europea o China.
El proteccionismo arancelario de Trump también es un recordatorio de los problemas estructurales de la economía estadounidense. La industria siderúrgica y del aluminio han perdido competitividad no por la existencia de un comercio libre, sino por la falta de inversión en infraestructura, innovación y capacitación de la fuerza laboral. En lugar de abordar estas cuestiones de fondo, el mandatario prefiere culpar a sus socios comerciales y poner en riesgo la estabilidad de la región.
Más allá de América del Norte, Trump ha decidido intensificar la guerra comercial con China. Su administración ha impuesto aranceles del 10% a los productos chinos, bajo el argumento de que Pekín no ha hecho lo suficiente para frenar el flujo de fentanilo y sus precursores químicos. No obstante, esta medida solo ha provocado una respuesta inmediata de represalia por parte del gobierno chino, que ha gravado con aranceles a productos estadounidenses por un valor de 14,000 millones de dólares.
China ha demostrado en el pasado que no se deja intimidar por las tácticas de presión de Trump. Durante su primer mandato, el expresidente intentó doblegar al gigante asiático con medidas similares, pero terminó por negociar acuerdos que apenas aliviaron las tensiones comerciales sin resolver los problemas estructurales del déficit comercial estadounidense. Ahora, con un nuevo paquete de aranceles, la Casa Blanca arriesga una escalada de medidas proteccionistas que podría afectar a la economía global.
Los mercados financieros ya han comenzado a reaccionar con incertidumbre ante las decisiones de Trump. Los aranceles al acero y al aluminio no solo encarecerán los costos de producción en Estados Unidos, sino que también generarán una presión inflacionaria en sectores clave como la manufactura, la construcción y la automoción. Empresas que dependen de estos insumos enfrentarán costos más altos, lo que inevitablemente se traducirá en precios más elevados para los consumidores.
A nivel internacional, otros países podrían seguir el ejemplo de Trump y adoptar medidas proteccionistas, lo que llevaría a un colapso de las cadenas de suministro globales. El comercio internacional no es un juego de suma cero, y la historia ha demostrado que cuando una nación impone restricciones, el resto responde con medidas similares. Este círculo vicioso solo conduce a una contracción económica generalizada.
Donald Trump ha dejado claro que su visión del comercio internacional está anclada en una lógica obsoleta, más cercana a las prácticas económicas del siglo XIX que a las necesidades del siglo XXI. En un mundo interconectado, donde las economías dependen unas de otras para crecer y desarrollarse, el proteccionismo arancelario no solo es una mala estrategia, sino que es una receta para el desastre.
México, Canadá, China y la Unión Europea deben prepararse para enfrentar un nuevo periodo de turbulencia económica si Trump sigue adelante con sus amenazas. Sin embargo, también tienen la oportunidad de fortalecer sus lazos comerciales entre sí y explorar alternativas que reduzcan su dependencia de Estados Unidos. Mientras tanto, las empresas y los consumidores estadounidenses pagarán el precio de una política basada en el aislamiento y el miedo.
Si algo ha demostrado la historia es que los aranceles no construyen economías sólidas. Lo que fortalece a una nación es la inversión en infraestructura, la educación de su población y la innovación tecnológica. Pero Trump parece más interesado en imponer barreras que en construir puentes, un error que podría costarle caro a su país y al resto del mundo. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.
@onelortiz
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