Lo que evidencia el terremoto. Se han gastado miles de millones de dólares en submarinos y aviones F-16 y no disponemos ni de lo básico para comunicarnos en caso de crisis.
Es un momento de quiebre entre lo que fue y lo que será. Está muy claro que los detentores del poder y sus medios quieren bajar el perfil y volver a la normalidad. A su normalidad. Pero las deficiencias del sistema son de fondo y no se pueden ocultar.
Lo primero que resalta tras el desastre, es el completo fracaso de los sistemas de alarma temprana. Estos no sirvieron de nada. La Armada negó el riesgo de tsunami pero evacuó sus bases navales como ocurrió en Talcahuano. ¿Es eso aceptable? ¿Podremos seguir seguros, resguardados por aquellos que así actúan?
¿Cómo puede ser que la presidenta Michelle Bachelet haya dicho una hora después del terremoto que no había riesgo de tsunami? ¿Es posible que no haya sabido que el Centro de Alerta de Tsunamis de Estados Unidos emitió una alarma para las costa del centro sur de Chile diez minutos después del terremoto de las 3:34? ¿Cómo puede ser que incluso a media mañana haya descartado la existencia de tsunami cuando este ya se había producido? Al parecer nuestra presidenta vive en una burbuja y no tiene acceso a la realidad.
La ministra Pilar Armanet justificó la descoordinación en la crisis por las fallas de los sistemas de telefonía celular, disculpándose al decir que todo el país confió en este sistema, no sólo el Gobierno.
Es evidente que Chile no estaba preparado para una emergencia. Fue elocuente ver a Hillary Clinton entregar un celular satelital en la mano a la presidenta. Se han gastado miles de millones de dólares en submarinos y aviones F-16 y no disponemos ni de lo básico para comunicarnos en caso de crisis. Está claro: nuestra seguridad nacional está en manos de mercachifles y diletantes.
El rector de la Universidad de Chile dijo, el viernes 5 de marzo, que las autoridades han desoído sostenidamente las recomendaciones de su institución en torno a las fallas de los sistemas de emergencias. Los pescadores artesanales (Conapach) llevan mucho tiempo anunciando la extinción de los recursos por el uso del arte de pesca de arrastre. ¿Quién los ha escuchado? ¿Se escuchará a quienes han denunciado el peligro que encierra para Chile la instalación de centrales nucleares?
En el Chile de postgolpe militar el bien común pasó a último plano. Y eso nunca ha cambiado. Ahora es tiempo de que los responsables de los abusos cometidos en nombre de un falso crecimiento sean castigados. El desastre ha mostrado con notoria vehemencia el resultado de sus actos.
Y es que la ausencia de alimento y agua, de vivienda, el malestar social contenido, han llevado a muchos a hacerse de víveres de cualquier manera. También ha habido aprovechamiento de unos, motivados por el deseo de enriquecerse en la desgracia. Y estos no sólo son los saqueadores de camionetas 4 x 4, también las constructoras y los bancos.
Es necesario que de esta crisis surja otra televisión, en donde todas las voces estén expresadas y no sólo la de unos pocos. En la TV chilena no se ve la diversidad del país. Sólo existe su cara más burda: la que mantiene al pueblo embobado con tetas, potos, pelotas y chismes.
Y así, las grandes empresas se preparan para recibir subsidios para la reconstrucción, mientras lavan su imagen de la mano de Don Francisco. Los fondos que donan son descontados de sus impuestos a las ganancias, así que es el Estado el que paga la campaña. Nosotros.
El negocio inmobiliario quedó al desnudo en algunas de sus falencias. Decenas de edificios destruidos e inservibles, cuya construcción coincide con el relajo de las exigencias de constructibilidad realizado el 2005, en el Gobierno de Ricardo Lagos, y bajo la presión de la derecha y la prensa de los poderes fácticos. ¿Quién se hace responsable de esto?
Junto a eso, el desastre de las salmoneras y de las pesqueras industriales también ha gozado de total impunidad. Lo mismo ha ocurrido con mineras y forestales.
Ni la prensa ni la TV tradicional han cumplido su papel de informar los peligros que cada una de estas actividades encierra. Sólo lo ha hecho cuando la catástrofe está instalada. Son los medios independientes, las radios comunitarias y la Radio Bío Bío, quienes nos han permitido informarnos en estos días. También criticar las anomalías.
Algo similar a lo anterior ha ocurrido con las carreteras concesionadas. También con los servicios básicos como el agua y la luz, que al estar en manos de privados inescrupulosos, tienen al Gobierno, y sobre todo a los ciudadanos, atados de manos.
Es curioso, pero el epicentro del terremoto se produjo a pocos kilómetros de Cobquecura, en el mar, pocas semanas después que el ducto de Celco comenzara a arrojar sus desperdicios tóxicos. Ocurrió tres días después de que la Corema de Valdivia, con total apoyo del Gobierno de Michelle Bachelet y la Concertación, aprobara la construcción de un ducto al mar en la bahía de Maiquillahue, playa de Mehuín.
Hoy, fruto del terremoto, la arrogante industria celulosa se encuentra semidestruida. Es necesario preguntar a quienes se han visto afectados por su irrupción si quieren que renazca. O si, por el contrario, prefieren que resurja la agricultura familiar, la pesca artesanal, la vitivinicultura, la pequeña industria y el manejo sustentable del bosque nativo. Con la cuarta parte de los subsidios que han recibido las celulosas, estas actividades se podrían poner en marcha dando trabajo y bienestar a cientos de miles de personas.
Una vez pasada la crisis, comenzará el debate acerca de la reconstrucción. La pregunta es: ¿Queremos reconstruir el país sobre las mismas bases que estaban hasta ahora? ¿Queremos seguir siendo un país de apariencias que esconde sus males bajo la alfombra? ¿Queremos que otra vez la crisis la paguen los pobres y los dineros de la reconstrucción vayan a los ricos?
Es la hora de la verdad, de la acción y la organización. También de hacer un juicio histórico, político y legal a los responsables de la destrucción de Chile y sus comunidades.
Por Francisco Marín Castro