Estafar a un pueblo es fácil cuando se tiene el poder sobre el Estado y sus órganos represores. Y más fácil lo es cuando ese pueblo no reacciona ante los timadores, sino que, conteniendo su ira, continúa viviendo como un rebaño de ovejas.
Es lo que sucede a los santiaguinos en relación al Transantiago, la apuesta para mejorar el transporte público en la capital de Chile. Asunto gestionado por el ex presidente Ricardo Lagos Escobar, e implementado por Michelle Bachelet, pero que ha resultado una burla y un calvario para los usuarios. Vale la pena mencionar que los gobernantes, ministros, parlamentarios, jueces, generales y empresarios, no utilizan este medio de transporte. Ellos viajan en automóviles último modelo a expensas del Estado.
La puesta en marcha del Transantiago comenzó mal desde un principio y aún los males se mantienen. Tampoco se prevé una solución y el nuevo gobierno derechista-empresarial ya anunció un alza en el valor del pasaje. Es decir, los santiaguinos deberán pagar más por un servicio de pésima calidad. Ejemplos de esto los podemos apreciar diariamente. Si usted se detiene, verbigracia, en Av. Recoleta o Independencia, donde circulan los troncales 203-208 y 201-202, respectivamente, se dará cuenta de que no existe frecuencia alguna. De pronto pueden pasar siete o diez buses de la misma línea uno tras de otro, tal como en una hora no puede pasar ninguno.
Además no pocos choferes se pasan de largo los paraderos, dejando botada a la gente a toda hora. Por otro lado, está la estúpida decisión, de los dueños de los recorridos mencionados, de no utilizar la segunda puerta como bajada, incluso cuando el bus se encuentra atiborrado y los pasajeros no pueden circular hacia las puertas tres y cuatro. Nadie entiende semejante idiotez. Las discusiones entre choferes y pasajeros por este motivo son pan de cada día.
En cuanto a los buses mismos, están mal diseñados, con pocos e incómodos asientos y pasillos estrechos. Viajar en diligencia -en el lejano oeste- debió ser más grato. Sí caben muchos pasajeros de pie, lo que indica las razones, impulsadas por el lucro, en que se basa el diseño de los buses. Importando un bledo que los usuarios viajen como ganado. Los paraderos son otro martirio, están mal distribuidos en su inmensa mayoría. Además los recorridos son insuficientes y dejan lugares de la ciudad aislados.
El ejemplo que hemos dado, remitiéndome a las comunas de Recoleta e Independencia, se repite prácticamente en todas las demás comunas de Santiago. Es la realidad de lo que ocurre con el transporte público en la capital de Chile, aunque el ex ministro del ramo diga que todo mejoró antes del cambio de gobierno. Eso es mentira. Lo desmiente la realidad del día a día. Antes de haber decidido cambiar el sistema de locomoción colectiva, se debió cambiar y reformar a los dueños de los buses y sus choferes, que son los mismos malandras de las micros amarillas. Y que ahora más encima son subvencionados por el fisco. El abuso y la estafa perseveran, mientras los empresarios microbuseros y sus choferes se ríen diariamente de los usuarios y del gobierno.
Por Alejandro Lavquén