En un artículo que comenté para G80, Nélson Gutiérrez decía: «…mientras, el crecimiento del trabajo inmaterial, la expansión de la educación media y superior, el acceso a la sociedad y economía del conocimiento, van gestando un nuevo proletariado intelectual que no requiere subordinarse a medios de producción ajenos y que presiente que la burguesía está dejando de jugar un papel «progresivo».
Vaya párrafo para hablar de la vida, ¿no?
Hoy conversaba con una amiga que vive en España, está de vacaciones en Chile y me dijo que una de las cuestiones que le chocaba de los manifiestos de «intelectuales» refiriéndose a un grupo en especial que firmaba por un candidato de «izquierda» y hoy lo hace por Frei, es que se autodenominaban justamente así: «intelectuales por…», yo la miré y le dije: si pues, en vez de denominarse proletariado intelectual… O como se decía en los setenta (me gusta más) trabajador intelectual… Por eso mismo no firmo nada de esos tremendos intelectuales ni tampoco me invitan, en todo caso.
Hoy mismo, me compré dos libros, La insurrección de Kronstadt de Alexander Berkman y Stépan Petritchenko, dos hombres que estuvieron allí, y La revolución rusa, un examen crítico de Rosa Luxemburgo, ya en la micro pensaba, qué manera de abstraerme de mi condición y de mis dificultades reales, indagando en dos temas en sí mismos tremendos y tan específicos, de una historia muerta.
Puede parecerles inconexo este artículo, pero es más bien mi manera de pensar, sin corrección, así con ideas dispares. Lo que pasa es que cuando escribo y edito, siempre termino ordenándolas lógicamente, esta vez no lo haré. Sinceridad obliga.
Es cierto soy un proletario intelectual que no es lo mismo que un intelectual proletarizado, pero que también soy.
Escribo como poseído en Internet, en Chile no hay industria cultural o editorial y las editoras independientes difícilmente querrían publicar demasiada poesía o ensayos políticos de raíz leninista. O novelas sobre aquello que nos duele y nos repugna. Pero esto no es una protesta es mera constatación.
Escribo como poseído, porque como dijo García Márquez en una vieja conversación con Vargas Llosa, no se hacer otra cosa bien, realmente. Ni siquiera relacionarme con los demás, de tal manera que no parezca un monólogo. Bueno siempre trato de vencer mis limitaciones, pero al parecer hablar como escribo es parte de mi personalidad profunda.
Como decía un epígrafe de la célebre novela de Manns Buenas noches los pastores: proletario es aquel que no tiene dominio sobre su vida y que lo sabe.
En esa lógica soy un lumpen proletario de la palabra o como dije sarcásticamente en un encuentro frente al público (a propósito de la excesiva y generosa presentación: la voz lírica más importante de nuestra generación…): soy más bien, la voz lírica más acallada de mi generación, no me editan ni en papel confort. Y no es que lo desee particularmente (el que no me consideren parte de…), pero también es cierto que el hombre y la mujer hacen la historia, pero no son dueños de sus resultados. Puede ser por propias y tremendas limitaciones o las circunstancias de vivir en un país y bajo un gobierno de clase que no tolera divergencias, o por ambas razones. Yo me he dedicado más que a ninguna otra cosa, a escribir, día tras día y debiera decir noche tras noche, sin esperar resultados, pero con la secreta esperanza de quedar en el papel al menos. Retomando la idea inicial que menciono en el segundo párrafo «Vaya, tremendas abstracciones para hablar de la vida, ¿no?
A veces como a cualquiera de ustedes me vencen las dificultades que casi siempre son de dos ordenes, como en la vida de cualquiera, económicas y emocionales. Deambulo por acción y elección en el fondo, entre la pobreza y la austeridad y entre el amor y la batalla. Pertenecen la pobreza y el desamor o la confrontación amorosa, al reino de la necesidad.
