Se dan los tiempos para reflexionar y actuar, tal vez no desesperar por el futuro siniestro, sino pensar qué hacer para que deje de serlo. Darle una segunda vuelta al inmenso tejido social que hemos ido elaborando con el paso del tiempo, hacernos concientes de que existe, que es lo único que nos queda y que nos hará prevalecer. No es hora de lágrimas amargas ni sonrisas tristes, es hora de saber que existimos por nosotros mismos y con los otros.
Los trabajos que nos quedan, sobrevivir es poco. Debemos ser avalancha, mantener nuestros pequeños tesoros, conquistar los que aún no lo son. La gran misión deja de ser meramente material, es lograr rescatar el saber del pueblo, disipar las aguas turbias para lograr espejear los rostros perdidos en la barbarie. Cada labor es hermana de las otras, mientras cada individuo que labora valora las otras labores que no ejerce, proyectar las formas de trabajo, de sistemas de vida a través de nosotros y cuajarlo en el sustrato de las multitudes para hacerlo fluir en los fundamentos de una nación pluricultural, plurisexual, ecosistémica, justa y libre.
La cuestión no es el poder, antes de llegar a él hay que buscar el sentido del ser, como individuo y colectivo. De otra manera llegaríamos irreversiblemente a lo que tenemos ahora: poder e ignorancia. Darle valor al saber como constructor de sociedad, conceder o superar la doctrina única y absoluta al reconocimiento de las diversidades cosmogónicas, valorarlas por sí mismas y por sus aportes complementarios a las otras.
Aún nos queda fortaleza, aún corre sangre por nuestras venas y por nuestros huesos se conforman nuestros cuerpos. A banderas quemadas, a libros sagrados quemados, no hay otro destino que pisotear sus cenizas y cantar para que no aparezcan otras, generadoras de los cultos artificiales que nos han destruido. Con un sentido profundo de pueblo, de multitud, hay que reconstruir el mundo, ablandar nuestras entrañas endurecidas por la farándula y canalizar entre todos un poco del sufrimiento de muchos. Llorar de a dos es volar, llorar de a uno es hundirse.
Terminaremos confiando en lo que ignoramos a final de cuentas, nos agarraremos de ese pichintún de encanto que son las variables ocultas para sentirnos flotar de la emoción. Aprender que no todo confluye a la neura, que lo otro se disperse en lo que fluye, la energía de lo que somos, pura energía con voluntad. Es danzar en el cosmos.
Y, sin sufrir ya por los delirios de amnesia, estos han perdido parte de su tesoro; que nosotros aún los tenemos y los haremos florecer, el sentido de la historia viva. Si no, es historia muerta. Debemos transmutar los discuros del silencio a los discursos del que siembre, llenarlos del polvo que pisamos y del sebo de los barrotes de las micros. Dejar de hacernos los castos, volvernos impuros.