En Chile hay cosas que pasan desapercibidas, en medio de la crisis del fútbol, la abstención electoral, los líos faranduleros o las polémicas por más o menos feriados. Y no son cosas menores. Tiene que ver con definiciones que pueden marcar la ruta del país mientras la mayoría de los ciudadanos lo ignoran, no lo saben o no tienen idea.
Algo de esto ocurre con los pasos que está dando el Ministerio de Defensa en estos mal evaluados años de la administración de Sebastián Piñera. Planes para meter al Ejército, la Armada y la Fach en tareas que tienen que ver con seguridad interna del país que, de acuerdo a la Constitución y las normas democráticas, deben estar sólo en manos de las policías; una base militar extrajera en medio del territorio, a pocos kilómetros de Santiago, donde se implementan doctrinas estadounidenses; intentos de la Subsecretaría a cargo de un ex comandante del Ejército -que terminó siendo militante del gobierno de derecha-, por controlar la información y los mecanismos de Inteligencia; llegada a esa cartera de uno de los ministros peor calificados del Gobierno, con acusaciones de montajes, autoritarismo y posturas contrainsurgentes, con dudosos vínculos con el Estado de Israel -y que ahora estará a cargo de las tareas de soberanía-; y un ex titular del Ministerio que estuvo meses dedicado más a su precandidatura presidencial que a las sensibles tareas de la Defensa nacional.
Un cúmulo de situaciones que inciden delicada y negativamente en el funcionamiento de un área tan vital como estratégica. Situaciones que colocan en una posición vulnerable o al menos de incertidumbre la soberanía del país, el correcto funcionamiento del área y el respeto a lo que deben ser las misiones y atribuciones de las Fuerzas Armadas.
La gente de este país no se está dando cuenta -o no en la medida necesaria- de lo que está pasando en esas oficinas detrás del edificio Gabriela Mistral. Peor aun, es fatal la indiferencia de sectores sociales, partidos políticos, analistas, académicos, medios de comunicación, en relación a la única base militar extranjera en territorio chileno.
Claramente falta transparencia. Y nadie la está pidiendo. Eso tuvo que ver con los casos de accidentes ocurridos en ramas de las Fuerzas Armadas -que son investigados en el Congreso-, de corrupción en la compra de aviones y armamentos, en las decisiones de presupuesto y la labor de los organismos de Inteligencia militar. Situaciones que después de mucho tiempo saltan como escándalos o que nunca salen a la luz.
No faltarán quienes opinen que exageramos o que las cosas no son como en tiempos de la “guerra fría”. Pero querer bajar el perfil de estos temas es ignorar la historia de las relaciones entre Latinoamérica y Estados Unidos, desde la Doctrina Monroe (1823), pasando por el Macarthismo, la Escuela de las Américas, la Doctrina de Seguridad Nacional y su secuela de terrorismo de Estado o vínculos con la Operación Cóndor. No por nada en 2008 la marina de guerra EUA reactivó la Cuarta Flota (desactivada en 1950), y algunos estudios indican que actualmente existen entre 20 y 40 bases norteamericanas en Latinoamérica. Y a esto habría que agregar la participación de EUA en los intentos desestabilizadores en Venezuela y Bolivia, en el golpe de Estado contra Zelaya en Honduras y para destituir a Lugo en Paraguay. Ignorar esto es lisa y llanamente ingenuidad o parte de una política de ocultamiento.
Sin ir más lejos, en junio de este año, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua anunciaron su renuncia al TIAR (1947), sistema de ayuda militar mutua entre los miembros de la OEA y claramente supeditado a la política norteamericana. En cambio, los gobiernos chilenos, desde el golpe de Estado de 1973 –incluidos los 20 años conducidos por la Concertación– no han hecho más que profundizar su adhesión a la política militar continental de EUA. Esto se ha visto incrementado a partir de 2011 a raíz de la Alianza del Pacífico, compuesta por naciones aliadas de EUA: México, Colombia, Perú y Chile.
