Entrevista a Eduardo Labarca: «El día en que mis obras sean aburridas dejo de escribir»

Entre sus libros se cuentan la novela Butamalón y Salvador Allende. Biografía sentimental, así como Cadáver tuerto y El enigma de los módulos, algunos objeto de controversia

Entrevista a Eduardo Labarca: «El día en que mis obras sean aburridas dejo de escribir»

Autor: El Ciudadano

Cada tres o cuatro años Eduardo Labarca Goddard (1938), “periodista, escritor, etcétera”, como le gusta que le digan, nos sorprende con un libro tanto o más fascinante que el anterior. Ante el rumor de que está inmerso en un nuevo proyecto, a las 23.15 de esta noche de verano llego a su casa en Las Cruces. Labarca hace chocar con el mío su vaso de Jack Daniels  y me comenta que entre estas paredes vivió el pintor Juan Francisco González y que a media cuadra está la casa de Nicanor Parra. Le pregunto si él y el antipoeta eran amigos: “Buenos vecinos, nos tratábamos de ‘compadre’”.

Además de las estanterías de libros, las paredes del escritorio están atiborradas de fotos, diplomas, certificados de premios, pendones con la portada de sus libros, afiches, entre ellos algunos del tiempo de su estancia en Moscú, en los que su nombre aparece en caracteres cirílicos: Эдуардо Лабарка Годдард. Mi entrevistado ha pasado la mitad de su vida fuera de Chile –“mi exilio se prolongó demasiado”– y varios de sus libros fueron publicados y premiados en el extranjero, antes que en Chile, aunque en su totalidad son de tema chileno porque “este paisito me persigue día y noche”.

Como periodista de terreno cubrió en Vallegrande la muerte del Che, el Tancazo del 29 de junio de 1973 en Santiago, ocasión en que recuperó bajo las balas la cámara con que el argentino Leonardo Henrichsen había filmado su propia muerte, secuencia mundialmente conocida, y durante el gobierno de Allende estuvo en los lugares en que se decidía la historia. Panelista del emblemático programa A esta hora se improvisa de TV13, después del golpe militar fue una de las voces del inolvidable programa Escucha, Chile de Radio Moscú.

Entre sus libros se cuentan la novela Butamalón y Salvador Allende. Biografía sentimental, así como Cadáver tuerto y El enigma de los módulos, algunos objeto de controversia. Como periodista e investigador se hizo conocido por sus libros Chile Invadido y Chile al Rojo, entre otros. Sobre el escritorio –que perteneció a Salvador Allende– se desparraman apuntes y documentos relacionados con el libro que está escribiendo.

Eduardo Labarca en su casa de las Cruces, febrero de 2023.

– ¿Ya tienes el título?

–  Sí… pero prefiero no darlo a conocer por ahora.

– ¿Qué tipo de libro?

– Es un libro tipo cajón de sastre, de esos que los académicos llaman “de género híbrido”, mezcla de recuerdos, ensayo y ficción.

– No muy concreta tu respuesta… ¿Y, digamos, con una mirada hacia el futuro?

– Al pasado, presente y futuro de la humanidad, una obra realista lo que quiere decir pesimista. Cuando nací los seres humanos éramos dos mil millones, hoy sumamos ocho mil millones. Somos depredadores y el planeta no da para más; la naturaleza nos está pasando la cuenta, como los dinosaurios, el homo sapiens va derecho a la extinción.

– El físico Stephen Hawking dijo que la historia de la humanidad es la historia de la estupidez. ¿Es esa la principal razón de que las cosas estén así?

– Al revés, víctima de su genialidad, el ser humano ha protagonizado un progreso incesante al que no es capaz de poner freno. Para bien o para mal, hemos creado la rueda y también… la bomba atómica.

– Yo te veo bastante chileno, aunque con una mentalidad inclasificable. ¿Cómo ves este país ahora?

– Paso.

– Uno diría que en Chile te hacen menos caso de lo que correspondería; tus escritos, sus efectos y tu persona distan de ser aburridos.

– El día en que mis libros sean aburridos dejo de escribir.

– Tu estilo y tu exposición son bastante fuera de lo común en estos tiempos. Ya nadie escribe así. Perteneces a una especie en extinción.

– Momento, mi prosa no es anticuada; al contrario, evoluciona sin cesar. Paralelamente, con la internet y las redes sociales, la escritura, si es que podemos llamar así lo que se dispara por la web, está en plena metamorfosis, por no decir decadencia.

– Has publicado libros periodísticos y también cuentos y novelas, ¿cómo preferirías definirte, como periodista o como narrador?

– Ambas categorías no se oponen. Yo prefiero la distinción entre ficción y no ficción, que permite acomodar mis libros supuestamente “periodísticos” en la categoría amplia de la “no ficción”, pues también abarcan los campos de la investigación histórica, la ciencia política, la psicología, el ensayo.

– ¿Como en el caso de tu biografía sentimental de Salvador Allende?

– Sí. Pero antes, mi libro Chile invadido, publicado en 1968 y reseñado en la portada del New York Times, previó con cinco años de anticipación la intervención extranjera que será decisiva en el derrocamiento de Salvador Allende. Chile al Rojo, aparecido cinco meses después de la llegada de Allende a La Moneda y que se reeditará en Chile este año, no es solo un reportaje sin parangón a los acontecimientos históricos y políticos que llevaron al triunfo de la Unidad Popular, sino que contiene antecedentes inéditos del asesinato del general René Schneider y una visión en perspectiva de los factores que conducirían el gobierno de Allende a la catástrofe.

– ¿Cuánto tardaste en escribirlos? ¿Cómo hacías para investigar y documentarte al preparar libros tan complejos antes de Internet?

– Encerrándome en bibliotecas y archivos, hablando en distintos lugares y países con decenas y cientos de personas –no son entrevistas sino conversaciones–, todo lo cual iba registrando en miles de tarjetas. Y luego: silencio y a escribir. 

– ¿Y tu biografía de Allende?

– Hubo un tsunami de artículos, libros y documentales de TV sobre la muerte de Allende y en todo el mundo las calles, plazas y escuelas recibían su nombre. Era el Allende mito, el Allende estatua. ¿Y el Allende ser humano? Ese, el hombre sanguíneo y pasional, forjado en victorias y derrotas al que de niño yo llamaba “tío” cuando llegaba a nuestra casa con mi padre y con el que conviví en campañas políticas, en el Senado siendo yo periodista, en viajes internacionales y durante sus tres años de presidente, ese aparecía en una nebulosa y me propuse ponerle carne y hueso. Su trayectoria familiar, personal y política revela el inquebrantable afán de justicia de este médico al que desde la adolescencia “le dolía Chile”, y que sufría por la suerte de los pobres, la desnutrición infantil, el desamparo del “dúo madre-hijo”. Allende figura junto a Gandhi, Martin Luther King y Mandela como uno de los grandes líderes empeñados en mejorar el mundo por medios pacíficos.

– Fue un trabajo arduo.

– Sí. Tras una investigación exhaustiva, hablar con cientos de personas, acopiar documentos y cartas privadas del expresidente y visitar sus casas y moradas públicas y secretas, produje mi libro Salvador Allende. Biografía político-sentimental, de más de 500 páginas. Mi editor me convenció de que lo dejáramos únicamente como Biografía sentimental, lo que ha llevado a algunos a afirmar que el objetivo del libro era destapar escándalos sobre las amantes del compañero Presidente. Falso: en sus páginas están toda la andadura política de Allende y a la vez su vida familiar, desde la infancia en Tacna y su trayectoria como marido de Hortensia Bussi y padre de tres hijas, hasta las relaciones paralelas que mantuvo a la vista de todos con mujeres bellas e inteligentes, a las que llevaba en sus giras, integraba a su comando y hacía subir a la tribuna. Allende jamás fue un acosador, al contrario, actuaba como un conquistador galante y apasionado.

– ¿Con la Payita por ejemplo?

– Sí, pero la Payita no fue la última; yo revelo la identidad de la que lo acompañó hasta el final.

– ¿Y Hortensia Bussi, la señora Tencha?

–  Conversé mucho con Hortensia Bussi. Me pidió un cuestionario y conservo sus respuestas escritas. En el libro trazo un perfil sicológico que explica la tolerancia de la primera dama, que antes de su relación con Allende había sido madre soltera, hacia las infidelidades del marido.

–Te han criticado con el argumento de que las relaciones con otras mujeres corresponden a la vida privada de Allende.

Quienes me han criticado no han leído el libro. Los personajes de la Historia no tienen vida privada, y mi Allende en 360 grados es el Allende completo y de verdad, sin censura. Actualmente nadie escribe o hace un reportaje, un documental o una serie de TV sobre Allende sin estrujar mi libro y a menudo sin siquiera mencionarme.