Porque también es cierto lo que dijo el filósofo, luchamos por salir del reino de la necesidad para llegar al de la libertad. Y a continuación, soy yo: Y generalmente fracasamos en el intento. No es derrotismo sino realidad. Fracasamos para volver a probar nuevamente, una y otra vez, pero se nos va la vida en ello y un día amanecemos o anochecemos en el último segundo de nuestras existencias sin saber realmente si hemos vencido.
Qué importa entonces, la Luxemburgo o la matanza de Kronstadt, cuando no tienes para pagar la luz o el agua, qué importa la Luxemburgo o la matanza de Kronstadt cuando se derrumba tu amor, o estas solo o sola en pieza oscura.
Es cierto, los demás hombres y mujeres creen que pueden pagar las cuentas con la tarjeta de crédito y viven la ilusión de que en verdad las están pagando, o tener amantes, o por último vacacionar con su mujer y beber hasta perder la conciencia o salir a bailar con ella o qué se yo, para abstraerse de que estarán siempre a punto de no poder pagar sus gastos o a punto de separarse. No me interesa en todo caso ser un enfant terrible de la vida de los demás, ni hacer una crítica de la cotidianidad y de la subjetividad del mundo, al estilo del consumo me consume (Me gustaría estar en una playa desierta, a decir verdad, mirando el mar y escribiendo, puesto que me es suficiente sufrir en demasía y lo digo sin mentir, por como va el paisito y sus enormes exclusiones partitocráticas y clasistas. Penetrar demasiado en él o en vidas particulares me resultaría muy duro).
Sólo deseo decirles que a veces creo que me abstraigo demasiado en temas elevados, meramente para vivir, en el intento de pensarlos y escribirlos, el reino siempre esquivo de mi libertad, para salir, aunque sea ilusoriamente, como lo hacen los hombres y mujeres con su tarjeta de crédito o sus viajes en turismo de tercera, del reino de la necesidad que me tiene enfermo y cansado en casi medio siglo de vida.
Frente a esta reflexión , una mujer y su pareja a los que conocí tomándome un café en la Plaza Brasil, me dijeron, bueno, siempre tenemos la posibilidad de reinventarnos. Creo sin ser demasiado ácido, que la palabra reinvención y la otra maldita palabra emprendimiento, son finalmente los yugos de nuestra realidad. Las inventaron o (re) inventaron otros para que seamos capaces de tolerar la frustración de una vida muy difícil, para los proletarios manuales e intelectuales en una patria neurótica y encerrada que no permite una tercera vía. De un mundo social en el que si no te «reinventas» o «emprendes» te vas directo a vivir debajo de los puentes, esos mismos que el ejército chileno les robó al Perú y que hermosean el feo y viejo Mapocho.
El pueblo de Kronstadt murió bajo las balas del ejército, fue diezmado, y gritaban mientras morían: Todo el poder a los Soviets, y sin embargo quienes lo asesinaban era los soldados del Ejército Rojo. Rosa Luxemburgo (la de la revolución rusa y su examen crítico), fue detenida y asesinada cuando se le conducía a la cárcel por mandato del líder socialdemócrata Friedrich Ebert quien utilizó para este fin a la milicia nacionalista, los «Cuerpos Libres» (Freikorps), y en el libro que leo me dice al oído: «La libertad reservada sólo a los partidarios del gobierno, sólo a los miembros del partido -por numerosos que ellos sean- no es libertad. La libertad es siempre únicamente libertad para quienes piensan de modo distinto».
La diferencia entre beber hasta quedar embrutecido o bailar hasta quedar extenuado con la mujer con la que te vas a separar, y comprar libros, leerlos y escribir, es simple, lo primero te hace olvidar, te aliena, te engaña, incluso para siempre, lo segundo te hace seguir siendo pobre y con dificultades emocionales, pero al menos lo sabes, eres consciente, eres todo un proletario, incluso para siempre.
Por Fesal Chain
Poeta, narrador y sociólogo