La maldita primavera

Llegó septiembre y yo siento que llegó la primavera


Autor: Wari

Llegó septiembre y yo siento que llegó la primavera. Y aunque según los rigores del calendario la estación comience oficialmente en unas cuantas semanas más, para mí septiembre, el primero, ya es sinónimo de primavera. ¡Hay qué linda que es!

No saben queridos lectores todo lo que a mí me pasa por esta fecha: pequeñas revoluciones hormonales, físicas, síquicas, anímicas me acontecen cada cinco minutos en mi pequeño cuerpo diseñado para la felicidad, a veces de manera simultánea y lo que me hace estar en un permanente estado de excitación.

De repente el frío se acaba, florecen los cerezos de la calle y los aromos sueltan su perfume de un amarillo intenso. Todo huele rico y un vientecito exquisito comienza a acariciar las calles por las tardes. El vientecito arrastra los aromas de la naturaleza en plena orgía y ese olor se mete por las narices y llega directo al cerebro, despertando una conciencia primigenia del goce, provocando descargas eléctricas, que a su vez provocan la secreción de fluidos de todo tipo.

Yo me pongo como loca de verdad, encuentro que todo es más lindo, por las mañanas me quedo largo rato admirando la cordillera y sus cumbres aún nevadas y pienso que la vida en Santiago es bella, que esta es una bella ciudad de mierda, estrecha y cara en el más amplio sentido de la palabra (¡oh paradoja!) pero linda, finalmente. Yo nací en Santiago, es la tierra o el pedazo de asfalto que me vio nacer y hay que quererlo.

Eso pienso y luego pienso que tengo ganas de enamorarme, que ya es hora de parar un poco la juerga, buscar un hombre bueno, que tenga un corazón a prueba de performancistas y enamorarme perdidamente de él.

Pienso en la micro que lo único verdaderamente importante en esta vida es el amor; todo lo demás me parece secundario: la plata, el poder, los bienes materiales, el Fondart, TODO. Por momentos me siento Yoko Ono y me falta el Lennon. Suspiro y me digo “Esta primavera me propongo enamorarme” y lo más loco es que, fijo, a mediados de septiembre me enamoro generalmente del primer cristiano que se me atraviesa por la calle.

Me enamoro de verdad, es decir, con dolor, pasión, corazón, hígado, pies y callos. Con intensos dolores de estómago, nauseas, tersianas y toda la sintomatología clínica que acompaña al fenómeno. Y suuuuufrrrro como loca y lloooooooro como María Madgalena.

De todas maneras me la paso bien. A veces el susodicho ni se entera de nada. Pero no importa, yo ya me he vivido TODO y ni lo he molestado.

A veces todo lo anterior me pasa varias veces al día; es un quilombo porque así de enamorada no se puede andar por la calle.

Porque hay que decirlo bien claro, una anda además con unas ganas de coger de la puta madre. Bueno, a mí, al menos me pasa eso, que me convierto en una perra de la peor clase. Perdóname má si estas leyendo estas líneas, pero es la verdad.

Entonces, lo primero que hago apenas comienza el mes, es ir a la farmacia a por una buena caja de condones. Compro la de doce, sin sabor, con poritos para la estimulación y gel lubricante. Porque queridos lectores, nos guste o no, lo merezcamos o no, estamos en la era del SIDA y en la era del SIDA el amor viene acompañado de la santa muerte, esa dama pálida con guadaña que venden al por mayor en los tianguis mexicanos.

Una gasta sus pocos pesos en comprar una caja grande de condones aunque la farmacéutica te mire como la vieja conservadora de mierda que es, con sospecha y remilgando la nariz, creyendo que una es puta, una trabajadora sexual, gremio de lo más noble por lo demás (mis saludos chicas), porque una señorita sola no compra condones.

Una lo hace porque el hombre chileno -y latinoamericano en general-, no acostumbra a llevarlos encima y esa es una triste realidad de la que puedo dar fe. El chileno particularmente, no sólo no los porta sino que además es reacio a su uso. Y esa es otra triste realidad de la que puedo dar fe. ¡Dios como cuesta que el caballero tome precauciones!, que el caballero colabore en hacer de ésta una empresa sin riesgos para ninguno de los dos; porque estaré muy enamorada hace apenas cinco minutos pero no soy huevona, menos huevona suicida.

Y una entonces tiene que andar con sus condones en la cartera, sobre todo en primavera porque no puede confiar en la contraparte.

Una soporta que algún gilipollas le diga una grosería por andar con forros en el bolso, siempre lista, siempre prevenida, siempre lúcida my darling porque por estos lados la gente vive como con somníferos todo el tiempo y nadie se da cuenta de la gravedad de ciertas cosas.

Como los curas, siempre tan píos, los curitas de la iglesia católica que en este país han puesto sistemáticas trabas, a través de sus declaraciones por la televisión -con voz y cara de “yo no conozco padre los asuntos de la carne”-, para la implementación de campañas de prevención del SIDA que difundan el uso del condón.

Perdónenme caballeros pero a mí esto me parece una actitud, además de hipócrita y francamente descarada -sobretodo luego de los últimos casos policiales que dejaron al descubierto las costumbres sexuales de algunos sacerdotes-, pues me parece una actitud CRIMINAL.

Así es, CRIMINAL, y no se lo mando a decir con nadie, se lo digo yo misma sin seudónimo, porque nadie puede hoy, en el actual estado de cosas, eludir el hecho de que el SIDA es una epidemia y debe ser tratada socialmente como tal, con políticas de salud realistas y efectivas.

Entonces señora ministra, señora presidenta y autoridades pertinentes, YO EXIJO que se repartan por ley, condones en todos los hospitales públicos, en las clínicas, las postas y consultorios. Pido que por ley se instalen máquinas vendedoras en los baños de los centros comerciales, shopping, los malls, los centros culturales, los estadios, colegios, universidades e institutos profesionales; en las tiendas de diseño, en las librerías, galerías de arte, museos; estaciones del metro, paraderos de las micros, bares, bombas de bencina y en cuanto lugar se le ocurriera a uno querer coger, que como ya dije es más frecuente e intenso en primavera.

En Chile no hay donde cresta comprar un condón pasadas las doce de la noche; o tenías en tu casa o tienes auto, bencina y ningún apuro, como para disponerte a ir de paseo a buscar la farmacia de turno que tenga esos que tú quieres. Si vives en una población de la periferia de la ciudad, olvida lo de la farmacia de turno y te chingas nada más.

Estas aciagas circunstancias, más la inexistencia de políticas públicas señora ministra, que se hagan cargo siquiera fantasmalmente del tema, hacen que yo piense seriamente que debe haber gente en Chile que quiere vernos muertos a todos los pecadores, pervertidos que tenemos vida sexual fuera del matrimonio.

Pienso que hay gente que quisiera vernos a todos los que gozamos de cierto espíritu y costumbres laicas, morir encharcados en nuestra propia inmundicia, como si las víctimas del SIDA no incluyeran niños, marginados y mujeres contaminadas dentro del matrimonio.

Hay gente que piensa que esos niños, esos pobres, esos jonkies y esas mujeres merecen morir de todas maneras como lagartijas ya que pertenecen a una sucia estirpe, que mejor sería desapareciera del planeta.

Entonces tenemos respetable público lector, señores autoridades, empresas auspiciadotas, que nadie usa condón en Chile. ¡Yo ya no se qué hacer para que los chicos usen el bendito forro! A ver si con esta columna atinan, ¡Grávense esa palabra amigos, CONDÓN, CONDÓN!

Pegue uno en la puerta del refrigerador para acordarse, péguese otro en la frente y salga a la calle derechito a comprar su caja grande de condones con gel lubricante, extra large (en el caso que sea necesario) y espermicida, para eleminar espermios y el virus del SIDA (me salió verso sin mayor esfuerzo).

por Elizabeth Neira


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