– ¿Podrías referirte brevemente a esos casos y contar qué les dijiste?

– No vale la pena. Mi biografía es un libro de referencia y todos tienen derecho a usarlo, aunque por delicadeza a veces deberían poner una notita mencionándome, como hace Isabel Allende en su novela Inés del alma mía, en la que se refiere a mi novela Butamalón entre sus fuentes de inspiración.

– Volviendo a un tema inicial, ¿qué prefieres ser, periodista o narrador, autor de ficción o de no ficción?

– Cada tiempo tiene su afán. A mí me apasiona zambullirme en un tema que los demás no han logrado ver, adelantarme a mi tiempo, abrir una ventana y lo he hecho tanto desde la ficción como desde la no ficción. Un sexto sentido me indica el medio que debo emplear en cada caso y me complace que mis libros de una u otra veta hayan sido acogidos por los lectores y la crítica, hayan sido premiados y hayan tenido sucesivas ediciones y traducciones.

– ¿Cuál ha sido tu empeño en el plano de la ficción?

– Nombraré mi novela Butamalón, a la que dediqué varios años de investigación en la Biblioteca Nacional, en el Archivo de Indias de Sevilla, en los campos de la Araucanía. Yo sentía que la evocación del origen sangriento de la sociedad chilena, la guerra de Arauco, única resistencia victoriosa de un pueblo indígena ante los conquistadores españoles en América, permitía entender las masacres y dictaduras que han ensangrentado nuestro país tras la independencia. Escrita en momentos en que bajo Pinochet los pueblos originarios se hallaban invisibilizados, mi novela anunciaba el resurgimiento de un movimiento mapuche aguerrido como el que tenemos hoy. El cura Juan Barba, personaje histórico que se pasó a las huestes mapuches en el alzamiento que culminó en 1598 con la derrota y muerte del gobernador Martín García Óñez de Loyola en Curalaba a manos de los guerreros del butamalón comandado por Pelantaro, está enfocado con la perspectiva de fines de nuestro siglo XX. Butamalón no pretende ser Historia, es novela de pe a pa, ficción pura.

– Pese a que parte de él está escrito en español de comienzos del siglo XVII, lo que hubo de exigirte otra labor de documentación, la trama es bastante movida…

– Así será, pero como me confesó una integrante del jurado del Premio Municipal de Santiago, premio que dieron a otra obra: “No supimos qué hacer con Butamalón”.

– ¿Y Cadáver tuerto?

– En esa novela, premiada por el Consejo del Libro en 2005, me meto de frentón con el tema de la dictadura y es la única conocida en que Pinochet aparece como personaje, aunque no directamente, sino representado por un actor callejero. Novelas sobre esa época han aparecido y siguen apareciendo, pero no conozco otra en clave paródica como la mía.

–En ella tú postulas una identidad colectiva, llegando a afirmar que “el tirano somos todos”…

– Sí, el tirano somos todos y todas, lo llevamos en los tuétanos.

– Para acabar con la ficción, ¿dónde encaja tu reciente saga sobre los lanzas internacionales?

– Lanza internacional, Los 50 del lanza, La rebelión de la chora…,  sí, una saga. Yo viví cuarenta años en Europa y en diversos países me topé con nuestros lanzas, los grandes aventureros chilenos del siglo XX, ladrones apegados al ingenio más que a la violencia. Observándolos y conversando con ellos llegué a la conclusión de que su capacidad de “pasar piola” adoptando el lenguaje corporal e incluso el tono de voz del país donde estaban “trabajando”, reflejaba cierta personalidad tenue, flexible y camaleónica de nosotros los chilenos, en contraste con el temperamento ostentoso y vehemente de un español, un argentino o un cubano. Fuera de mis tres novelas, no existe en la literatura chilena una sola obra de ficción que les esté dedicada, con la excepción de International Lanza, novela del académico chileno Pablo Sapag radicado en España, publicada en ese país y casi desconocida en Chile. En novelas, cuentos y obras de teatro y de cine abundan los cuatreros, los salteadores de caminos, los ladrones violentos de diversa laya, las asesinas y los asesinos sanguinarios, mientras nuestros lanzas se hallan ausentes: ¿por qué? Quizás porque encarnan mejor que nadie la pillería que recorre nuestra sociedad y porque muchos chilenos se niegan a reconocer que en el fondo admiran sus hazañas, como el lanzazo de la Yuyito que le robó la billetera al jefe del FBI en el metro de Nueva York. En lugar de ver a los lanzas internacionales como compatriotas con alegrías, dolores y pasiones, tal como aparecen en mis novelas, los ciudadanos “honrados”, que a veces no lo son tanto, toman distancia y repiten la pregunta boba que me formuló una periodista: “¿No ha pensado que sus novelas pueden fomentar la delincuencia?” No es casualidad que dos de mis novelas sobre lanzas hayan recibido en California el Premio al Libro Latino y solo una tenga una mención en el Premio Municipal de Santiago.

