Por Roberto Pizarro Hofer
El pasado 20 de marzo la presidencia de Huachipato declaró el cierre de sus actividades, con el argumento que no puede competir con el acero importado proveniente de China, acusándolo de competencia desleal (específicamente dumping). Así las cosas, la Comisión Antidistorsiones de Precios (CAD) recomendó aplicar sobretasas arancelarias (salvaguardias) de 15,3% a las bolas de acero y 15,1% a las barras.
Sin embargo, la decisión técnica de la CAD no deja satisfechos a los dueños de Huachipato, los que han solicitado entre cinco y 10 puntos más para hacer frente a la competencia. Y, ahora, los parlamentarios de la zona, para dejar contentos a sus electores, proponen una sobretasa de 50% por un periodo de tres años, sin fundamento técnico alguno.
Pero, digamos las cosas como son. El asunto principal aquí no es China, sino la inexistencia de una política que promueva y apoye a la industria nacional. Y, junto a ello, ha estado presente una apertura radical al mundo, con tratados de libre comercio, que ha llevado los aranceles a cero, favoreciendo las importaciones sin ningún grado de regulación. Por tanto, no corresponde echarle la culpa al empedrado.
Y, al mismo tiempo, la crisis actual revela la incapacidad de los dueños de Huachipato de invertir en nuevas tecnologías y mejoramiento de procesos que les permitan competir con las tecnologías chinas, incorporadas a la industria siderúrgica (5G y Big Data).
El resultado social con la paralización de Huachipato es muy doloroso. Una empresa que ha animado la economía de la Región del Bio Bío por largas décadas y que entrega trabajo directo e indirecto que alcanza a unos 22 mil trabajadores. Pero no es un asunto de coyuntura.
En realidad, Huachipato es víctima del modelo económico en curso, que ha promovido la desindustrialización del país. A pesar de la ampliación de los mercados externos, la empresa privada no se ha interesado en la diversificación productiva. Prefiere explotar y exportar recursos naturales, donde priman ventajas competitivas naturales o extender sus actividades a los servicios e incluso invertir en el exterior.
Como resultado de ello, la participación de la manufactura en el total de la producción nacional se ha reducido desde el 20% del PIB que representaba a principios de los años noventa, a menos de un 10% en la actualidad. Paralelamente, el capital industrial ha sido desplazado paulatinamente por el capital financiero.
Así las cosas, las importaciones provenientes de países con mejores tecnologías, nivel educacional de calidad y sofisticación industrial (como es crecientemente el caso chino) han impuesto sus mejores condiciones competitivas, obligando al cierre de empresas nacionales manufactureras de larga tradición. Y no nos confundamos, porque no es sólo el acero, ya que todas las manufacturas chinas han dominado en el mercado chileno.
La desindustrialización seguirá su curso inexorable mientras la elite empresarial y la clase política, de variados signos (derecha, centro e izquierda) no elaboren una propuesta para el desarrollo del país. Se equivocan al creer que podremos desarrollarnos -que en Chile es sinónimo de crecer- con el libre mercado y vendiendo nuestros recursos naturales, para el progreso económico chino y de los países desarrollados.
El desarrollo exige modificar la matriz productiva-exportadora y no basta para ello con el libre mercado, sino que el Estado debe tener un rol activo en la transformación productiva. Esto lo han entendido muy bien los países asiáticos en las últimas décadas y, por cierto, en el pasado, las economías hoy desarrolladas
La elite empresarial y política no se da cuenta (o quizás no le interesa), que el elevado desempleo, el crecimiento de la informalidad, los bajos salarios e incluso el aumento de la delincuencia, son consecuencia de la escasez de actividades industriales, y de los limitados procesos de transformación en el sector de servicios.
En suma, podrán elevarse algo más las sobretasas arancelarias para proteger el acero de Huachipato, en respuesta al eventual dumping, pero ello no resolverá la calidad tecnológica de la empresa ni la eficiencia de sus procesos productivos, para competir en el mercado internacional. Y, una decisión de corto plazo, necesaria para asegurar el empleo de las familias del Bío-Bío, será sólo pan para hoy. El país necesita cambiar el modelo económico para impulsar una política industrial.
Por Roberto Pizarro Hofer
Economista
Columna publicada originalmente el 26 de marzo de 2024 en Politika.
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