Indignación por el androcentrismo de algunos arqueólogos

Existe una serie de creencias estereotipadas sobre la sociedades prehistoricas y primitivas erróneas mediatizadas por los valores de la cultura patriarcal «del varón dominando a la mujer»


Autor: Wari

Existe una serie de creencias estereotipadas sobre la sociedades prehistoricas y primitivas erróneas mediatizadas por los valores de la cultura patriarcal «del varón dominando a la mujer». Los nuevos estudios antropológicos los cuestionan.

Permitidme que os cuente por qué estoy indignada con los académicos españoles y por qué me gustaría recibir apoyo a mis reivindicaciones.

Empezaré contando algo que ilustra el desconocimiento de los nuevos descubrimientos de la antropología por parte de gran parte de personajes ilustres de la sociedad, y sobre todo por los integrantes de una disciplina: el mundo académico de la arqueología que deberían saber sobre el tema, ya que se sienten con derechos a hacer deducciones antropológicas.

He estado durante unos días asistiendo a la presentación de ponencias y de comunicaciones en el XXVI Congreso Nacional de Arqueología, que este año ha tenido lugar en Zaragoza.

En general ha sido muy interesante, sobre todo las nuevas aportaciones individuales de diferentes arqueólogos en campos puntuales.

Pero lo que me ha hecho salir furiosa del Congreso, es la actitud prepotente y machista de ciertos arqueólogos varones, así como la «contenida y miedosa» o la «de peloteo» (de hacer la pelota, tener actitud humilde y de alabanzas más allá de lo mínimamente digno, ante los mandamases) de algunas arqueólogas, que tienen miedo de no conseguir dirigir prospecciones, publicar artículos, tener un puesto de segunda, aunque acreditado en este mundo hostil y dirigido con mano férrea por los «padres, mejor abuelos» de la arqueología, etc.

Ya había estado en otros Congresos de Arqueología, tanto nacionales como internacionales. Pero en ningún Congreso como en éste se había puesto de manifiesto de forma tan explícita, la actitud machista, crítica y burda de algunos arqueólogos varones. Los hemos oído criticar a los gobernantes y calificarlos de ignorantes, los hemos oído también criticar a los compañeros de profesión, a sus antiguos compañeros de profesión que defendían paradigmas, ya afortunadamente superados. O criticar a los arqueólogos que pretenden justificar sus «legítimas diferencias sociales o de raza» basándose en «hipótesis etnológicas falsas» o que no profundizan en el verdadero fundamento de los hallazgos arqueológicos (se refieren a los vascos), para evitar poner de manifiesto que contradicen sus deducciones, etc.

Pero algunos de estos criticadores, que tan impunemente les gusta ejercer la crítica, han perdido los papeles de manera vergonzosa cuando se han sentido criticados. Y no han entonado el mea culpa por mantener con terquedad algunas de sus afirmaciones, a pesar de que se contradecían con afirmaciones hechas en otros momentos.

Os referiré detalladamente lo que quiero decir.

Comentaba que hemos sabido algunas primicias no publicadas aún. Creo que una de las noticias más impactantes ha sido los nuevos descubrimientos llevados a cabo por J. L. Simón en el campo de la metalurgia de la península ibérica desde el tercer milenio antes de nuestra era: pone patas arribas todo lo que se pensaba hasta ahora. Incluso respecto a lo que él mismo divulgaba en el año 1999.

Por ejemplo, ha descubierto que había múltiples centros metalúrgicos en la península ibérica y con idénticos sistemas de fabricación (a pesar de ser realizadas por culturas diferentes, para lo que aún no tienen explicación). Y los análisis de resistencia y composición de las armas que fabricaban, prueban que no podían ser armas defensivas, por lo que deduce que eran símbolos de estatus.

Se me ocurrió comentar en un debate abierto, que dado que existen enterramientos ibéricos de la Edad del Bronce y del Hierro de mujeres acompañadas en sus tumbas con armas (que no servían para la defensa, sino como símbolo de estatus), como los diversos de El Algar / Argar de Almería. Y dado que existen figuras obviamente femeninas del mismo período con armas (o consideradas femeninas, como las de Collado y Tabuyo que adjunto, calificadas en las Actas de un Congreso en Francia por Martín Almagro Gorbea, que estaba en la mesa, como femeninas con armas), se deduce que las mujeres tenían alto estatus.