En medio de lo anterior, siguen sucediendo las matanzas tras la creación de una Nación en diáspora por el mundo que no tenía territorio y que se creó soberanía a fuego apoyada por los mismos creadores de las primeras guerras mundiales.
Lo anglosajón sediento de petróleo creó una herida en Medio Oriente, que no ha sanado. En el campo sionista, la vía nacionalista de derecha fue la que se instaló finalmente con más fuerza, apegada al dinero, la guerra, las armas, la muerte.
Recientemente uno de esos ataques que intentan ser selectivos pero que siguen matando a población civil fue dirigido por Israel sobre Palestina. Se excusan diciendo que es en respuesta a misiles de lado palestino, pero la verdad es que el asesinado líder del brazo armado de Hamas, Ahmed Yabari, tenía en sus manos un acuerdo de tregua permanente que la inteligencia israelí conocía.
Arafat también murió cuando ya alcanzaba la paz con Israel tras largas conversaciones con Estados Unidos como mediador. Recientemente su cuerpo fue exhumado para saber si su deceso fue causado por envenenamiento.
Mientras que Brasil y Argentina han ratificado las fronteras palestinas previas al conflicto de 1967 con Israel, cuando este último país tomó el control de Cisjordania y Gaza, Chile no lo ha hecho aún de manera explícita.
Hemos decidido tocar este tema en nuestro editorial y a la vez hacer la conexión con nuestra portada, movidos por la contingencia y el análisis de los hechos que nos dejan tras los cambios ministeriales, con Rodrigo Hinzpeter y su historial como ministro del Interior encabezando la represión contra los pueblos de Chile y sus manifestaciones sociales.
La tarde del pasado 5 de noviembre, a propósito del traspaso del ministro del Interior hacia la cartera de Defensa, colocamos en nuestra cuenta de Facebook una ilustración que provocó el inmediato repudio de la Comunidad Judía de Chile. La polémica se extendió por las redes sociales y en respuesta a la campaña de difamación que se lanzó en contra de este periódico, el lunes 12 de noviembre pusimos en nuestra portada web un comunicado público. En él expresamos claramente y desde nuestra óptica de Izquierda Autónoma y Libertaria, que somos un medio que reconoce y admira el inmenso aporte del judaísmo izquierdista para con los movimientos sociales de emancipación. Y que nuestro rechazo no es hacia el pueblo judío ni hacia su religión sino que a la política oficial del Estado de Israel, avalada permanentemente por Estados Unidos y Gran Bretaña.
Se nos dijo que mentíamos y que Hinzpeter no realizó su servicio militar en Israel, y nosotros nos preguntamos qué es lo que hizo durante su viaje de tres años que inició en 1983 a ese país. Recibió entonces o no, como los miles de jóvenes israelíes, algún tipo de instrucción militar, prestó o no en años posteriores algún servicio al Estado hebreo. ¿Es tema o no que el ministro de Defensa del país tenga intereses cruzados con otra nación claramente aliada de Estados Unidos, la que ya posee una base militar instalada en tiempo record en Chile con la eficiencia prestada por el saliente presidenciable Andrés Allamand?
Queremos cerrar este editorial con las palabras de Daniel Jadue –electo alcalde de Recoleta– durante la charla de Darío Teitelbaum, director del Departamento Latinoamericano de Hashomer Hatzair y secretario de la Unión Mundial de Meretz, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en Santiago, el 1 de agosto de 2012:
“(…) la única posibilidad de solucionar el conflicto [en Medio Oriente] está en la Izquierda; no está en ningún otro lugar; pero creo que la izquierda (…) israelí y palestina (…) está casi desaparecida; yo creo (…) que el desafío es su resurgimiento. Y por lo mismo tampoco tengo ninguna duda de que nosotros debemos liderar una visión mucho más futurista, que hable de algo mucho más radical, que es aprender a mirarnos entre iguales, respetando las diferencias, pero con la unidad como base para la diversidad (…)”.
Por Equipo Editor
El Ciudadano Nº136, segunda quincena noviembre 2012