Indignados con el Programa Nacional de Derechos Humanos, presentado en ceremonia oficial presidida por Lula, en diciembre pasado, el ministro de la Defensa, Nelson Jobim, y los comandantes de las Fuerzas Armadas habrían presentado sus renuncias, rehusadas por el presidente de la República.
Lula habría prometido revisar tres o cuatro puntos del Programa, como son los relativos a la exigencia de instalación de una Comisión de la Verdad, la apertura de los archivos militares y la retirada de las vías públicas de nombres de personas notoriamente conniventes con la represión de la dictadura.
El ministro Paulo Vannuchi, de la Secretaría Especial de Derechos Humanos, cumple honradamente su deber de ciudadano y de autoridad pública: se empeña para que la verdad salga a la superficie. El Brasil es el único país de América Latina asolado en el pasado por una dictadura militar que prefiere mantener bajo la manta los crímenes cometidos por agentes públicos.
La ley de amnistía, aprobada por el gobierno del general Figueiredo, es una aberración jurídica. Una amnistía se aplica a quien fue investigado, juzgado y castigado. Lo que nunca sucedió en el Brasil con los responsables de torturas, asesinatos y desaparecimientos. Quienes lucharon contra el régimen militar y por la redemocratización del país fueron, ellos sí, severamente castigados. Que lo digan Vladimir Herzog y Frei Tito de Alencar Lima.
La tortura es un crimen aborrecible, imprescriptible e inexcarcelable aun bajo fianza. Al exigir que se aclare la verdad sobre el período dictatorial, el ministro Vannuchi y todos los que le apoyamos no estamos motivados por el revanchismo. Nunca hemos pretendido hacerles a ellos lo que ellos nos hicieron a nosotros. Se trata de justicia: descubrir el paradero de los desaparecidos; entregar a sus familias los restos mortales de los que fueron asesinados y enterrados clandestinamente; comprobar que no todos los militares fueron conniventes con las atrocidades cometidas por el régimen, en nombre de la Seguridad Nacional; librar a las Fuerzas Armadas de la influencia de figuras antidemocráticas que exaltan la dictadura y encubren la memoria de sus crímenes.
El presidente Lula no merece constituirse en rehén de los nostálgicos de la dictadura. Es la impunidad la que favorece, hoy, la práctica de torturas por parte de policías civiles y militares, como sucede en blitzen, en comisarías y prisiones fuera del Brasil.
Es inútil que los militares intenten encubrir nuestro pasado. Hasta en la película de Fabio Barreto “Lula, el hijo del Brasil” la truculencia de la dictadura está expuesta en escenarios reales y ficticios. “Bautismo de sangre”, de Helvécio Ratton -la película más realista sobre el período militar- revela cómo jóvenes estudiantes idealistas eran tratados con una crueldad que en nada envidiaba a los nazis.
Participé, junto con Paulo Vannuchi, en el proyecto del que resultó el libro “Brasil, ¡nunca más!”, firmado por Dom Paulo Evaristo Arns y el pastor Jaime Weight. Todas las informaciones contenidas en la obra fueron obtenidas en la documentación encontrada en el Tribunal Superior Militar. Y en fecha reciente el mayor Curió, que comandó la represión a la guerrilla del Araguaia, abrió toda una maleta de documentos.
Amnistía no es amnesia. El Brasil tiene el derecho a conocer la verdad sobre la guerra del Paraguay, sobre Canudos y sobre la dictadura instalada en 1964. Bisnieto y nieto de militares, sobrino de un general e hijo de un juez del tribunal militar (anterior al golpe de 1964), desearía que nuestro Ejército, nuestra Marina y nuestra Aviación fueran fuerzas más amadas que armadas.
Por Frei Betto
Escritor, autor de “Diario de Fernando. En las cárceles de la dictadura militar brasileña”, entre otros libros.
Traducción de J. L. Burguet
Fuente: alainet.org