1. Valeska Vilches tiene 17 años y vive en la Roberto Parra, un barrio miseria arrinconado en la pobre comuna de Pudahuel, en Santiago de Chile. La droga, el trabajo informal de venta de chucherías, las mujeres potentes que tratan de organizarse, y la propia Valeska y sus amigos resumen parte de la realidad feroz de un sitio que en poco o nada se diferencia de un paisaje haitiano o de África. Naturalmente, las cien familias hacinadas en lastres de madera y cartón mal cocido, no aparecen en los catálogos turísticos y deben haber sido muy bien ocultadas a la hora de candidatear a Chile para integrar la Organización para la Cooperación de Desarrollo Económico (OCDE), esa propaganda agitada por el gobierno de Bachelet, pero que nadie entiende para qué sirve y no cambia la vida para bien de nadie de los siempre desheredados. Valeska, acostumbrada a los episódicos allanamientos policiales en las casitas mal atornilladas en medio de las callejuelas rotas, desbalanceadas y puestas sobre un basural, ahora participa en un taller de comunicación y se indigna cada vez que la Roberto Parra y su gente aparece en los programas televisivos sobre la delincuencia espectacularizada. Valeska sabe perfectamente que los medios de comunicación y, en especial, la televisión, sólo usan a los suyos para aterrorizar gente menos pobre, justificar gastos policiales, para que prospere la industria del miedo, las alarmas y las rejas, para condenarla a ella y a sus amigos a los peores empleos. Para Valeska la desigualdad es la piel de las cosas. “Nunca aparece en la tele este taller de comunicación que estamos haciendo en la Roberto Parra, o las mujeres de aquí, que madrugan para rebuscarse honradamente la manera de parar la olla, y ahora están tratando de mirarse y tratarse como seres humanos y no aguantar más las golpizas y las humillaciones. Siempre viene la tele cuando hay asaltos en la comuna, nunca cuando se nos ocurren actividades que mejoran la vida de la Roberto Parra.” Valeska nunca ha pisado la universidad y probablemente jamás lo hará. Pero sus palabras, de una plumada, explican la teoría de la comunicación, las relaciones de poder, el problema de la propiedad de los medios y la lucha de clases.
2. Un bono de más de 12 millones de pesos (24 mil dólares) y un reajuste de un 4 % obtuvieron cerca de 7 mil mineros de la estatal cuprífera Codelco Norte luego de dos días de paro. Con habilidad incuestionable, los trabajadores impusieron sus condiciones aprovechando que en un par de semanas más es la segunda vuelta electoral presidencial y el gobierno de la Concertación camina con pies de plomo.
Antiguamente, los trabajadores del cobre (cuando el mineral era 100 % propiedad social, y no como ahora, que más del 70 % está privatizado) eran llamados despectivamente “la aristocracia obrera”. En la actualidad, en el marco general de un porcentaje de sindicalización nacional de poco más de un 12 %, del cual apenas un 4 % tiene posibilidad de negociar colectivamente, con fortuna, un bono de fin de conflicto, podrían denominarse “trabajadores privilegiados”. Ello en un escenario marcado por la precarización del empleo, la subcontratación empobrecedora, la extinción de las relaciones contractuales clásicas (contrato indefinido, garantías sociales básicas garantizadas, beneficios, etc.), la fragmentación de la organización del trabajo que destruye la capacidad de agrupamiento y negociación y un Código Laboral antisindical.
En rigor, lo obtenido por los mineros del cobre –el principal recurso natural de explotación y exportación de Chile- es apenas un porcentaje irrelevante respecto de las ingentes utilidades de la industria del metal rojo. Incluso el año 1999, en medio de la crisis mundial de bajos precios del cobre, los trabajadores congelaron sus sueldos en la negociación colectiva de entonces, cuando “optaron” por su empleabilidad. Y, por otra parte, de hecho, $9 mil millones 500.000 dólares han aportado desde Chuquicamata hacia las arcas fiscales en los últimos 4 años; esto es, la suma de bonos ganados en la última negociación, corresponde apenas a un 1.8 % de esa suma. Sin embargo, debido a las causas arriba señaladas y a la mala prensa derechista (que es, prácticamente, la única existente en el país), parte de la opinión pública, de los propios trabajadores de otros sectores, no representó ninguna empatía explícita por la huelga minera. Algunos, por el contrario, reaccionaron agriamente, mientras revisaban sus propias boletas salariales.