Bueno, este razonamiento sería propio de una mente lógica y matemática. Pero no es el caso de un misógino como Martín Almagro Gorbea. Él pertenece a los profesionales que en Iberia tiene un interés especial en que no sea explicitado en los manuales de divulgación arqueológica, hipótesis que defiendan que la mujer tenía un importante papel en la sociedad arcaica, cuando no se vinculaba a ningún varón que la ayudara a sacar adelante a sus hijos.

Así que se puso histérico y contestó como un energúmeno dando penosas excusas tratando de negar mis afirmaciones, por yo usar el argumento de las figurillas de Collado y Tabuyo o por nombrar los testimonios artísticos, de cementerios, que pondrían de manifiesto que la mujer tenía un puesto importante en la sociedad.

Y con soberbia e ignorancia no quiso dar crédito a mis explicaciones de que existen nuevos descubrimientos antropológicos y etológicos que corroboraban la hipótesis de que la mujer jugaba un papel preeminente en la Prehistoria, cuando la familia era matricéntrica, no existía el matrimonio y aún no se vinculaba a ningún varón que la defendiera o cazase para ella.

Y hecho que es corroborado por múltiples detalles que informan que la familia patriarcal se estableció en la Edad del Bronce, o sea que en principio existía la familia matricéntrica, en la que la mujer se preocupaba de cazar, recolectar o plantar semillas para dar de comer a sus hijos y la única que los enseñaba a enfrentarse a la vida.

O igualmente lo corrobora fuentes escritas muy antiguas, como por ejemplo Estrabón (n. 64 adne – m. 21 dne). Dice que la mujer entre los cántabros tenía mayor estatus que el varón e igual pasaba entre los galaicos, los astures, los vascones, entre quienes existieron Jefas, antes de que las invasiones patriarcales les hiciera modificar las características de la sociedad. Y Laviosa afirmaba de ellos en (1955, 78): «… el matriarcado estaba en plena vigencia, y los cántabros y los vascos conservaban la herencia por línea femenina, a pesar de las invasiones célticas indoeuropeas.»

O como afirma Julio Carlo Baroja (1991, 165): «tanto para los galaicos como concretamente los cántabros, se habla de la superioridad que tienen las mujeres en la guerra como guerreras».

Pero el broche final machista lo puso Antonio Beltrán Martínez (un jovencito arqueólogo, que tiene unos 85 años, creo recordar, y dirige con mano férrea el mundo académico, desde hace 50 años), al contarnos una anécdota del rey Juan Carlos, que reina en España tras la dictadura de Franco y garante de la democracia. Para los que no lo sepan, os informo que la reina Sofía, su esposa, es arqueóloga. Recién venida de Grecia o a los pocos años de empezar a reinar en España, no recuerdo bien, según nos contó el Sr. Beltrán, lo llamó a palacio. Allí la reina Sofía le mostró su interés por los Congresos de Arqueología. Beltrán hablaba de arqueología dirigiéndose al rey, y éste comentó: «Yo de arqueología no sé nada, la que sabe es mi esposa. Bueno eso dice ella».

Como veis nos ilustra la actitud machista del rey. Y deduzco que el Sr. Beltrán, al contarnos la anécdota, pretendería justificar el machismo de la disciplina. Vino a decir que «dado que hasta el rey era machista, pues estaba justificado el que ellos, simples súbditos de tan ilustre varón, también lo fueran».

Mientras haya varones que se crean superiores a las mujeres, lo tenemos crudo. A pesar del compromiso real en favor de la democracia o del de los arqueólogos en favor de la ciencia, que dicen defender. ¿Adónde ha de irse una para poder defender y ser oída con dignidad sus convicciones?.

Lo peor no es que algunos no me den crédito porque de buena fe crean que realmente el matriarcado no existió. Sino que lo peor es que los poderosos arqueólogos actúen tan inmoralmente como para impedir la difusión y publicación de trabajos como los míos.

En estos momentos estoy de capa caída y se me ha perdido el espíritu guerrero. Ya me gustaría que alguien con «crédito» me diera apoyos feministas, para apoyar la justicia de mis reivindicaciones, igual que el rey español apoya los privilegios fascistas de los arqueólogos.

Imagino que algunas diréis que estamos en democracia, ya que me puedo expresar así, sin sufrir represalias. Pero mi inteligencia se siente ofendida. Y no me resigno a vivir bajo este poderío machista, sin contribuir a un cambio social justo.

por Francisca Martín-Cano Abreu


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano