La gesta mapuche de un 24 de diciembre que logró aniquilar al ejército del imperio español

Conocida como la Batalla de Curalaba que encabezó Pelentraru ocurrida en las inmediaciones de Lumaco un 24 de diciembre de 1598

La gesta mapuche de un 24 de diciembre que logró aniquilar al ejército del imperio español

Autor: Seguel Alfredo

Pelentraru es considerado quien organizó política y militarmente a todas las identidades territoriales mapuche. Bajo su conducción, la resistencia pasó a una ofensiva desplazando todas las instalaciones militares españoles asentados al sur del río Bío-Bío.

“Castigaremos para siempre su soberbia, doblegaremos su altivez, pondremos fin a su codicia y a sus abusos y conseguiremos la verdadera paz.»

Pelentraru

La batalla de Curalaba, es considerado como una de las principales acciones de la guerra de Arauco que consistió en la total aniquilación de una columna comandada por el gobernador real de Chile, Martín Óñez de Loyola.

La Batalla de Curalaba, conocida también como la victoria Mapuche de Curalaba, fue una importante derrota militar de las fuerzas españolas frente a los mapuches ocurrida en 1598. Es considerada una de las principales acciones  de la Guerra de Arauco.

Consistió en la casi total aniquilación de una columna comandada por el gobernador de Chile Martín Óñez de Loyola a manos de las huestes dirigidas por el toqui Pelontraru (pelentraru).

Esta derrota española y la muerte del gobernador desencadenó el abandono masivo de varias ciudades y fuertes españoles del sur de Chile.

En el contexto general de la guerra, esta batalla abrió la Rebelión Mapuche, terminó con la estrategia española de conquistar totalmente el territorio mapuche, abriendo paso a los períodos de guerra defensiva española y, posteriormente, a la implementación de una política diplomática basada en los llamados parlamentos mapuches.

Relatos históricos

A mediados de diciembre del año 1598, el gobernador Óñez de Loyola se encontraba en la ciudad de La Imperial levantando su reconstrucción y de recorrer las fundaciones más australes del reino; Valdivia, Osorno y Villarrica, en visita de inspección y tratando de enganchar algunos soldados que engrosaran sus filas para la campaña que se proponía llevar a cabo a la brevedad contra los mapuches no sometidos.

Entonces el capitán Hernando Vallejo, jefe de la ciudad de Angol, le envió un mensajero indígena, solicitando urgentes socorro, pues creía que sería atacado de un momento a otro. Los clanes de Purén estaban evidentemente sublevados. Dos españoles, que habían osado alejarse del fortín de Longotoro, que resguardaban, habían sido muertos, y habían fuertes señales de concentraciones de guerreros Mapuches.

Sin tardanza, el 21 de diciembre, partió el gobernador al mando de una fuerza de auxilio, así el gobernador Martín Óñez de Loyola emprendió, acompañado de 50 soldados y 300 indígenas sometidos según relatos españoles,  viajando entre las ciudades de La Imperial y Angol, en la zona habitualmente disputada durante la Guerra de Arauco. La travesía obligaba a su columna a adentrarse en los intrincados pantanos de Lumaco y Tucapel, habitual refugio de los mapuches en pie de guerra. Pero Óñez, confiado en la superioridad de sus fuerzas, avanzó aparentemente sin cuestionarse la peligrosidad del movimiento.

En la noche del 21 la fuerza acampó en un lugar denominado Paillachaca, a una legua de La Imperial. Al día siguiente la columna avanzó sin novedad 9 leguas (37,2 km.). Tras esta segunda jornada acamparon en un paraje llamado Curalaba, junto al Río Lumaco, cercado por cerros abruptos.

Pelantaro (pelentraru) había concentrado sus fuerzas en las cercanías que dividió en tres cuadrillas. Se reservó el mando de una de ellas y entregó las otras dos a los “caciques” Anganamón y Guaquimilla.

El ataque, tras un sigiloso avance nocturno, se desató en los primeros momentos del alba del día 23 o 24 de diciembre en medio de la bruma mañanera. El ímpetu de los mapuche sorprendió a los españoles en el mayor descuido y desorganización. Muchos soldados castellanos trataron de huir despeñándose en un barranco cercano. Sólo un arcabucero alcanzó a disparar un tiro solitario, antes de ser muerto de un macanazo. El gobernador no alcanzó a vestir su armadura, pero logró tomar su escudo y espada y empeñar la lucha por breves momentos.

Los españoles murieron casi en su totalidad. El gobernador pereció, al igual que el corregidor de Angol, capitán Juan Guirao; el capitán Galleguillos y algunos frailes franciscanos que acompañaban a la comitiva; Juan de Tovar y Miguel Rosillo.

La batalla de Curalaba se convirtió en el inicio efectivo de la Rebelión Mapuche de 1598 que terminó finalmente con todas las ciudades al sur del río Biobío, excepto Concepcion. De ahora en adelante los españoles dejaran de realizar la expansión por el territorio mapuche de la misma manera que se realizó a lo largo del siglo XVI; y dividiría los territorios españoles en Chile, al tener su territorio sur el río Biobío limitando con el Wallmapu, territorio ancestral Mapuche.

El revés militar hizo que Felipe III de España decidiera, en 1599, enviar un oficial veterano de las campañas europeas a dirigir la Guerra de Arauco: Alonso de Ribera.

La independencia y soberanía Mapuche en su territorio duraría hasta 1881 con la invasión del ejército chileno por el lado de Ngulumapu (territorio Mapuche del oeste, Hoy Chile) y de 1883 por el ejèrcito argentino en Puelmapu (territorio Mapuche del este, Hoy Argentina).

Pelentraru es considerado quien organizó política y militarmente a todas las identidades territoriales del Ngulumapu y también con influencia en Puelmapu. Bajo su conducción la resistencia pasó a una ofensiva desplazando todas las instalaciones militares españoles asentados al sur del río Bío-Bío.

Un texto antiguo de fuente militar  que recopilaba antecedentes históricos sobre Pelentraru y en un capítulo sobre la despoblación de Santa Cruz en el verano de 1599, señalaba: “El toki general era de mediana estatura, alto de pecho, ancho de hombros, la inteligencia de su mirada y la arrogancia de sus gestos acusaban en él, al hombre de mando, cualidades que debía ocultar si quería hacerse pasar por uno de los muchos naturales sometidos, que trabajaban y pululaban servilmente por la ciudad”.


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