¿Por qué los mineros y sus dirigentes –que no son, claro está, los trabajadores subcontratados del cobre cuyos sueldos están muy por debajo de los directamente contratados por la Corporación del Cobre- no incorporan como demanda país, la renacionalización del cobre, o al menos, un aumento de la propiedad social sobre el mineral? Y lo planteado, naturalmente, no se trata de una estrategia publicitaria de abuenamiento con la opinión pública, sino para convertir una lucha meramente corporativa y estrictamente económica en la posibilidad de instalar desde abajo, masivamente, un anhelo del conjunto de los chilenos. ¿Cuántos no habríamos salido a las calles de Chile, convocados por esa demanda extraordinariamente sentida y hecha ya un lugar común construido históricamente, primero con la chilenización del cobre propiciada por Frei Montalva en los 60, y luego con su nacionalización prácticamente total, llevada adelante por el gobierno de la Unidad Popular pocos años después? ¿Qué ocurre con las dirigencias de los mineros contratados de Codelco que nunca dan el paso estratégico que los pondría sobre intereses puramente sectoriales, a una altura que reuniría el afecto político y con sentido de todos los trabajadores? ¿Economicismo, cortoplacismo, cooptación? ¿Se expresan así los límites corporativos del propio sindicalismo que queda con vigor en Chile? ¿Es preciso presionar por fuera y desde abajo a la nomenclatura minera del cobre para que se llame con fuerza, de manera ampliada, a la extensión de la propiedad social del mineral cada vez más jibarizado por los mordiscos del capital transnacional? ¿Escasez de politización? Porque, reconociendo las condiciones duras de trabajo de los mineros, en ningún caso son cualitativamente superiores a la de la mayoría explotada. La cuestión es que se trata de cobre y no de comercio ambulante. Entonces Chile no crece, simplemente, si la generosidad de un sector clave de los trabajadores no se abre camino entre los desperdicios del corporativismo sindical, sin estatura de país, sin más afán que un bono y un reajuste para saldar las deudas inmediatas.
3. Si la primera vuelta electoral contó con la indolencia generalizada de los chilenos, la segunda vuelta se torna más opaca mientras más se aproxima el 17 de enero. ¿Frei o Piñera? ¿Coca Ligh o Coca Zero? La franja política que pocos, muy pocos, ven por televisión, y la papelería de los propagandistas pagados o de parte de los funcionarios estatales (valga la redundancia), ponen a un Frei vestido con la popularidad coyuntural de la presidenta Bachelet y a un Piñera que, una vez más, representaría “el cambio” (¿De qué?). Frei ofrece por goteo y a diario concesiones programáticas a los electores de Marco Enríque-Ominami –que son puro liberalismo cultural limitado e iniciativas económicas progresistas, pero para los que mandan-, continuidad, y “seguridad” de que las cosas permanecerán tal cual. En resumen, un discurso de compromisos históricamente incumplidos por la Concertación, dirigido a la clientela concertacionista que envejece en un padrón electoral casi intacto desde fines de los 80 del siglo pasado. Mientras tanto, Piñera trata desesperadamente de quitarse la fama auténtica de archimillonario, y vitrinearse como estadista y “servidor público”, imitando la campaña del plebiscito del NO a la dictadura (fórmula con más de 20 años de vida en el cuerpo) y una retórica populista, emocional, vacía.
Los primeros días de enero de 2010 en Chile, desde abajo, son el mismo calor de siempre, la misma desigualdad oprobiosa, ampliada y repetida, los sueldos enanos, las jornadas extenuantes, las ganas de vacacionar, hundiéndose en una siesta popular, cuyo despertar puede ser sorprendente. Y, claro, los topos rebeldes –que siempre los hay, mal que les pese a los dueños de todo- se reúnen, hacen su trabajo sin fatigarse y con la esperanza en ristre.
Por Andrés Figueroa Cornejo
Enero 7 de 2010