Por José Luis Fiori
La crisis aguda y el declive crónico de Occidente
En octubre de 2023, al regresar de un rápido viaje a Israel para apoyar al primer ministro Benjamín Netanyahu, el presidente estadounidense Joe Biden afirmó, en un discurso pronunciado en la Oficina Oval de la Casa Blanca, que “el mundo está experimentando un giro histórico, porque el orden mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial ha perdido fuelle y es necesario construir un nuevo orden”[1].
Casi al mismo tiempo, en la celebración del décimo aniversario de la “Nueva Ruta de la Seda”, celebrada en Beijing los días 17 y 18 de octubre de 2023, los presidentes Xi Jinping, de China, y Vladimir Putin, de Rusia, defendieron conjuntamente la necesidad por “un nuevo orden mundial que respete la diversidad de civilizaciones”[2]. Un poco antes, en vísperas de la XVIII Cumbre del G20, celebrada en Nueva Delhi en septiembre de 2023, el primer ministro indio, Narendra Modi, publicó un artículo en varios periódicos de todo el mundo proponiendo “un nuevo orden mundial pospandemia”.
Finalmente, de manera aún más categórica, Joseph Borrell, jefe de política exterior de la Unión Europea, declaró en febrero de 2024 “que la era del dominio global occidental ha llegado a su fin”[3]. Una manifestación y reconocimiento categórico a los líderes de las cinco principales potencias del mundo. Sin embargo, detrás de este aparente consenso se esconden grandes divergencias conceptuales y políticas.
Para empezar, no necesariamente se trata de lo mismo, ni del mismo período histórico, porque hubo al menos dos grandes “órdenes” u “órdenes mundiales” que se sucedieron, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. El primero estuvo vigente entre 1945 y 1991 y contó con el apoyo de las dos potencias que salieron victoriosas de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos y la URSS.
Sin embargo, fue diseñado y dirigido de facto por Estados Unidos, gracias a su supremacía atómica lograda en Hiroshima y Nagasaki, y gracias a su supremacía económica consagrada en los Acuerdos de Bretton Woods, que convirtió al dólar estadounidense en la moneda de referencia de la economía capitalista mundial. Casi todas las instituciones multilaterales que surgieron tras la creación de las Naciones Unidas en octubre de 1945 forman parte de este primer “orden mundial”, junto con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, la Organización Mundial de la Salud, por nombrar las más los importantes.
La crisis de este “orden mundial”, sin embargo, comenzó en los años 70, cuando Estados Unidos abandonó el Bretton Woods y se desvincularon unilateralmente de la paridad entre el dólar y el oro que habían definido ellos mismos en 1944. El abandono del “patrón dólar” llegó junto con la primera gran crisis económica en el mundo capitalista posterior a la Segunda Guerra Mundial. Abarcó las décadas de 1970 y 1980 y estuvo marcado por sucesivos “shocks de los precios del petróleo” y aumentos de las tasas de interés en América del Norte.
También se produjo la derrota de Estados Unidos en la guerra de Vietnam, en 1973, y por eso en ese momento muchos analistas internacionales hablaron, por primera vez, de una “crisis terminal de la hegemonía norteamericana”. Pero poco después, en respuesta a esta crisis, Estados Unidos lanzó una ofensiva militar contra la URSS, que fue acompañada por la gran “revolución conservadora” de los años 1980, que rompió con los compromisos “keynesianos” y “desarrollistas” de la postguerra -Segunda Guerra Mundial- y abrió las puertas al avance de un nuevo proyecto económico global liderado por las potencias anglosajonas: el neoliberalismo, que avanzó como un tifón contribuyendo a derribar el Muro de Berlín y acabando con la bipolaridad estratégica de la Guerra Fría.
En la década siguiente, Estados Unidos aprovechó su nueva posición de poder y asestó un golpe final y definitivo al “orden multilateral” que había creado cuando atacó a Yugoslavia en 1999, sin autorización previa del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Lo mismo volverían a hacer en 2003, cuando invadieron Irak sin la aprobación del Consejo de Seguridad y, esta vez, con la oposición de la mayoría absoluta de la Asamblea General de la ONU. Así terminó, de manera definitiva y melancólica, el primer “orden mundial hegemónico” de la post Segunda Guerra Mundial; y fue en ese momento, y no después, que el Consejo de Seguridad de la ONU perdió toda eficacia y legitimidad, por obra de sus propios creadores.
Nació entonces un nuevo “orden mundial”, ahora apoyado por el poder unipolar de Estados Unidos, logrado mediante sus victorias en la Guerra Fría (1989/91) y la Guerra del Golfo (1991/92). En este nuevo orden unipolar, EE.UU. se reservó desde el principio el derecho unilateral de librar “guerras humanitarias”, y de declarar y atacar el “terrorismo” en cualquier parte del mundo, según su exclusiva discreción, y sin preocupación alguna por las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, que fueron literalmente desechados en 1999.
Esta nueva potencia global unipolar de Estados Unidos potenció aún más el proyecto económico neoliberal de apertura y desregulación de los mercados y de globalización de las finanzas mundiales, que pasó a ser gestionado, en última instancia, por el Banco Central estadounidense y su sistema SWIFT de intermediación financiera y pagos internacionales.
Este segundo “orden mundial” –unipolar y neoliberal– de la posguerra fría comenzó a perder fuerza después de la gran crisis financiera de 2008, que sacudió la economía estadounidense y golpeó duramente a la economía europea. Fue allí donde comenzó el llamado proceso de “desglobalización” de la economía mundial, que se aceleraría con la pandemia de Covid-19, con la guerra económica de Estados Unidos contra China y, sobre todo, con el inicio de la Guerra de Ucrania, en 2022.
Además, tras el fracaso de la apuesta occidental por una verdadera guerra de sanciones económicas contra Rusia, que no logró su objetivo y, además, produjo un efecto boomerang sobre la economía europea, que entró en un profundo y prolongado proceso de estancamiento económico.
Sin embargo, mucho antes de todo esto, las “guerras interminables” de Estados Unidos, que comenzaron a finales del siglo XX, revelaron gradualmente una “dimensión oculta” de este nuevo orden mundial, escondida detrás de la retórica de la globalización: la construcción de una infraestructura militar global, con más de 700 bases militares distribuidas por todo el mundo, y controladas directamente por EE.UU., incluso en el caso de organizaciones regionales como la OTAN.
En otras palabras, poco a poco se hizo más claro que la condición condición sine qua non del proyecto de globalización económica, sin límites ni fronteras, fue la instalación de un nuevo tipo de “imperio militar global”, un secreto que se mantuvo bajo llave por la retórica misionera del neoliberalismo defendida por Estados Unidos, Inglaterra y sus socios del G7. Y es precisamente este proyecto militar global de EE.UU. y la OTAN el que está siendo desafiado por el ascenso militar de China, la resistencia de Irán y el límite que le ha impuesto Rusia, primero en Georgia, en 2008, y luego en Ucrania en 2022. Y es este orden mundial “imperial cosmopolita” el que está “perdiendo aliento” y ya ha entrado en un proceso acelerado de desintegración.
Asimismo, cuando Joseph Borrell declara que “la era de la dominación occidental ha terminado”, se refiere a otra crisis, mucho más compleja, profunda y prolongada: la crisis del poder y la hegemonía occidentales en el sistema internacional que los europeos conquistaron y dominaron, casi absolutamente, en los últimos 300 años.
Para tener una idea aproximada del tamaño y el impacto de esta crisis, basta recordar que, a principios del siglo XX, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, el Imperio Británico tenía una extensión de 35,5 millones de km2 y ocupaba el 23,84% de la superficie terrestre. Junto con los imperios coloniales de Francia, Bélgica, Portugal y los Países Bajos, Europa occidental llegó a dominar alrededor del 40% del territorio y la población del mundo.
Hoy, sin embargo, Inglaterra está amenazada con perder su dominio sobre Escocia e Irlanda, donde en realidad comenzó el Imperio Británico. Francia está siendo expulsada de África y ya no es más que un simulacro del poder imperial que alguna vez fue, y lo mismo debe decirse de los demás Estados europeos que sobreviven escondidos detrás de la protección atómica de la OTAN. En las últimas dos décadas, los propios Estados Unidos han sufrido sucesivas derrotas militares y fracasos políticos en Irak, Siria, Afganistán y Ucrania, por no hablar de su propia “guerra civil-electoral” interna. Al mismo tiempo, observan paralizados cómo su credibilidad moral se erosiona progresivamente, gracias al apoyo militar y financiero que dieron a la masacre del pueblo palestino en la Franja de Gaza.
Como consecuencia de estos sucesivos reveses, el “viejo Occidente”, que hasta hace muy poco era considerado sinónimo de “comunidad internacional”, ha ido perdiendo fuerza y legitimidad, y hoy ya no tiene capacidad para imponer sus criterios, su discrecionalidad y poder sobre el resto del mundo. Aun así, no hay la más mínima señal de que este “Occidente reducido” esté dispuesto a renunciar al poder que ha acumulado en los últimos siglos. Además, la historia enseña que las grandes potencias y los imperios no suelen ceder su poder sin resistir, sin luchar.
“Multipolaridad” – una disputa violenta e indefinida
Es muy común escuchar a políticos y analistas internacionales afirmar que el sistema internacional está pasando de un “orden mundial unipolar y globalizado” a un nuevo “orden mundial multipolar y desglobalizado”.
Pero esta ecuación aparentemente simple esconde una enorme complejidad, porque la palabra “transición” sugiere linealidad, dirección y conocimiento del lugar de donde se sale y hacia donde se va, y hoy ni siquiera está claro dónde se encuentra la transformación del sistema mundial, y mucho menos lo que se convertiría en un nuevo orden mundial multipolar.
Respecto al punto de partida de esta “transición”, lo que se puede decir es que estamos asistiendo a un proceso de implosión, fragmentación y descomposición de un orden establecido, y este proceso se está desarrollando de forma desordenada y conflictiva. El mundo no está al final de una guerra con claros ganadores; al contrario, está en medio de dos guerras, sin perspectivas de terminar, involucrando a múltiples actores, en pleno combate y sin voluntad de negociar la paz.
En términos muy amplios, se puede decir que, por un lado, hay varias potencias regionales “en ascenso”, y por el otro, el bloque de “potencias occidentales” que se resisten a dar paso a estas nuevas potencias regionales o globales -y no están dispuestos a renunciar a la supremacía global que han conquistado y ejercido durante los últimos 300 años, al menos. Esta confrontación se está produciendo de manera cada vez más directa y violenta, sin reglas ni mayores preocupaciones con la ética internacional, y sin respeto por las “reglas” de la “economía de mercado”, mediante la guerra o mediante la manipulación política de la moneda, las finanzas y la competencia económica.
No vivimos un momento de victoria y sumisión, ni de negociación y acuerdo entre países que compiten entre sí y que están dispuestos a negociar un nuevo ordenamiento jerárquico del poder mundial. Por el contrario, el mundo está en plena conflagración y ningún país o grupo de países tiene hoy capacidad de imponer su voluntad al resto del mundo, y no existe el más mínimo consenso sobre posibles vías de negociación, por mucho que los líderes de las grandes potencias mundiales hablan de la necesidad de un nuevo orden mundial.
Lo que realmente existe es guerra, militarización, descomposición económica y crisis social, y una pérdida generalizada de los referentes éticos construidos por Occidente en los últimos siglos. Especialmente después de que Estados Unidos y sus aliados europeos quedaron prisioneros de la trampa que ellos mismos tendieron en Palestina, viéndose obligados a armar y apoyar al Estado de Israel, a pesar de que son conscientes del genocidio que se está practicando contra el pueblo palestino en la Franja de Gaza. Una trampa que ha ido corroyendo la idea de la “excepcionalidad moral” de Occidente, y erosionando los fundamentos éticos de su hegemonía cultural dentro del sistema internacional.
Sin embargo, respecto al “punto de llegada” de esta “transición”, no existe el más mínimo consenso ni la más mínima idea de qué es o podría ser exactamente un nuevo “orden mundial multipolar”. Lo único que sabemos desde un punto de vista puramente formal es que no debe ser lo mismo un orden multipolar que un orden “bipolar” como el que prevaleció durante la Guerra Fría, entre 1945 y 1991; ni debería ser lo mismo que el orden “unipolar”, que entró en vigor después del fin de la Unión Soviética y la victoria norteamericana en la Guerra del Golfo en 1991/92.
Pero no es posible ir mucho más allá de esta especulación formal sin conocer el desenlace de las guerras en curso y sin poder definir quiénes serán los miembros del “club de las grandes potencias” de este nuevo orden multipolar. Nadie duda de que este club incluirá al menos a Estados Unidos, China, Rusia, India y, quizás, una Unión Europea modificada, militarizada y recentralizada desde Alemania. Aun así, ¿no se sabe si habrá una jerarquía y cuál será entre estos países? ¿Si habrá alguna hegemonía interna, o si todos aceptarían una configuración horizontal entre poderes considerados equivalentes y equipotentes?
Es muy posible que este nuevo orden mundial sea “más democrático” que el orden unipolar que se está destruyendo, pero nada garantiza que no se transforme rápidamente en un “orden oligopolítico”, monopolizado por un grupo de como máximo seis o siete grandes potencias. Asimismo, no es imposible imaginar que también podría haber un pacto o entente entre Estados Unidos y China, las dos mayores potencias del grupo, siempre y cuando fueran capaces de gestionar sus diferencias y su competencia a muerte, en el campo tecnológico.
En este caso, el mundo podría estar acercándose a la clásica hipótesis de Karl Kautsky sobre la posibilidad de un “superimperialismo”, como ocurrió con los dioses pacificados por Júpiter tras ser reincluidos en el Olimpo. En cualquier caso, incluso a un nivel puramente hipotético, es muy poco probable que esto pueda suceder, considerando el grado y la intensidad de la competencia actual entre las dos superpotencias.
Todo esto son especulaciones, obviamente, porque es imposible predecir lo que sucederá. Pero una cosa es absolutamente segura: es imposible que el mundo avance pacífica y armoniosamente hacia esta multipolaridad. Por el contrario, lo que nos espera es una disputa sin límites ni fronteras de ningún tipo entre potencias en ascenso y un grupo de otras potencias que han dominado el mundo durante los últimos tres siglos y que no quieren renunciar a su poder global.
En este contexto, no existe la más mínima posibilidad de que ocurra algo del tipo que algunas teorías llaman “transición hegemónica”, con el reemplazo regular y periódico de una potencia líder por otra que asumiría el mando económico y militar del mundo, en lugar de su predecesor. China no tiene intención ni debe asumir un lugar igual al que hoy ocupa Estados Unidos dentro del sistema global. Rusia y la India no tienen esta intención ni tienen los recursos para desempeñar la función de “policía militar” mundial. Pero ciertamente ninguno de estos países, y varios otros, como Irán, Turquía, Indonesia, Brasil y Sudáfrica, no están dispuestos a seguir aceptando la discrecionalidad de las antiguas potencias occidentales.
Hecho un balance, lo cierto es que no existe el más mínimo espacio ni voluntad de negociación entre las grandes potencias, sino todo lo contrario. Por otro lado, no hay el más mínimo espacio para una “guerra mundial” que no resulte atómica, y por tanto lo más probable es que se siga trasladando o posponiendo. El mundo está cambiando a un ritmo muy rápido y el orden mundial posterior a la Guerra Fría ha llegado a su fin. Pero “Occidente” debe resistir y tiene el poder para hacerlo; y en cualquier caso seguirá dentro del sistema mundial como uno de sus polos más poderosos desde el punto de vista económico, tecnológico y militar.
En este momento, mirando hacia el futuro, lo que podemos ver, más allá de los conflictos inmediatos, es un mundo que atraviesa un período muy largo de turbulencia, inestabilidad e imprevisibilidad, con una sucesión de conflictos y guerras locales. Y si esto es lo que se llama una “transición a la multipolaridad”, entonces es mejor “apretarse los cinturones”, porque la inquietud será intensa y debería durar muchos años o décadas.
En cualquier caso, durante este tiempo de inquietud, que podría durar hasta la segunda mitad del siglo XXI, la defensa de la multipolaridad será cada vez más la bandera de los países y pueblos que se levantan en este momento contra el imperium militar global ejercido por Occidente, durante los últimos 300 años de la historia de la Humanidad, aunque no sepan exactamente, en este momento, cuál será este orden multipolar del futuro.
José Luis Fiori Es profesor emérito de la UFRJ. Autor, entre otros libros, de El poder global y la nueva geopolítica de las naciones (Boitempo) [https://amzn.to/3RgUPN3]
Publicado originalmente en la revista Observatorio Internacional del Siglo XXI, No. 5.
NOTAS
- Reuters, Noticias UOL, 23 / 10 / 2023. ↩︎
- Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular China, 18/10/2023, fmprc.gov.br “El nuevo orden pospandemia”, https://www.estadao.com.br, 07 / 09 / 2023. ↩︎
- “La era del dominio global occidental ha llegado a su fin”, 26/02/2024, sputniknewsbr.com.br ↩︎
Fuente: 17/05/2024 A terra é redonda
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