Más o menos todo el mundo nacido en Chile tiene una cierta noción de quién es Gabriela Mistral: la madre de Chile, el rol de maestra (sí, maestra y no profesora), “piececitos de niño”, etcétera. Más o menos algo así como una tía de jardín infantil sin vida personal en lo absoluto, con signos de anemia y total entrega a su trabajo: pedagoga y poetiza de algo que no se tiene muy claro qué, ni en términos estéticos ni en términos políticos.
Quizá habría que corregir esto último: esa imagen sí tiene una utilidad política: la de conservar una imagen de la mujer en un rol anodino, tibio y calmo en el cual ésta quede condenada a ser madre, cuidar niños y mantener una feminidad que ostenta de estar entregada a las labores domésticas. Y hay que reconocer que ha habido un esfuerzo importante por parte de la institucionalidad por mantener a Gabriela Mistral en esta imagen, quizá sólo baste ver algunos libros de lenguaje para escolares y la publicación, hace algunos años, del libro Siete Presidentes en la Vida de Gabriela Mistral de Jaime Quezada (presidente de la fundación Gabriela Mistral), en el cual se vincula sentimentalmente a la Mistral y Carlos Ibáñez del Campo.
Este último libro (el de Quezada) aparecido en un contexto desastroso para esta imagen que a la institucionalidad le interesa mantener de la Mistral: habían sido publicadas recientemente parte de la correspondencia privada con Doris Dana, en el libro Niña Errante: Cartas a Doris Dana compilado por Pedro Pablo Zegers, y había quedado en evidencia la relación sentimental de éstas. Así la imagen de Gabriela Mistral como madre y condenada a las labores de crianza había quedado en el suelo.
Es por esto que hoy, a propósito de los 126 años del natalicio de Gabriela Mistral, es interesante pensar en la imagen de una Gabriela Mistral lesbiana, con actividades que salen de esta triste imagen a la que es condenada sólo por ser mujer. Aunque hay otros aspectos de la vida de Gabriela Mistral que son importantes, como su rol como poeta (que no de poetiza, sin ese sufijo que hace remitirnos a cierto desprecio) y como sujeto opinante de el quehacer político de su tiempo, hemos querido hoy referirnos a este evento de la vida de Gabriela Mistral citando algunas de las cartas del antes mencionado libro de Zegers, en parte para pensar, también, la actividad de la mujer fuera del hogar, la cocina y el jardín infantil.
21 de Abril de 1949
Mi amor:
[…]Cuando veo el color de verde de la primavera, pienso «esto es especial, es sacrado para mí, esto color, porque quizás en esto momento mi amor ve el mismo color -y quizás ella siente las mismas emociones inexplicables, inefables y misteriosas- en esto momento. Yo veo una flor, y recuerdo de unas flores que tú me has dado, sin palabras, en nuestro coche, en San Juan de Cocomatepec. Y súbitamente, con esto recuerdo, toda […] es una flor, ofrecido, dado por tu mano. Veo el cielo, recuerdo millones de cielos sobre la cabeza más querida en el mundo. Y pienso «este mismo cielo toca a la cabeza de mi querida», y yo mando a ti un beso, un toque tierno y
pasionado por los nubes que pasan, que tal vez van a verte pronto en […]. Y tengo celos de estos nubes que pueden verte más pronto que yo. Y el viento -el viento me abraza- y yo ruego al viento «abraza a ella para mí, haga que ella que es mi abrazo, tierno, y pasionado». Yo me pongo en el viento y en la lluvia tierna, para que estos, viento y lluvia, pueden abrazarte y besarte para mí.
Doris Dana
24 de noviembre de 1949
Doris Mía:
[…] A mi edad, se sabe una cosa que los jóvenes parecen ignorar: que es preciso vivir la dicha hasta que ella se va o se agota; que es estúpido abandonarla por lo que sea: negocios, cortesías familiares, turismo, etc. Que lo divino no se ha de romper, quebrar, postergar. Porque todo daña al amor, excepto él mismo. Todo es duro agrio e insípido, tonto y robado menos Él mismo. Todo es basura, desperdicio, chatez, vulgaridad, plebe, menos Él mismo. Ojalá si eso divino dura en ti, tú te aprendas esto. Es lo único que te falta entender. Tú entiendes de este mundo casi todo, Doris Mía, «fenomenito» en el «espíritu de sutileza». Procuro cuidarme para ti. Yo no tengo razón de vivir. Cuando llegaste, yo no tenía nada, parecía desnuda, y saqueada, paupérrima, anodina como las materias más plebeyas. La pobreza pura y el tedio y una viva repugnancia de vivir. Todo lo has mudado tú y espero que lo hayas visto. […]
Un abrazo tierno, Gabriela
Telegrama de Doris Dana a Gabriela Mistral. 26 de Diciembre de 1952