Durante la última semana, en distintos medios han rondado análisis sobre el proceso eleccionario. Estos se han concentrado principalmente en tres temas: las elecciones en las comunas de Santiago y Providencia, los votos perdidos en comunas como Renca y La Florida y por último, la baja participación electoral en general en todo el proceso eleccionario.
No nos debiera sorprender que los medios de comunicación dominante se concentren en estos temas, pues la elite ha apostado desde siempre al ejercicio privado de la política. Tratarla desde la esfera institucional y convertirla en tema de “Estado” es una estrategia archiconocida en nuestra historia nacional, ya que con ello se intenta neutralizarla, castrándole su contenido humano y de “clase”. En este sentido, la institucionalidad burguesa y sus medios de comunicación, son los grandes derrotados en estas elecciones. La distancia que hubo entre sus seudoestudios y los resultados de las elecciones municipales dejan entrever que las mediciones políticas erróneas de la prensa burguesa o son inútiles o derechamente tendenciosas.
Como primer tema, me parece que los procesos eleccionarios de Santiago y de Providencia significan política y simbólicamente un intento por resucitar la desgastada pugna Concertación-Alianza. Por una parte, Santiago es el trampolín de los bloques políticos hacia el sillón presidencial, por tanto el ganar las alcaldicias en “la madre de las batallas” implica estar a unos pasos de La Moneda y de alguna manera “mostrarse” ante el público comunal como un posible bloque gobernante.
Por otra parte, la “farandulera” carrera entre el coronel Labbé y Josefa Errázuriz intenta revivir simbólicamente la batalla de la Concertación contra el pinochetismo más duro. Esto renueva la moral en la militancia concertacionista que lee en este hecho la resignificación de su lucha por la democracia, lucha que ya sabemos desgastada y anticuada pues los movimientos sociales en Chile han dado muestra de experiencias democráticas mucho más participativas que las meras coyunturas electorales. Pero no nos engañemos, esta comuna tiene una gran población flotante y un porcentaje no menor de electores que se trasladaron de otras comunas para votar contra Labbé, y aún así con un padrón electoral de 156.000 electores y de 66.07 votantes, Providencia tuvo una abstención del 57,8% según datos de la Fundación SOL en base a datos Servel y elecciones.gob.cl, es decir se mantiene dentro del promedio nacional de abstención. La simbólica competencia entre Josefa Errázuriz y el coronel Labbé no cambia un ápice el sentimiento generalizado de apatía frente a las elecciones.
Respecto del mentado tema “votos perdidos y fraude electoral”, me parece que más allá de caer en el debate técnico, este asunto nos introduce a lo que a mi juicio es el tema principal de las elecciones, la abstención electoral y la nueva construcción política. Aquellos que se manifestaron en distintas comunas por el supuesto o real fraude electoral, no son precisamente los movimientos sociales, ni los miles de compatriotas que quedaron fuera de las urnas por decisión propia. Quienes se han manifestado en torno a este hecho, fueron un grupo reducido de concejales no electos, de distintos conglomerados políticos, son una treintena de vecinos de Renca simpatizantes de uno u otro candidato, son aquellos que forman parte y confían en el ejercicio electoral y por último en la institucionalidad burguesa.
Junto con reacciones como esta, hemos sido espectadores del más patético intento de la clase política por desarrollar campañas pro-electorales antes de las elecciones alcaldicias. Me parece que este es un síntoma de cómo la clase política en su conjunto es capaz de olvidar sus pequeñas diferencias y homogeneizar sus intereses en la defensa de la institucionalidad. Hoy, temerosos de lo que podría ocurrir en las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales, han sondeado al público sugiriendo y/o rechazando, pero en última instancia debatiendo, la posibilidad de volver al voto obligatorio y de incentivar el ejercicio del sufragio a través de campañas. Si pudiéramos resumir en una consigna la desesperación de la clase política, intentaría con un “vote por quien sea, pero vote.”
