Marcos Bruno es un joven ingeniero mecatrónico y emprendedor que desde 2016 participa de iniciativas de exploración espacial preparatorias a las misiones a la Luna y Marte, financiadas por la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) de EEUU y The Mars Society, fundación dedicada a la exploración humana del planeta rojo.
De pequeño, en su provincia natal de Mendoza, en la zona oeste de Argentina, Marcos Bruno soñaba con ser astronauta. Su deseo se fue difuminando durante la adolescencia, pero a los 19 años un encuentro de cinco minutos le cambió para siempre la vida.
«Fui a ver una charla que vino a dar una astronauta a Mendoza. Terminé llegando tarde, me quería morir, pero el traductor, Camilo, de Colombia, estaba dando sus primeros pasos, haciendo pasantías en NASA [Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio de EE.UU.], y nos contó cómo siendo latinos uno se podía animar a este tipo de objetivos. La cabeza me explotó», dijo Marcos Bruno, hoy ingeniero mecatrónico y emprendedor.
Marcos se acercó y le pidió el correo electrónico. Desde ese momento, se transformó en su mentor y le comenzó a recomendar qué oportunidades tomar, a qué lugares asistir, de qué programas participar.
Hoy, a sus 25 años, ya participó de tres misiones análogas de simulación de lo que será para los futuros exploradores espaciales viajar y vivir en la Luna y Marte, proyectos de la NASA y The Mars Society, fundación dedicada a diseñar y programar la colonización humana del planeta rojo.
En 2016, con 20 años, fue momento de ponerse el casco. Participó como oficial de salud y seguridad de la tripulación 169 del programa de simulación en la Estación de Investigación del Desierto de Marte —MDRS, por sus siglas en inglés—, en Utah, EE.UU, un espacio de The Mars Society para los proyectos sobre transporte del módulo de adquisición de datos y seguridad para situaciones de emergencia.
«En estos lugares, que se parecen a Marte literalmente, uno está durante un período de tiempo totalmente aislado, utiliza trajes espaciales, come comida de astronauta, y sigue todos los protocolos que el día de mañana van a seguir los astronautas. Al mismo tiempo, hace experimentos para poder entender de la forma más realista posible cómo va a ser viajar y vivir en estos nuevos mundos», detalló.
Aquel año, comenzó sus estudios de ingeniería mecatrónica en la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza, Argentina, que finalizó en 2020. Mientras tanto, participó de programas y becas de intercambio internacionales en la Universidad de Stanford, el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y la Universidad Virginia Tech, en EEUU, y la Academia de Emprendedurismo Social en Shanghai, China.
Al infinito y más allá
En octubre de 2019 fue el momento de su segunda misión. Integró la tripulación del primer equipo internacional en el Hábitat Inflable para Marte y la Luna (IMLH), financiado por NASA, en la Universidad de Dakota del Norte, EE.UU. Fueron dos semanas de experimentos para ayudar a comprender mejor los desafíos futuros que enfrentarán los pioneros astronautas, además de utilizar los verdaderos trajes espaciales en desarrollo.
A su regreso, cofundó Merovingian Data, una empresa de inteligencia de mercado en la que es director de tecnología, y desde 2020 comenzó a trabajar como desarrollador del proyecto Universitwin de la startup educativa To Infinity And Beyond (TIAB) –guiño al latiguillo «al infinito y más allá» de Buzz Lightyear, personaje de las películas animadas Toy Story–, que busca democratizar el acceso al espacio a estudiantes de Argentina.
TIAB ganó en 2020 una competencia lanzada por Open Space —un programa espacial global para jóvenes—, con el sistema Digital Twin, un gemelo digital de un satélite que puede obtener y mostrar los datos necesarios para una misión. Lanzarán su modelo al espacio junto a la empresa satelital argentina Satellogic a fines de 2021.
Ahora acaba de volver de otro viaje de película, que comenzó a finales de abril en Boca Chica, Texas, EE.UU., el sitio donde la empresa de transporte espacial SpaceX, del excéntrico empresario Elon Musk, prueba los cohetes que llevarán la humanidad a Marte.
Zarparon desde allí hasta el estado de Florida: tres semanas cruzando el Golfo de México en un velero de 35 metros de largo, en el barco que hizo el viaje más largo de la historia, más de tres años y medio sin tocar puerto. Pero no fue un viaje de placer.
«Fue el primer simulador de lo que será el viaje a Marte. Fuimos a ver cómo trabajan los equipos en un ambiente con peligro real. Busca ser un punto medio entre los simuladores clásicos, donde uno no se puede morir, y el espacio, que es el lugar más peligroso para el ser humano del universo», explicó el aprendiz de astronauta.
Marcos contó que durante el viaje se les rompió el motor, por lo que se demoraron una semana más de la planeada y debieron propulsarse únicamente con la fuerza del viento, en una embarcación que llega a alcanzar los 40 grados de inclinación, y donde el movimiento en todos los ejes es constante.
Sus jornadas eran muy exigentes, con mucho esfuerzo físico y mental bajo el sol, además de tener que realizar experimentos y cocinar, con pocas horas de ocio y no más de tres horas de sueño corrido por deber hacer las guardias nocturnas en turnos de dos horas rotativas, y con una dieta completamente distinta, sin posibilidad de refrigeración, además de los mareos iniciales, por lo que asegura que llegó a bajar cinco kilos.
«Hay que mantener el control del barco, del curso, ver cómo es la dirección del viento, corregir, bajar las velas, cambiar los parámetros para cambiar el rumbo, ver si vienen otros barcos con los que uno pueda tener un impacto. Tuvimos varias tormentas, pero hubo tres momentos en los que pensé que iba a morir, no es un chiste; yo soy agnóstico y una vez me tiré a rezar al piso. Fue una aventura increíble», narró.
Cortesía de Fernando Lucotti Sputnik