La melancolía del fin del mundo

¿Qué lugar tienen los pensadores (y los artistas) dentro del Sistema? «Las artes y las disciplinas humanas son pertinentes, siempre y cuando, se adapten a las necesidades del mercado, por eso muchos de los que profesamos estos oficios hemos quedado desplazados del interés y, por ende, de la "fuerza de trabajo"», opina Jimena Bezares.

La melancolía del fin del mundo

Autor: Lucio V. Pinedo

#FilosofíasParaResistir

Escribe Jimena Bezares

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Melancolía es una de mis películas favoritas del extravagantemente patológico Lars Von Trier. En ella, la historia de dos hermanas traza la trama de personalidades opuestas: una, funcional a las «reglas tradicionales», conservadora, normal; la otra, incomprendida, triste, trasgresora. Ambas vidas se desarrollan en normalidad y locura, dentro de los parámetros establecidos, pero cuando un evento astronómico determina el fin del planeta Tierra, los roles se invierten y aquella loca, impredecible e inaceptable se vuelve la serenidad y el sostén de los normales que, en su normalidad, entraron en pánico y no saben manejar la proximidad de su finitud.

La filosofía nace y tiende a ese final. Podríamos decir que la filosofía es apocalíptica —muerte, salvación, símbolo, crítica—, y es por eso que todo aquel que intente ejercerla —no hablo de los doctores y académicos que ya la han olvidado detrás de miles de artículos que nada dicen— será, necesariamente, desplazado de todo lugar de producción y dinero. Tal vez, la garantía de estar cerca de eso es la pobreza socrática, aunque lo más probable es que esa figura sea el consuelo de una vida de sueldos errantes, trabajos «interruptus» y satisfacciones demasiado efímeras.

Tanto Platón como Aristóteles, como muchos otros antiguos, hablaban de «las catástrofes periódicas», detrás de este supuesto más que real y muy material se hallaba la desesperación de la pérdida de civilidad, del desorden social, pero, también, de la falta de trabajo.

¿De la falta de trabajo? Aristóteles sabía que la sociedad necesitaba llegar a una determinada estabilidad, para desarrollar y producir filosofía, y, a su vez, para que esta fuera útil y se apreciara como tal.

Los «sobreviviente» serán los sabios y los sabios, en cada caso, serán aquellos que puedan entender las necesidades del momento (paráfrasis de Introducción a la Filosofía. Fragmentos. Aristóteles). Las artes y las disciplinas humanas son pertinentes, siempre y cuando, se adapten a las necesidades del mercado, por eso muchos de los que profesamos estos oficios hemos quedado desplazados del interés y, por ende, de la «fuerza de trabajo». La crítica y la creatividad no productiva están en peligro de extinción. Muchas universidades europeas, muchos secundarios latinoamericanos han eliminado materias como Filosofía de sus programas, otros tantos las han conservado acotando al mínimo duración y temáticas. Estamos sufriendo el castigo de ser improductivos, pero créanme, la sociedad sufrirá la pena de nuestra ausencia, de nuestro silenciamiento en el estado acrítico y la personalización aparente del mundo.

Nunca trajimos la salvación ni el consuelo, sino la conciencia del desgarro, esa que despierta y crece hasta aplastar sistemas de domesticación de los hombres. No hay mejor manera de estar en el mundo que compartirlo con «estas gentes» de ideales rotos, de mundos imaginarios, de deseos perdidos.

Queridos amigos, profesores, pensadores, artistas y niños perdidos: debemos transformarnos, para no ser absorbidos por aquello que repudiamos a los gritos. Nunca debemos olvidarnos de cuál es nuestra función, aunque el mundo se empeñe en borrarla, ese insano equilibrio que solo los convencidos podemos establecer.

El trabajo, en nuestras áreas, además de escaso y mal pago, es increíblemente difícil de sostener, y es por eso que es necesario mirar nuevamente los orígenes de nuestras profesiones y técnicas. Dejemos de pedirle trabajo al sistema que quiere desplazarnos y comencemos a inventar nuestra subsistencia que, necesariamente, se opone a las estructuras económicas que rigen vidas, obras y puestos laborales.

Si hay algo que sabemos hacer es sobrevivir, eso no ha cambiado, los ambientes suelen ser hostiles para nosotros tanto como nosotros somos, necesariamente, contrarios y reaccionarios a estos. He escuchado tantos discursos antiacadémicos, todos buscan un lugar separado y no condicionado para ejercer libremente la profesión, pero, de manera religiosa, siguen esperando un Mesías que los guíe, que los lleve, que los haga libres.

Las ensoñaciones intelectuales pueden consumir vidas enteras, y siempre van por más. Las buenas ideas se estancan en conversaciones eternas que a nada llevan y a pocos importan, entonces, así como ya hace bastante tiempo nos intimó Marx: es tiempo de actuar.

Aún no consigo darme cuenta cómo, pero cada vez siento que es más urgente, debemos actuar para no capitular.

¿Cuánto valor tiene lo que no se vende? Es tiempo de dejar de implorar un lugar, porque no nos será dado y porque en el caso de conseguirlo intentarán aplacarnos, domesticarnos, limitarnos. Marx llamaba a los proletarios del mundo a unirse. Este siglo requiere de otras alianzas para producir otro tipo de revoluciones, porque la revolución es necesaria y porque está aproximándose el tiempo de decidir, entonces, ¿cuánto valor tiene lo que no se vende?

Jimena Bezares

Contacto: [email protected]


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