Cuando las sombras de la noche reinan en la pequeña localidad de Villa Prat, pareciera estar uno frente a un pueblo fantasma. Luego, al amanecer, se reinicia rápidamente la jornada de campesinos y habitantes que dan vida a estas alejadas tierras.
Los villa pratenses son gente sencilla, amable y respetuosa. No bajo el fetiche tan falso de la hospitalidad del chileno, sino a través de los contenidos de gente habituada a ayudarse constantemente.
Las cifras hablan de un 90% de destrucción, más la gente nos comenta que en este tipo de estadísticas no se suele considerar a las viviendas más alejadas del pueblo (pero más cercanas al campo), las cuales, la mayor parte de las veces, suelen ser las más humildes y en consecuencia las más afectadas.
Sobre la ayuda la gente no se queja. Se ha recibido mucha ropa y enseres, no así medicamentos y materiales de construcción. El “voluntariado” ha estado activo, y la animosidad del pueblo se eleva poco a poco sin dejar atrás la melancolía de su añorado pueblo y de sus ya históricos recuerdos.
Una ciudad devastada, alejada tanto del centro urbano más próximo (Curicó), como de su municipalidad correspondiente (Sagrada Familia). Un cielo límpido revela las dos grandes compañías de este angosto pueblo de solo una avenida. El altivo Pehuén y el caudaloso Mataquito.
La conciencia crítica se ha movilizado, y si bien su dispersión que le impide ser fuerza ha obstaculizado su posible actuación en la reapropiación del pueblo (concepto que consideramos más apropiado que el de reconstrucción), no cejan los esfuerzos por colaborar en la ayuda a miles de trabajadores y trabajadoras que de un momento a otro perdieron su habitual concepto de vida.
La solidaridad institucionalizada, que entendemos como el aparataje tanto público como privado que se articula a través del Estado para “ayudar”, ha respondido de manera lenta, bruta e ineficaz. Ciega bajo el lucro mercantil y los dividendos políticos, juega con las condiciones de vida de miles de personas cuya única culpabilidad es la de la pobreza.
No obstante, es el primer peldaño para solucionar los problemas más graves e inmediatos. Sería pueril hacer abstracción de dicha institucionalidad, más aún cuando la clase trabajadora aún no es sujeto activo y consciente dentro de esta tragedia y dentro de la historia de nuestro país.
Pero esto es sólo un aspecto, la conciencia crítica, libre de toda dependencia institucional puede y debe sectorizar la reapropiación, de tal modo que los trabajadores decidan su destino y la reconstrucción de sus vidas.
Ya muchas organizaciones han efectuado una ayuda fundamental a los damnificados y a las localidades más afectadas, más aún, crece la conciencia de que lo material es sólo un momento de esta lucha.
Serán las ligazones y redes que se construyan en estos momentos, lo que impedirá las soluciones parche y el fascismo populachero que el gobierno de Piñera está dejando entrever.
Por nuestra parte, nos unimos estudiantes de distintos centros de estudio (PUC, Arcis, Inacap, Usach) para hacer una red de ayuda directa a los trabajadores, eligiendo a Villa Prat como destino tanto por la magnitud de su destrucción, como por la distancia de las prioridades gubernamentales (centradas en las grandes urbes y localidades más conocidas).
Una vez hecha la red, cargamos con mochilas, cajas de ayuda y herramientas hacia un viaje del cual nadie sabía nada salvo nuestra finalidad.
Conocimos a mucha gente y pudimos sectorizar la ayuda. Al final algo se pudo hacer, pero aún falta mucho más por realizar.
Y tal como Villa Prat se encuentra en el suelo, muchos otros pueblos pequeños necesitan la fuerza de una conciencia crítica que grita sordamente y quiere ser escuchada.
No se necesita una ideología en particular ni tampoco grandes recursos, sí mucha voluntad y entereza para enfrentar este momento doblemente trágico para nuestro pueblo.
Las redes no necesitan ser homogéneas, no tenemos por qué pensar todos lo mismo. Basta luchar por la libertad y el disfrute por todos de lo producido, para que nos reconozcamos todos como una nueva fuerza.
Las estrellas de los pueblos sin luz, envidia de toda gran ciudad, acompañan los sueños humildes de tantas personas, que de tanto sufrir gustarían probar un poco de libertad.
Así brillan las esperanzas de gente anonadada con tanta destrucción y arrojada al vacío de la indeterminación social.
Si la conciencia crítica es capaz de establecerse como red, podremos abrir enormes posibilidades para que el pueblo deje de contemplar las diatribas ineficaces de los mandarines de la reconstrucción, y establecer un punto de encuentro para todos quienes dentro de sus organizaciones o en su individualidad, deseen articularse bajo el horizonte común de la reapropiación de una nueva sociedad.
En un primer momento, que aún no acaba del todo, debemos enfrentar las urgencias más inmediatas de la destrucción: alimentos, enseres, ropa, remoción de escombros, medicamentos etc.
En un segundo momento, el inicio de la reapropiación y resistencia: construcción inmediata de mediaguas, restablecimiento de los servicios básicos y organización barrial.
En una tercera y difícil parte, la solución definitiva para los miles de chilenos y chilenas que quedaron sin hogar, e impedir que las mediaguas se transformen en las nuevas poblaciones callampa del siglo XXI.
La política revolucionaria de nuevo tipo tiene en frente una difícil situación, pero una increíble contracción para parir finalmente una red de fuerzas capaces de llevar adelante los anhelos más profundos del pueblo trabajador. Una oportunidad irrepetible para reconocernos entre nosotros y con nuestro pueblo, con nuestra tierra y con nuestro concepto.
Quizás la bandera tricolor oculta muchas injusticias y acontecimientos que no nos gustaría recordar, pero el gesto de la gente al izarla, oculta a su vez un profundo deseo de comunidad, que el pueblo siente con tanta necesidad.
Ver fotografías del terremoto en Villa Prat: