La solidaridad es aquel gesto sencillo que nace de algún lugar en momentos extremadamente delicados, cuando se trata de defender la vida que por voluntad de alguien o de varios se decide atormentarla, golpearla y tratar de exterminarla sin darle la más mínima posibilidad de defenderse del hambre, de la falta de recursos.
La solidaridad en los tiempos actuales se ha convertido en un oficio peligroso, se puede perder la vida a manos de los que más solidaridad ha recibido en la historia reciente.
En todos los pueblos del mundo hay alguna calle que recuerda a un judío que representa el dolor que significó el holocausto, una estatua, un zapato solo, una muñeca rota o los marcos de unos anteojos con sus cristales quebrados.
Cuando Philipp von Boecelager forma parte del equipo de personas que conspira para darle muerte a Hitler, el 20 de julio de 1944, posiblemente lo más importante era tratar de detener la guerra y si detenía esa máquina de muerte, habían miles de ciudadanos judíos que se salvarían. Que los hornos de Auschwitz se apagarían y las chimeneas dejarían de llenar el cielo con esa nube de humo, con nombres y apellidos, en su gran mayoría ciudadanos pobres, los ciudadanos ricos tuvieron tiempo y dinero para adquirir pasaportes y cruzar el océano y esperar cumplir el promedio de vida para morir en una cama.
Philipp von Boecelager manifestó en incontables oportunidades que intentar asesinar a Hitler era una cuestión de decencia, desde que él se enteró y tuvo conocimiento del genocidio encabezado por el Führer, le quedó muy claro que había que actuar, que no se podía alargar ese atroz sufrimiento. Había que dar paso a la solidaridad.
Había que salvar a la humanidad de aquello y eso lo pensó usando su uniforme de la Wehrmacht. En su tumba el epitafio escrito dice: “Etiam si omnes ego non”. “Aunque los demás lo hagan –o consientan – yo no”
«¿Cómo podemos erradicar de esta nación todo cuanto sea posible, vivo o muerto? Podemos hacerlo matándoles y capturándoles. En este último caso lo hacemos trabajar de verdad, intentando lograr el máximo control sobre los territorios que ocupemos, evacuando a los naturales de allí, de cada rincón de terreno que tengamos bajo nosotros o que capturemos al enemigo” (1) (Himmler hablando a los oficiales de tres divisiones de las SS. Kharkov, abril 1943).
“Llegó ahora al exterminio del pueblo judío; es fácil decir: ‘La nación judía será exterminada’ dice un miembro del partido; ‘eso es evidente’, forma parte de nuestro programa. Pero poco después aparecen 80 millones de bien intencionados alemanes y cada uno tiene su propio judío honrado; es obvio que los demás son cerdos, pero este es un judío magnifico. La mayoría de nosotros sabe lo que significa la vista de cien, de quinientos, de mil cadáveres; pasar por todo aquello y haber permanecido fieles a nuestros principios, excepto en algunos casos de debilidad humana, es lo que nos ha endurecido”(2) (Himmler).
Posiblemente cuando Freya von Moltke se enteró de este discurso, le dio más fuerza para integrarse a la oposición clandestina a Hitler, a ser parte de la resistencia que entre sus tareas estaba la solidaridad para con los más golpeados, para con los más débiles, los que en esos momentos habían olvidado la esperanza.
Solidaridad hay en la Rosa Blanca, movimiento estudiantil que se organiza para detener la masacre y la locura del III Reich. La Orquesta Roja con todos sus “pianistas”, todos solidarios, ninguno de ellos asalariados, que sumaba información para lograr la victoria sobre el fascismo.
Para que naciera esa solidaridad se necesitaba coraje, mucho coraje. No fueron cientos de miles lo que iniciaron la resistencia contra Hitler. Eso no significa minimizar lo que los alemanes hicieron, pero es de justicia contarlo. Así lo manifestó la viuda del conde Helmuth James von Molke, condenado por alta traición y ahorcado tras la acción de Stauflenberg, y ella misma que era parte de ese colectivo solidario resistente, el Círculo de Kreisau.
La derrota de la Alemania nazi fue el esfuerzo de millones de hombres y mujeres, fueron la suma de gestos solidarios, era solidaridad pura y dura la que se enfrentaba a la Gestapo. Fue la solidaridad la que guardó el diario de vida de Helene Berr. Fue pura solidaridad la familia que cobijó a Ana Frank y su familia. Fue solidaridad sin decir palabra la que amparó a los niños judíos, para que no fueran subidos a los trenes rumbo a Auschwitz.
Y hoy, en los tiempos actuales, cuando es la solidaridad la que pretende mejorar las condiciones del pueblo Palestino sometido, agredido, es entonces que el Estado de Israel debería leer los periódicos que marcan como fecha el martes 31 de enero de 1933, en Berlín.
El mundo civilizado queda asombrado, estupefacto por la desmedida paliza que se le da a la solidaridad internacional, también generosa, que nace desde el fondo de algún lugar.
Cuánto se parece hoy Gaza a Auschwitz y en esos tiempos y para que la memoria no tenga olvido Rudolf Höss decía: “En Auschwitz no había tiempo para aburrirse…”
(1) (2) Dachau. Paul Berben. Madrid 1975. Ed Abraxas
Por Pablo Varas