Ahora bien, lo que es interesante analizar es la abstención mayoritaria de la población en el proceso electoral. De estos, podemos identificar varios tipos: aquellos que no votaron porque han construido una postura ideológica frente al proceso, es decir tienen una posición política de abstención, están aquellos que se han ido desencantando con los años y que hoy tuvieron la posibilidad de expresarlo y están los eternamente apáticos, como diría Bertolt Brecht los analfabetos políticos que no han construido una posición política y son víctimas diariamente de la alienación del trabajo y los valores del neoliberalismo.
Subrayemos el hecho que la abstención en el proceso electoral, no ha traído consigo inactividad política. Al contrario, en paralelo al desencanto hacia la institucionalidad burguesa, los últimos diez años han sido testigos de una emergencia de los movimientos sociales y de nuevas formas de construcción política que sitúan a la comunidad como sujeto transformador. De esta manera, tenemos al mismo tiempo una multitud que se aparta del proceso eleccionario, y a su vez un incremento en los niveles de participación en otros espacios fuera de la institucionalidad bajo otras lógicas organizativas que podrían convertirse en el largo plazo en embriones políticos de organizaciones futuras. Hablo de las experiencias asamblearias, las vocerías, la horizontalidad en la construcción política, el diálogo constante que hay entre grupos universitarios conformados en colectivos y el mundo popular, la circulación de valores entre la clase media ilustrada y la clase popular, etc.
Junto con la emergencia de nuevas construcciones de experiencia política, “la protesta” se ha adueñado de las calles de Chile, utilizando distintos medios para escarmentar a las compañías transnacionales, a la banca privada, la policía y a la simbología capitalista. Así, los “medios” que se han rediseñado varían desde la utilización del “carnaval” como método de denuncia social a la violencia callejera [1] como método de castigo a la estética y los valores neoliberales. Creo que la puesta en escena de “la protesta” refleja una tensión entre dos tradiciones político-culturales que aún no superan la discusión respecto de los alcances o limitaciones de la lucha al interior de la institucionalidad.
Esta tensión emerge cada cierto tiempo y normalmente se explicita en la participación o no de los torneos electorales municipales, presidenciales y parlamentarios, con la gran diferencia que en esta coyuntura, las condiciones del sistema político son otras. Hace 40 años, la alternativa política contra institucional levantada por la izquierda revolucionaria se topaba con un gigante republicano que impedía cuajar el discurso insurgente como un proyecto apoyado por las mayorías, pero haber levantado la consigna “no presto el voto” o constituido comités antielectorales en diferentes comunas es a mi juicio un acto testimonial más que un ejercicio político con proyección, porque puntos más o puntos menos, la lección que nos dejan las municipales 2012 es que la gran mayoría de los chilenos no asientan sus inquietudes dentro del marco republicano—eso estaba claro antes de las elecciones—y no precisamente para apoyar una fuerza política de izquierda, sino lisa y llanamente porque la ilegitimidad del sistema político chileno ya es parte del inconsciente colectivo, y los ciudadanos de clase media y popular instintivamente reconocen las falencias del modelo político chileno evidenciándolo primero al no inscribirse en los registros electorales y votando nulo o blanco y ahora, bajo un marco regulatorio que permite el voto voluntario, absteniéndose al sufragio.
Me parece que el gran desafío de la izquierda y los revolucionarios es doble. Por una parte la construcción de un proyecto político que enmarque las inquietudes y esperanzas de ese gran pueblo que ha decidido no involucrarse con la institucionalidad y por otra parte, hacerlo disputando los espacios de poder a la clase dominante y al Estado.
Por Pablo Simón
[1] Aunque sabemos que la violencia callejera no es nueva. En realidad es de larga data en Chile, y sus métodos se inscriben dentro de la memoria social que nuestro pueblo ha acumulado en distintas etapas reivindicativas.
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