En un momento de profunda crisis religiosa, en donde los propios altos cargos eclesiásticos aceptan públicamente que sus iglesias se están quedando vacías, se escuchan por aquí y por allí frases con el siguiente sentido: “Yo no creo ni en un Dios, ni en una iglesia santa, ni mucho menos en la condenación eterna. Después de la muerte se acabó; se acabó lo que hubo hasta hace un segundo. ¡Nada de brillo de la eternidad, nada de angelitos, que le conducen a uno a algún lugar hermoso, nada de dichas celestiales! Rígido, mudo, muerto. Se acabó”.
Esto lo ha dicho más de uno, sin embargo muchos de ellos años más tarde descubrieron que Dios es el espíritu libre y que no tenía nada que ver con las instituciones de la iglesia. Las instituciones han marcado sus ideas de cómo tiene que ser Dios y cómo hay que encontrarse con El y han impuesto su idea de Dios a sus creyentes, también por medio del bautizo de los recién nacidos. Se trata por tanto de ideas religiosas externas, de la imagen de Dios que tienen las instituciones eclesiásticas, pero ésta no tiene nada que ver con el verdadero Dios.
Las religiones externas tienen sus respectivas tradiciones para la adoración de su idea de Dios, pero en el Reino de Dios no existen ni las religiones externas ni las tradiciones. Todo esto son estructuras anquilosadas, algo que se repite constantemente y que han ideado los hombres. Dios es evolución eterna. En el Reino de Dios no existe nada anquilosado, nada rígido. Dios es perfecto y único, intransformable. Pero Dios es también creador y con ello dador de una plenitud y fuerza vital infinitas. Dios da y da, a través de lo cual la totalidad de la existencia, los universos, se encuentran en constante expansión y evolución. En Dios no existe por tanto nada rígido, nada estático y tampoco tradición alguna. Las tradiciones eclesiásticas son en su mayor parte componentes residuales del paganismo. A la enseñanza de Jesús les fueron añadidos aspectos de los cultos paganos y a esto se le sumaron partes del Antiguo Testamento.
Los cargos eclesiásticos y muchos fieles de la iglesia se han entumecido en sus tradiciones. Lo que hay en ello de verdad y de ficción ya no se puede distinguir. Quien es un seguidor a ciegas, está atado a esta congregación de fe y se niega a sí mismo la posibilidad de pensar libremente. Quien contemple más de cerca las iglesias institucionales-tradicionales, con el tiempo, llegará al reconocimiento de que todo esto no puede tener nada que ver con Dios, quien es la igualdad, la libertad, la unidad, la fraternidad y la justicia, y aún menos con el amor universal de Dios.
El que las cosas tal como las presentan las iglesias no sean ni convincentes, ni satisfactorias no es motivo para suprimir a Dios, sobretodo porque en realidad El nunca ha vivido en un templo de piedra. Estas instituciones se han arrogado el derecho sobre Dios, constituyendo el monopolio sobre El, cuando no hay nada más lejos de la realidad. En Dios no existen las tradiciones eclesiásticas, pero Dios existe. Por este motivo comprender al verdadero Dios y lo divino es más fácil para los ateos que para los cristianos atados a la iglesia, quienes se han vuelto rígidos en sus tradiciones y sus opiniones de fe y quienes han sacrificado a la razón de la iglesia, la libertad de pensar con independencia, de reconocer y de actuar en consecuencia.
Por Juan Lama Ortega