– ¿Perteneces a una generación de escritores?

– No tengo idea.

– Escritores del exilio, por ejemplo.

– Es cierto, tal vez desde la distancia he podido entender mejor a Chile que muchos que no han salido de acá. En Moscú, por ejemplo, escribí El turco Abdala y otras historias, tres novelas cortas en que rescato a las estriptiseras del Bim Bam Bum, tema que una teleserie pondrá de moda diez años más tarde. ¿Una generación? No cacho. Actualmente aparecen novelas cuyos autores y especialmente autoras crecieron bajo la dictadura; yo en el momento del golpe era un adulto hecho y derecho.

– ¿Cómo definirías tu estilo literario?

– No tengo estilo, o mejor dicho al escribir cada libro fraguo el estilo que me parece adecuado a su trama y personajes. El primer párrafo de una novela de García Márquez te permite adivinar la identidad del autor. En cambio mi novela Butamalón, escrita en gran parte en el castellano del tiempo de Cervantes y cargada de mapuchismos, no tiene nada que ver, en cuanto a estilo, con la prosa fantasmagórica de Cadáver tuerto o el lenguaje directo con dosis de jerga flaite de mis libros sobre los lanzas.

– ¿El periodismo ha influido en tu trabajo literario?

– Sí, ha sido un factor importante, pero no el único, pues mi escritura se ha nutrido de tres fuentes. Uno, mis estudios de derecho; soy abogado, una disciplina que me enseñó a expresar los conceptos con la máxima claridad y el mínimo de palabras para evitar ambigüedades. Además, los chilenos tenemos un poema inspirador llamado Código Civil, emanado de la pluma de don Andrés Bello, uno de los más grandes intelectuales y gramáticos de su tiempo. Dos, el periodismo escrito: como reportero me habitué a situarme frente a un hecho inesperado y encontrar sobre la marcha las palabras adecuadas para comunicarlo en forma atractiva.

El reportero Eduardo Labarca durante una conferencia internacional sobre Irán en la sede de Naciones Unidas en Viena, 2006.

Tres, mi actividad como traductor de documentos durante largos años en el sistema de las Naciones Unidas en Nueva York, Ginebra, Nairobi, París, Roma y en el Organismo Internacional de Energía Atómica de Viena, labor que me exigía trasladar conceptos al español, en este caso desde el inglés, el francés o el ruso, armando el rompecabezas con un cien por ciento de equivalencia en un texto que pareciera pensado en castellano.

– ¿Corriges mucho?

– Sí, escribo lentamente y repaso ene veces cada frase y cada párrafo, y a menudo me despierto por la noche con la idea de cambiar una palabra y lo anoto en tarjetas que tengo en el velador. Muchas correcciones consisten en podar teniendo en cuenta que, según Vicente Huidobro, “el adjetivo cuando no da vida, mata”. Me esfuerzo por alivianar el texto para que fluya ante los ojos del lector, con fidelidad a las normas de la gramática y el diccionario, sin perjuicio de violarlas cuando se me antoja. En mis novelas aparecen voces muy distintas y documentos ficticios: cartas de los protagonistas, supuestos párrafos de prensa, oraciones de otros idiomas, o instrucciones estrafalarias como las proclamas feministas de La rebelión de la chora, en las que se exige que los hombres orinen sentados como está de moda en Estados Unidos.

– ¿Estimas que tu obra ha sido debidamente valorada en Chile?

– No me corresponde a mí responder esa pregunta, pero es cierto que no soy de aquellos escritores cuyos nombres saltan enseguida a la mente de los chilenos. Sin embargo me enorgullece que mi archivo y las tarjetas, miles en realidad, en que me apoyé para escribir Butamalón estén disponibles para los investigadores en el fondo de la Facultad de Humanidades de la Universidad Católica, y que el destacado académico Eduardo Barraza haya publicado tiempo atrás y reeditado recientemente su libro De la Araucana a Butamalón. Además, la crítica me ha tratado bien. Por haber vivido tanto tiempo fuera y no haber participado en las tertulias, ferias, talleres y cenáculos literarios del país, aquí soy un ovni que emerge cada cierto tiempo con un libro de género muy diferente al anterior, lo que desorienta incluso a mis lectores habituales. No me quejo, ese es mi destino por ser fiel a mí mismo a la hora de escribir.

– Vamos a otro tema: ¿No crees que el haber orinado en la tumba de Borges y el hecho de haber reconocido que falsificaste las memorias del general Prats han dañado para siempre tu imagen?

– Lo de Borges es muy simple: mi acto surgió por inspiración una mañana en que me encontré de sopetón en el Cementerio de Plainpalais de Ginebra frente a una piedra con el nombre tallado de “Jorge Luis Borges”. En un estallido mi mente evocó la tarde de septiembre del 76 en que leí en la portada de Le Monde las alabanzas que Borges había dedicado a Pinochet tras ser recibido por él en Santiago. Lo calificaba de “excelente persona” y exaltaba su “cordialidad” y su “bondad”, en circunstancias que en la misma página de Le Monde se informaba del asesinato en Washington de Orlando Letelier, diplomático, académico y ex ministro de Allende, mediante una bomba lapa colocada bajo su auto, obviamente por agentes del dictador. En ese instante me sentí traicionado por el escritor argentino, al que desde mi adolescencia yo admiraba y leía con fruición y sigo leyendo y admirando, y al evocar en el cementerio esa traición, sin pensarlo dos veces endilgué un chorro hacia la lápida borgiana, de lo que no me arrepiento, escena que fue capturada por mi amigo Pedro Pozo en una foto que dio la vuelta al mundo y que fue portada de mi libro El enigma de los módulos, portada que hubimos de cambiar ante una querella en tribunales.

– Pasemos al otro tema polémico, el “diario” apócrifo del general Prats.

–  El libro apócrifo se publicó en México en decenas de miles de ejemplares y yo reconocí en clave mi autoría en mi novela Cadáver tuerto, aparecida treinta años más tarde. Pedro Pablo Guerrero, crítico de la Revista de Libros de El Mercurio, descifró el episodio de la novela e hizo estallar la noticia.

–  Tú asumiste toda la responsabilidad, en circunstancias que a ti te entregaron un borrador ya terminado pero de pésima calidad y aceptaste reescribirlo, según has contado. ¿No crees que fue un error no haberte quedado callado?

– Con el transcurso de los años fui comprendiendo que lo que habíamos hecho era un despropósito, una bajeza y una deslealtad respecto del general Carlos Prats, asesinado junto a su esposa Sofía Cuthbert por haber sido fiel a la Constitución y al Presidente Allende. Las noticias de los secuestros, los asesinatos y la desaparición de nuestros amigos y compañeros que nos llegaban de Chile –yo estaba en Moscú– nos provocaban una terrible angustia, que terminó por cegarnos y convencernos de que cualquier recurso, en este caso falsificar un diario, era válido para debilitar a Pinochet. Cuando al cabo de los años reconocí mi autoría experimenté un gran alivio y más aún al excusarme personalmente ante cada una de las hijas del matrimonio Prats-Cuthbert.

– ¿Por qué no mencionaste los nombres de los demás participantes?

– Por estimar que la decisión de dar un paso al frente correspondía a cada cual. Mi propósito fue restablecer la verdad histórica y evitar que mi “diario” siguiera siendo citado como verdadero.

– ¿No crees que el affaire del “diario” ha sido perjudicial para la valoración de tu obra como escritor?

– No creo, así como la participación de Wittgenstein en el espionaje soviético, el nacismo de Céline, las alocuciones radiales de Ezra Pound a favor del fascismo italiano y las citadas alabanzas de Borges a Pinochet no han desmerecido en nada el valor de sus obras. En comparación con esos actos lo de mi “diario” fue peccata minuta.

– Los que hicieron el falso diario brasileño, que sacó un solo número, para mentir sobre las víctimas de la operación Cóndor, no confesaron.

– Allá ellos.

– ¿De verdad no nos vas a revelar el título del libro que estás escribiendo?

–  Bueno, aquí va, pero no se lo digas a nadie. Se llamará Pésima memoria.

Por Víctor Rodríguez – Sandoval


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